jueves, 7 de junio de 2012
La Presencia Real
Estimemos por «justa y conveniente» la palabra exacta que expresa la conversión del pan y del vino: ¡Transubstanciación!
«La Presencia Real»
1. Verdadera, real y sustancial
Nos enseña la santa fe católica que Nuestro Señor Jesucristo está verdadera, real y sustancialmente presente, en el Santísimo Sacramento del altar. Es sacramento porque es signo sensible –pan y vino–, y eficaz –produce lo que significa–, de la gracia invisible y porque contiene al Autor de la gracia, al mismo Jesucristo nuestro Señor.
¿Qué quiere decir verdadera?: Verdadera quiere decir que su presencia no es en mera figura (como en una foto), como quería Zwinglio, sino en verdad.
¿Qué quiere decir realmente?: Realmente quiere decir que su presencia no es por mera fe subjetiva (no porque uno así lo opine), como quería Ecolampadio, sino en la realidad.
¿Qué quiere decir sustancialmente?: Sustancialmente quiere decir que la presencia del Señor en la Eucaristía no es meramente virtual (como la usina eléctrica está virtualmente presente en el foco de luz), como quería Calvino, sino según el mismo ser de su Cuerpo y Sangre que asumió en la Encarnación.
El Concilio de Trento enseña que: «Si alguno negare que en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real, y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre, juntamente con el alma y la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y, por ende, Cristo entero; sino que dijere que sólo está en él como en señal y figura o por su eficacia, sea anatema».
Doctrina que recoge el reciente Catecismo de la Iglesia Católica: «Cristo Jesús que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros (Rom 8,34), está presente de múltiples maneras en su Iglesia: en su Palabra, en la oración de su Iglesia, allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre (Mt 18,20), en los pobres, los enfermos, los presos, en los sacramentos de los que Él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero, “sobre todo (está presente), bajo las especies eucarísticas”.
El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella “como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos”.
En el santísimo sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero.” “Esta presencia se denomina ‘real’, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen ‘reales’, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente”».
De tal modo, que Nuestro Señor Jesucristo está presente en la Eucaristía con el mismo Cuerpo y Sangre que nació de la Virgen María, el mismo cuerpo que estuvo pendiente en la cruz y la misma sangre que fluyó de su costado.
2. De la Transubstanciación
Nuestro Señor se hace presente por la conversión del pan y el vino en su Cuerpo y Sangre. Esa admirable y singular conversión se llama propiamente «transubstanciación», no consustanciación, como quería Lutero.
Se dice admirable porque es un misterio altísimo, superior a la capacidad de toda inteligencia creada. ¡Es el Misterio de la fe! Se dice singular porque no existe en toda la creación ninguna conversión semejante a esta.
En la transubstanciación toda la substancia del pan y toda la sustancia del vino desaparecen al convertirse en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo. De tal manera que bajo cada una de las especies y bajo cada parte cualquiera de las especies, antes de la separación y después de la separación, se contiene Cristo entero.
Es de fe, por tanto, que de toda y sola la substancia del pan y del vino se transubstancia en toda y sola la sustancia del cuerpo y sangre de Cristo. Ahora bien, ¿qué es lo que permanece? Permanecen, sin sujeto de inhesión, por poder de Dios, en la Eucaristía los accidentes, especies o apariencias del pan y del vino.
¿Cuáles son? Los accidentes que permanecen después de la transusbtanciación son: peso, tamaño, gusto, cantidad, olor, color, sabor, figura, medida, etc, de pan y de vino. Sólo cambia la sustancia.
Por la fuerza de las palabras bajo la especie de pan se contiene el Cuerpo de Cristo y, por razón de la compañía o concomitancia, junto con el Cuerpo, por la natural conexión, se contiene la Sangre, y el alma y, por la admirable unión hipostática, la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
Y, ¿qué se contiene por razón de las palabras bajo la especie del vino? Por razón de las palabras se contiene la Sangre de Cristo bajo la especie del vino y, por razón de la concomitancia, junto con la Sangre, por la natural conexión, se contiene el Cuerpo, el Alma y, por la unión hipostática, la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión.
Así, san Juan Crisóstomo declara que: “No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas”.
Y san Ambrosio dice respecto a esta conversión: “Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la de la naturaleza, porque por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada... La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía? Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela”».
Sigue diciendo el Catecismo de la Iglesia Católica: «El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: “Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación”».
3. Omnipotencia de Dios
El sacerdote ministerial predica la Palabra de Dios, presenta a Dios los dones de pan y vino, los inmola y los ofrece al transubstanciarlos en el Cuerpo y la Sangre del Señor, obrando en nombre y con el poder del mismo Cristo, de modo tal que, por sobre él sólo está el poder de Dios, como enseña Santo Tomás de Aquino: «El acto del sacerdote no depende de potestad alguna superior, sino de la divina», de tal modo, que ni siquiera el Papa, tiene mayor poder que un simple sacerdote, para la consagración del Cuerpo de Cristo: «No tiene el Papa mayor poder que un simple sacerdote».
«Al mandar a los Apóstoles en la Última Cena: Haced esto en memoria mía (Lc 22,19; 1Cor 11,24.25), les ordena reiterar el rito del Sacrificio eucarístico de mi Cuerpo que será entregado y de mi Sangre que será derramada (Lc 22,19; 1Cor 11,24.25).
Enseña el Concilio de Trento que Jesucristo, en la Última Cena, al ofrecer su Cuerpo y Sangre sacramentados: “a sus apóstoles, a quienes entonces constituía sacerdotes del Nuevo Testamento, a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio, les mandó ... que los ofrecieran”».
Y esto por el poder divino, ya que existe «en la misma transformación, una selección que indica penetración extraordinaria; dentro de una misma cosa material hay algo que cambia y algo que permanece inmutable; además el cambio produce algo nuevo...». En la Divina Invocación, como llamaban muchos Santos Padres a la consagración, se da:
1. Una selección: entre la substancia y los accidentes;
2. Una penetración extraordinaria: distinguir ambos elementos, para que desaparezca uno y permanezca el otro;
3. Algo nuevo aparece: el Cuerpo entregado y la Sangre derramada de Cristo, bajo especie ajena, o sea, sacramental.
Por esto, la conversión del pan y del vino en la Misa, implica dificultades más grandes que respecto a la creación del mundo, como dice Santo Tomás de Aquino: «En esta conversión hay más cosas difíciles que en la creación, en la que sólo es difícil hacer algo de la nada. Crear, sin embargo, es propio de la Causa Primera, que no presupone nada para su operación. Pero en la conversión sacramental (de la Eucaristía) no sólo es difícil que este todo (el pan y el vino) se transforme en este otro todo (el Cuerpo y la Sangre de Cristo), de modo que nada quede del anterior, cosa que no pertenece al modo corriente de producir, sino que también queden los accidentes desaparecida la substancia...».
Queridos hermanos y hermanas:
Crezcamos siempre en la fe y el amor a Nuestro Señor presente en la Eucaristía. Estimemos por«justa y conveniente» la palabra exacta que expresa la conversión del pan y del vino: ¡Transubstanciación!, que debería sonar en nuestros oídos como música celestial.
Y admiremos siempre el poder de Dios que allí se manifiesta, como lo hace el pueblo fiel que dice, con las palabras del Apóstol Tomás, después de ocurrida la transustanciación: ¡Señor mío y Dios mío! (Jn 20,28).
Autor: P. Carlos Miguel Buela, con información de Catholic.net
miércoles, 6 de junio de 2012
Las "pequeñas" virtudes según Marcelino Champagnat
LAS "PEQUEÑAS" VIRTUDES : ÚNICO MEDIO DE ESTABLECER Y
FOMENTAR LA UNIÓN Y EL ORDEN EN LAS COMUNIDADES
(Del libro "Consejos, Instrucciones, Sentencias", del Hno. Juan Bautista Furet)
San Marcelino Champagnat describe algunas virtudes que aseguran el vivir siempre en unión, concordia y común acuerdo.
Las "pequeñas" virtudes, que son como los frutos, el adorno y corona de la caridad. El descuido o la carencia de las virtudes pequeñas: ésa es la causa principal, y tal vez la única, de las disensiones, división y discordia entre los hombres.
El Hermano Lorenzo fue un día a ver al Padre Champagnat y, con su acostumbrada sencillez, le dijo:
-Padre, vengo a manifestarle algo que me da mucha pena.
-Bienvenido, Hermano Lorenzo. Diga, dígame pronta y francamente el motivo de su pena.
-En la casa a la que me destinó hace pocos días, somos seis Hermanos. Si no me equivoco, creo poder afirmar que observamos la Regla en todos sus puntos. Los Hermanos, en mi opinión, son todos hombres virtuosos, que trabajan con celo en su santificación y salvación. Me parece que todos buscamos el bien y nos afanamos por conseguirlo.
No obstante, la unión entre nosotros no es perfecta. Esa unión es aún más floja en la comunidad de...1, que son nuestros vecinos más próximos y a los que vamos a visitar de vez en cuando. Y eso que son tres Hermanos de más reciedumbre cristiana y fervor religioso que nosotros. Pues bien, con frecuencia me pregunto:
¿Cuál puede ser la causa de los leves roces que hay entre nosotros? ¿Por qué no es perfecta la unión entre hermanos tan observantes y que tanto se afanan por su adelanto espiritual? ¿Cómo es posible que la caridad perfecta, la unión de los corazones y la conformidad de sentimientos dejen que desear entre nuestros Hermanos vecinos, que son, así y todo, hombres de virtud sólida? Ése es el motivo de mi pena, Padre. Tenga la bondad de darme una explicación del porqué de tantas desavenencias domésticas y señalarme sus remedios.
-Querido Hermano, tiene razón al decir que los hermanos con los que está viviendo y los de la comunidad vecina son virtuosos: lo son de veras y le confieso con sumo agrado que los tengo por buenos religiosos. ¿A qué se debe que no haya unión perfecta entre todos ellos? Podría limitarme a decirle que en todas partes se cuecen habas y que hasta los hombres más virtuosos tienen defectos y están expuestos a cometer faltas, ya que el justo -dice la Sagrada Escritura- cae siete veces al día 2. Pero me parece mejor tratar seriamente el problema y explicarle bien mi parecer sobre este punto.
Se puede ser sólidamente virtuoso y tener mal carácter. Pero ocurre que, para alterar la unión de una comunidad y hacer sufrir a todos sus miembros, basta el mal talante de un solo Hermano. Puede uno ser regular, piadoso y tener afán de santificación; puede uno, en una palabra, amar a Dios y al prójimo sin tener la perfección de la caridad, a saber, las "pequeñas" virtudes, que son como los frutos, el adorno y corona de la caridad. Pues bien, sin la práctica diaria, habitual, de las "pequeñas" virtudes, no se da la unión perfecta en las comunidades. El descuido o la carencia de las virtudes pequeñas: ésa es la causa principal, y tal vez la única, de las disensiones, división y discordia entre los hombres.
-Dispense, Padre, pero no acabo de ver qué entiende por "pequeñas" virtudes. ¿Tendría la bondad de explicármelo?
-Aunque es un poco larga la enumeración y definición de dichas virtudes, se la voy a dar 3. Son virtudes pequeñas o escondidas:
1. La indulgencia o facilidad para excusar las faltas ajenas, reducirlas a menos e incluso perdonarlas, aunque no pueda uno permitirse semejante indulgencia consigo mismo. San Bernardo nos ofrece un ejemplo maravilloso de ese espíritu de indulgencia. «Hermanos -decía a sus monjes-, podéis tratarme como os parezca, me he propuesto amaros siempre, aunque no me améis vosotros. Seguiré afecto a vosotros, aun a vuestro pesar.
Si me lanzáis insultos, los aguantaré pacientemente; agacharé la cabeza ante los denuestos; venceré vuestros rudos modales con nuevos beneficios; iré al encuentro de quienes rechacen mis atenciones; haré bien a los ingratos; honraré a los que me desprecien, ya que somos todos miembros del mismo cuerpo» 4.
2. La disimulación caritativa, que no se da por enterada de los defectos, yerros, faltas o despropósitos del prójimo, y todo lo aguanta sin protestar ni quejarse: Revestíos de entrañas de compasión... sufriéndoos y perdonándoos mutuamente (Col 3, 1 2-1 3). Os conjuro que andéis con paciencia, soportándoos unos a otros con caridad (Ef 4, 1-2), exhorta san Pablo. ¿Por qué no dice el Apóstol: reprended, corregid, castigad, sino soportad? Porque, generalmente, no tenemos encargo de corregir, oficio propio de los Superiores; nuestro deber es solamente soportar. Porque, incluso si nos reprenden, hemos de aguantar, pues hay defectos que sólo se curan con el ejercicio de la paciencia y de la tolerancia. Los hay, además, que aun en las almas virtuosas no se corrigen a pesar de todos los esfuerzos, y que Dios deja para que se ejerciten en la virtud el que los tiene y los que han de vivir con él.
3. La compasión, que comparte las penas de los que sufren para suavizárselas, llora con los que lloran, participan en las dificultades de todos y se afana por aliviarlas, o carga personalmente con ellas.
4. La alegría santa, que toma también para sí los gozos ajenos con el fin de acrecentarlos y proporcionar a sus colegas todos los consuelos y dicha de la virtud y de la vida de comunidad. San Pablo nos ofrece un admirable ejemplo de la caridad que adopta todas las formas para ser útil al prójimo: Híceme flaco con los flacos, por ganar a los flacos. Híceme todo para todos, por salvar a todos (1 Co 9, 22). ¿Quién enferma, que no enferme yo con él? ¿Quién se escandaliza, que yo no me requeme? (2 Co 1 1 , 29).
San Cipriano, que seguía fielmente las huellas del Apóstol, decía a su grey: «Hermanos míos, comparto todos vuestros dolores y todas vuestras alegrías; estoy enfermo con los enfermos, el amor que os profeso me hace sentir todas vuestras aflicciones y todas vuestras alegrías» 5.
5. La tolerancia, que no impone nunca, sin graves motivos, las propias opiniones a nadie, sino que admite fácilmente lo que haya de bueno y juicioso en las ideas de un Hermano, y aplaude sin dentera sus aciertos y pareceres, con miras a salvar la unión y la caridad fraterna. Huye de contiendas de palabras (2 Tm 2, 14), manda san Pablo. Hay quien replicará: Mi actitud está justificada, no puedo tolerar las necedades o tonterías de los Hermanos. Oíd lo que contesta Belarmino: «Una onza de caridad vale más que cien libras de razón» 6. Manifestad vuestra opinión con miras a fomentar el diálogo, pero luego dejad que la rebatan sin defenderla: es preferible ceder y transigir con lo que digan los demás. San Eloy decía que, en esa clase de lides, el vencedor es el que cede, porque supera a los otros en virtud 7. San Efrén aseguraba que siempre había cedido en las discusiones, con el fin de mantener la paz general 8, y san José de Calasanz agregaba: «Quien desee la paz, no contradiga a nadie» 9.
6. La solicitud caritativa, que se adelanta a las necesidades del prójimo para ahorrarle la pena de sentirlas y la humillación que supone tener que pedir ayuda. Es la bondad de corazón, incapaz de negar nada, que está siempre al acecho para prestar servicio, complacer y obsequiar a todos. San Hugo, obispo de Grenoble, se retiraba de vez en cuando a la Cartuja Mayor para vivir, bajo la guía de san Bruno, como un religioso más. En cierta ocasión le tocó ser compañero de un monje llamado Guillermo. (En cada celda o habitación vivían entonces dos cartujos). Pues bien, fray Guillermo se quejó amargamente del obispo ante san Bruno. ¿Sabéis cuál fue su queja? Que, con gran pesar suyo, el santo obispo realizaba las faenas más humildes y penosas, y se portaba no como compañero, sino como criado, prestándole los servicios más bajos. Rogó, pues, instantemente a san Bruno que moderara aquella humildad y solicitud del santo obispo y diera orden de que las labores humildes de la celda fuesen compartidas igualmente por los dos. A su vez, san Hugo suplicaba también con insistencia a san Bruno que le permitiera satisfacer su devoción y entregarse con solicitud al servicio de su hermano 10. Tales son las contiendas de los santos. ¡Cuán adecuadas para fomentar la paz!
7. La afabilidad, que atiende a los importunos sin manifestar la menor impaciencia y está siempre lista para correr en ayuda de los que reclaman su auxilio; que instruye a los ignorantes sin aparentar cansancio ni fastidio. San Vicente de Paúl nos ofrece un maravilloso ejemplo de esta virtud. Se lo vio interrumpir el diálogo que mantenía con personas de condición noble, para repetir cinco veces el mismo encargo a alguien que no acababa de entenderlo, y decírselo la última vez con la misma serenidad que la primera. Se lo vio escuchar, sin el menor asomo de impaciencia, a personas humildes que hablaban torpe y prolongadamente; se lo vio, abrumado de negocios como solía estar, permitir que, treinta veces en un día, le interrumpieran personas escrupulosas que no hacían sino repetirle machaconamente las mismas cosas con términos diferentes; escucharlas hasta el fìnal con admirable paciencia, escribirles a veces de su puño y letra lo que les había dicho, y explicárselo con más detención cuando no acababan de entenderlo; finalmente, interrumpir el rezo del oficio y el sueño para prestar servicio al prójimo 11.
8. La urbanidad y decoro. Es la inclinacíón a anticiparse a todos en testimoniar respeto, miramientos y deferencias, y a ceder siempre el primer puesto para honrar a los demás. "Anticipaos unos a otros en las señales de honor y deferencia" (Rm 12, 10), aconseja san Pablo. Tributadas con sinceridad, tales deferencias fomentan el amor mutuo, igual que el aceite sirve de pábulo para la llama de la lámpara: sin esos miramientos se apagan la unión y la caridad fraterna.
A todo el mundo le gusta verse honrado, y ello se debe a un sentimiento recóndito que nos hace sentir mucho el desprecio y nos vuelve pundonorosos: de ahí que le agrade a uno verse tratado con respeto y se crea obligado a pagar con idéntìca moneda. «Ama -dice san Juan Crisóstomo- y se te amará; alaba a los demás, y ellos te alabarán; respétalos, y te respetarán; condesciende con ellos, y tendrán para contigo toda clase de miramientos» 12.
No maltrates a nadie, no faltes a nadie; guárdate de despreciar a uno solo de tus hermanos, o manifestarle rudeza porque tiene defectos. ¿Te mofas de tu mano o tu pie cuando tienen úlceras, malformaciones o magulladuras? ¿No los cuidas, por el contrario, con más solicitud? ¿No los tratas con más delicadeza que cuando estaban sanos? 13.
9. La condescendencia, que satisface sin dificultad los deseos del prójimo, no teme rebajarse por complacer a los inferiores, atiende con gusto sus razones, aunque alguna vez carezcan de fundamento.
«Tener condescendencia -dice san Francisco de Sales- es doblegarse al beneplácito de todos en cuanto no vaya contra la voluntad divina o la recta razón; ser susceptìble, cual bola de cera blanda, de recibir todas las formas, con tal de que sean buenas, y no buscar los propios intereses sino los del prójimo y la gloria de Dios. La condescendencia es hija de la caridad, pero hay que evitar el confundirla con cierta debilidad de carácter que impide corregir las faltas ajenas cuando hay obligación de hacerlo: no se trata, en tal caso, de un acto de virtud, sino al revés, de participación en las faltas del prójimo». La condescendencia con el talante ajeno y el soportar al prójimo eran las virtudes predilectas de san Francisco de Sales. No cesaba de aconsejarlas a los que se ponían bajo su guía. Decía con frecuencia que es mucho más fácil amoldarse uno a los deseos de los demás, que pretender doblegar todo el mundo al propio humor y a las opiniones personales. No se podía dar con persona más complaciente y mansa que él, pero tampoco más hábil y animosa para corregir y reprender 14.
10. La abnegación y entrega en favor del bien común, que inclina a preferir los intereses de la comunidad e incluso los de cada uno de sus miembros a los propios, y a sacrificarse por el bien de los Hermanos y la prosperidad de la Congregación.
11. La paciencia, que se calla, aguanta, sigue aguantando, y no se cansa nunca de hacer favores aun a los ingratos.
San Euquerio, abad, era tan paciente, que Ilevaba esa virtud hasta el extremo de dar las gracias a los que le hacían sufrir 15.
El hombre colérico se parece al enfermo de calentura, y el hombre paciente al médico que mitiga los accesos de fiebre y devuelve la dicha y la paz a los que la han perdido por la ira.
Guardaos de la impaciencia y alteración ante los defectos ajenos. «Si vieras a uno que se arroja al río -dice san Buenaventura-, ¿darías pruebas de prudencia arrojándote también, sólo porque él se haya arrojado?» 16. Tolerad, pues, con paciencia las imperfecciones, defectos y molestias del prójimo: no hay mejor remedio para tener paz y fomentar la unión con todos.
12. La ecuanimidad y buen talante, que ayuda a conservar el equilibrio; a no dejarse llevar de una alegría loca, del arrebato, el tedio, la melancolía o el mal humor; antes bien, a permanecer siempre bondadoso, alegre, afable y satisfecho de todo.
Las "pequeñas" virtudes son virtudes sociales, es decir, útiles a más no poder para todo el que viva en la sociedad de los seres racionales. Sin ellas no se podría gobernar este mundo pequeño en el que nos toca vivir, y las comunidades se hallarían en continuo alboroto y desorden. Sin la práctica de tales virtudes no hay paz doméstica, que es el mejor alivio en medio de las penas que nos afligen en este valle de lágrimas. ¡Ay!, qué desdichada es la comunidad en la que no se hace caso alguno de las virtudes pequeñas: Superiores y súbditos, jóvenes y ancianos, todos viven en discordia. Sin el amor y la práctica de esas virtudes no es posible que tres religiosos vivan juntos bajo el mismo techo. Sin el amor y la práctica de esas virtudes la casa religiosa se convierte en un presidio o un infierno.
¿Queréis que vuestra casa se convierta en un paraíso de concordia? Daos a la práctica fiel de las "pequeñas" virtudes: ellas son las que constituyen la dicha de las casas religiosas.
Voy a exponerle todavía unos motivos que nos pueden animar a la práctica de esas virtudes:
1° Las flaquezas del prójimo. Sí, todos los hombres son débiles, y por eso hay tantos defectos. Éste es suspicaz y examina minuciosamente cuanto se dice o hace; ése es quisquilloso y continuamente le acosa la idea de que se lo mira mal, se le falta, se desconfía de él, etc. Aquél es víctima del desaliento y la menor dificultad lo amilana, lo vuelve melancólico, pesado para sí y para los demás. El de más allá es vivo como la cendra, se inflama en cuanto se le dirige una palabra. En resumidas cuentas, cada uno tiene su flaco y propensión a diversos defectillos e imperfecciones que han de aguantarse y que proporcionan continuas ocasiones de practicar las "pequeñas" virtudes. Es justo y razonable tolerar esas flaquezas y se han de aguantar, por consiguiente, todas las debilidades del prójimo.
2° La pequeñez de los defectos que se han de soportar. La mayor parte de los religiosos, por su virtud y a menudo por simple educación, no incurren en defectos groseros. Bien miradas, las flaquezas que hemos de soportar en nuestros hermanos son, las más de las veces, meras imperfecciones, arranques de genio, debilidades que de ningún modo empecen para que sean, los que las tienen, almas selectas, de fondo excelente, de conciencia timorata y virtud sólida. Un hombre virtuoso y de buen criterio puede aguantar de sobra semejantes flaquezas en esas almas.
3° Considérese no sólo la parvedad de la materia, sino la ausencia de cualquier falta. En efecto, son cosas indiferentes de por sí, y que no pueden tildarse de faltas, las que hemos de soportar en el prójimo. Tales son ciertas facciones del rostro, fisonomía, timbre de voz, modales que no nos agradan, achaques del cuerpo o del alma que nos repugnan, etc. Recordemos también aquí la diversidad de caracteres y su posible choque con el nuestro. Uno es naturalmente alegre, el otro serio; hay quien es tímido y quien es atrevido; éste es demasiado lento y se le ha de esperar, aquél es demasiado vivo e impetuoso y quisiera hacernos tomar el paso del tren o del telégrafo 17. La razón pide que vivamos en paz en medio de esa diversidad de temperamentos, y nos acomodemos al talante de los demás con flexibilidad, paciencia y benignidad. Alterarse por esa diferencia de temperamento estaría tan fuera de razón como enfadarse porque haya a quien le agrade una fruta o un dulce que a nosotros no nos gusta 18.
4° Todos necesitamos que nos aguanten. No hay nadie tan bueno y cabal, que pueda prescindir de la comprensión ajena.
Hoy me tocará tolerar con paciencia a una persona; mañana le tocará a ella, o a otra, aguantarme a mí. Sería totalmente injusto pedir miramientos, cortesía, y no corresponder sino con altanería y rudeza.
¿Te atreverías a decir que no tienes defectos, absolutamente nada que pueda molestar al prójimo? Escucha lo que se le respondió a alguien que se las daba de perfecto:
«Hermano, aunque se crea buen religioso y yo mismo lo tenga por tal, le confieso que sufro un martirio con usted. No quiere pan sino tierno, porque tiene mala dentadura; yo no lo puedo tolerar, me resulta indigesto y sólo quisiera pan duro. Ha dado usted orden de que le traigan la sopa muy caliente, casi hirviendo; a mí me gusta fría. No permite que sirvan ensalada, porque está débil de pecho; yo no comería otra cosa, y no tenerla me supone un gran sacrificio. No quiere usted ver en la mesa otra fruta que la cocida; a mí no me gusta más que la cruda e incluso sin madurar del todo. No puede aguantar la menor corriente, y nos obliga a mantener siempre cerradas todas las ventanas; yo no estoy a gusto sino al aire libre; de seguir mis preferencias y tratarme conforme a lo que necesito, abriría de par en par todas las puertas y ventanas. Durante los recreos siempre quiere estar sentado; con frecuencia, yo preferiría pasear. Todavía hay un sinnúmero de cosas que usted hace por necesidad o por antojo, que me aburren y fastidian a más no poder. Es usted un iluso, querido Hermano, si piensa que nadie tiene la menor cosa que sufrir junto a usted. A pesar de su virtud, que reconozco, le puedo asegurar que es para mí causa de continuos sacrificios y aguante; pero no se lo digo en son de queja, porque tengo también mis defectos y necesito que usted me los tolere» 19.
5° Los lazos que nos unen con las personas a las que hemos de aguantar. Abrahán decía a Lot: Ruégote no haya disputa entre nosotros, ni entre mis pastores y los tuyos pues somos hermanos (Gn 13, 8). ¡Qué motivo más hermoso y conmovedor! Las personas cuyos defectos hemos de tolerar son, efectivamente, hermanos nuestros en Jesucristo: todos los miembros del Instituto somos hijos del mismo padre, nuestro Fundador; no tenemos sino una madre, la Virgen Santísima. Oigamos a nuestro venerado Padre cuando exclama: «¿Puede acaso nuestra divina Madre contemplar insensible que mantengamos sentimientos rencorosos o de mera antipatía contra algún Hermano, al que Ella ama tal vez más que a nosotros mismos? Os lo pido por Dios, ¡no causemos semejante pena y dolor a su corazón de Madre!» 20.
Las personas a las que hemos de aguantar son amigos de Jesucristo: comparten nuestra vocación, forman con nosotros una sola familia, trabajan con el mismo fin que nosotros; contamos con ellos para el desempeño de nuestro oficio; son nuestros colaboradores en un ministerio común. ¡Cuántos motivos para amarlos, prestarles servicios y soportar con toda paciencia sus defectos!
6° La excelencia de esas virtudes. Ahora me arrepiento de haberlas llamado «pequeñas», pero no es mía esa expresión, es de san Francisco de Sales 21. Son pequeñas porque apuntan, por su objeto, a cosas menudas: una palabra, un gesto, una mirada, un detalle de cortesía; pero son muy grandes, si uno examina el principio que las informa y el fin que tienen.
Para un buen religioso, la práctica de las "pequeñas" virtudes es un continuo ejercicio de caridad para con el prójimo. Ahora bien, la caridad es la primera y más excelente de las virtudes. Por eso, el ejercicio de las "pequeñas" virtudes es el que forma a los hombres sólidamente virtuosos: razón de mucho peso, que nos las hace amar y facilita su práctica.
NOTAS (Del Hno. Aníbal Cañón Presa)
1 No es fácil saber de qué comunidades se trata. Hay, en nuestro Archivo General, una laguna enorme referente a las listas de destino de los primeros Hermanos. De las de puño y letra del Fundador, se conservan la primera y la última. Ésta puede verse en CSG 1, 292-294. Basándonos en ella para la importancia de las escuelas por el número de religiosos, y en los datos recogidos por el Hermano Raymond Borne, archivero, podría conjeturarse, sin exceso de garantía, que se trata de Mornant (donde el H. Lorenzo permaneció de 1826 a 1837) y de Millery.
2 Cf. Pr 24, 16. En CM 2, 233, nota 4, ya hicimos observar que, en ese versículo, se agrega inmediatamente: "volverá a levantarse". "En algunos manuscritos se lee ´siete veces al día cae el justo´. No parece auténtica la adición ´al día´, dado que no se encuentra en texto alguno antiguo, ni hebreo ni griego. Tampoco se encuentra en el siríaco ni en la Vulgata. Pudiera provenir del Sal 119, 164, o Lc 17, 4" (Gabriel PÉREZ RODRÍGUEZ: BAC 218, 809). Justo J. SERRANO, en BAC 293, 504-505, precisa que la expresión ´in die´ aparece por vez primera en las Collationes de Casiano (PL 49, 1236).
3 San Francisco de Sales, en la Introd. a la vida devota 3, 2, cita once pequeñas virtudes: paciencia, bondad, mortificación, humildad, obediencia, pobreza, castidad, dulzura con el prójimo, tolerancia de imperfecciones, diligencia y santo fervor (cf. BAC 109, 127).
4 No se lo decía a sus propios monjes, sino a los Premostratenses, de quienes había recibido quejas muy amargas. "Ego autem, fratres, quidquid faciatis, decrevi semper diligere vos, etian non dilectus... Adhaerebo vobis, etsi nolitis: adhaerebo, etsi nolim ipse... Cum turbatis, ero pacificus, conturbantibus quoque dabo locum irae, ne diabolo dem. Vincar iurgiis, vincam obsequiis. Invitis praestabo, ingratis adiciam, honorabo et contemnentes me" (PL 182, 458). El H. Furet pudo tomarlo de BARBIER, TCL 1, 66.
5 Tomado de BARBIER, TCL 1, 68. He aquí el texto latino: "Doleo, fratres, doleo vobiscum... Cum plangentibus plango, cum deflentibus defleo, cum iacentibus iacere me credo... In prostratis fratribus et me prostravit affectus,> (De Lapsis, 4: PL 481-482).
6 «Une once de bonne volonté, dit le cardinal Bellarmin (In Psalm), vaut mieux qu´une livre de victoire" (BARBIER, TCL 1, 63; 3, 637). S. ALFONSO también trae la cita en MS 12, 2, 5.
7 Citado también por S. ALFONSO (loc. cit.). El H. Juan Bautista ha copiado íntegramente este párrafo, desde "Mais j´entends quelqu´un (en vez de quelqu´une) me dire", que hemos traducido por "Hay quien replicará".
8 Vid. cap. XXIV, nota 28.
9 "Qui in Religione pacem vult habere cum fratribus, nemini contradicat" (Sententia 42). Fierro Gasca la traduce así: "A nadie contradiga el que en la Religión quiera tener paz con sus hermanos" (Vida de S. José de Calasanz, por TIMÓN-DAVID, Zaragoza 1905, p. 486).
Nuestro H. Juan Bautista, al dar todos estos ejemplos, sigue a S. Alfonso en el lugar ya citado.
10 La "Vita altera" de S. Bruno condensa notablemente lo que la "Vita antiquior" y la "Vita tertia" refieren con cierta amplitud. He aquí el relato de la última: «Eratque (S. Hugo) cum eis (monachis), non ut dominus aut episcopus, sed ut socius et frater humillimus et ad cunctorum, quantum in ipso erat, obsequia paratissimus, adeo ut vir venerabilis Guilhelmus, prior tunc sancti Laurentii, postea S. Theofredi abbas, magistro Brunoni etiam ipse religiosa devotione non mediocriter alligatus, beati Hugonis contubernalis (bini quippe tunc per singulas inhabitabant cellas) apud magistrum Brunonem non leviter conqueretur, quod pene omnia, ad humilitatem spectantia, intra cellam sibi praeriperet officia, et episcopus non secum saltem ut socius, sed potius conversaretur ut famulus, non licere sibi, tristis asserens, ex servilibus operibus quidquam attingere, quae iuxta morem debebant per vices efficere, eo sibi cuncta praeripiente» (PL 152, 538).
11 Pueden leerse esos rasgos edificantes en Louis ABELLY, "Vie de S. Vincent de Paul" 2, 321-322 (Debécourt, Paris 1843).
12 "San Crisóstomo nota esto muy bien sobre aquellas palabras de Cristo: Lo que queréis que hagan los hombres con vos hacedlo vos con ellos (Mt 7, 12). Dice el Santo: ¿Oueréis recibir beneficios? Hacedlos vos al otro... ¿Oueréis que os den la ventaja y lo mejor y más honrado? Ceded vos primero de eso y procurad darlo a otro" (RODRlGUEZ, EP, 1, 4, 7: EPAP 218). Inmediatamente antes, Rodríguez dice: «Y así dijo allá Séneca: Si quieres ser amado, ama". Séneca, que daba ese consejo a su discípulo Lucilio (Epist 9), lo había tomado de Hecatón. Santa Teresa acertó a decir lo mismo, refiriéndose al amor de Dios: "Amor saca amor" (BAC 212, 103). Y S. Juan de Ávila: "Fuego con fuego se enciende, amor con amor se cría" (BAC 303, 335).
13 Antes de la cita de S. Juan Crisóstomo, el H. Furet repite, en parte, la doctrina de Saint Jure a que nos hemos referido en nota 45 del cap. XXIV. Y sigue copiando: "Vous moquez-vous de votre main ou de votre pied quand il a des ulcères, qu´il est malfait ou souillé? Au contraire, n´en avez-vous pas plus de soin, et ne le traitez-vous pas avec plus de douceur que s´il était sain? (HR 4, 144).
14 Véanse los capítulos 10-14 de la 2ª parte de su Vida, por HAMON (Gabalda, Paris 1909). En el c. 10, p. 442, se cita su afirmación: "J´ai plus tót fait, disait-il, de condescendre au vouloir d´autrui que d´amener les autres à faire ce que je veux".
15 Probable confusión del H. Furet: no se trata del abad Euquerio, sino del abad Esteban: "L´abbé Étienne était si patient, que celui qui l´insultait ne pouvait s´empêcher de voir et de croire que ce saint l´aimait. II poussait la vertu jusqu´à remercier ceux qui le faisaient souffrir" (BARBIER, TCL 3, 634).
16 Sabido es cuántas obras y, por consiguiente, cuántas sentencias se atribuyen a S. Buenaventura. Lo más próximo que he podido hallar -y también en "opere suppositicio" -es lo siguiente: "Sed, o homo, numquid in altum contemplationis ascendisti, ut sic faciens, aliosque iudicans, debeas maius praecipitium sustinere?" (Stimulus Amoris 3, 8: Opera omnia 12, 631: Louis Vivès, Paris 1868).
17 El doble símil del tren y del telégrafo se suprimió en la edición española de 1955. Las francesas de 1914 y 1927 habían sustituido "le télégraphe", por "l´électricité",, y la española de 1901, en vez del "tren" puso el "vapor".
18 Suprimida igualmente esta comparación en la edición española de 1955.
19 ¿Se trataría del H. Juan Pedro (Deville)? Cf. CM 1, 331 y 517; CM 2, 59-60, 344, 346-347. Por supuesto, las numerosas y exageradas antítesis denuncian el artificio de la composición de este capítulo, que confirmamos en la nota siguiente.
20 De una carta del Fundador al H. Dionisio (Bron. Vid. CM 1, 512, nota 10, donde ya avisamos que el final de la misiva era una añadidura del H. Juan Bautista. Ya era un buen patinazo. Pero lo es mucho mayor todo este capítulo, en cuanto al intento de presentarlo como una instrucción particular del Fundador al H. Lorenzo. ¿A quién iba a hacer creer que había asistido personalmente a dicha entrevista y tomado estenográficamente toda la instrucción de labios del Fundador? Porque se requería todo ello para dárnosla tan sistematizada. Y, si ya era un colmo poner en labios del P. Champagnat citas de la obra de Barbier, publicada por vez primera en 1856, aquí asoma demasiado la oreja, exhortándonos a escuchar al Fundador, que es quien -según el hilo del relato- está instruyendo al H. Lorenzo.
21 Vid. nota 3 de este mismo capítulo. En CSG 3, 97-102, el R. H. Luis María refiere también la instrucción del P. Champagnat sobre las virtudes llamadas "pequeñas", pero reduce considerablemente la instrucción del Fundador. Lo más probable, de todas formas, es que sea el H. Juan Bautista quien la haya corregido y aumentado.
FOMENTAR LA UNIÓN Y EL ORDEN EN LAS COMUNIDADES
(Del libro "Consejos, Instrucciones, Sentencias", del Hno. Juan Bautista Furet)
San Marcelino Champagnat describe algunas virtudes que aseguran el vivir siempre en unión, concordia y común acuerdo.
Las "pequeñas" virtudes, que son como los frutos, el adorno y corona de la caridad. El descuido o la carencia de las virtudes pequeñas: ésa es la causa principal, y tal vez la única, de las disensiones, división y discordia entre los hombres.
El Hermano Lorenzo fue un día a ver al Padre Champagnat y, con su acostumbrada sencillez, le dijo:
-Padre, vengo a manifestarle algo que me da mucha pena.
-Bienvenido, Hermano Lorenzo. Diga, dígame pronta y francamente el motivo de su pena.
-En la casa a la que me destinó hace pocos días, somos seis Hermanos. Si no me equivoco, creo poder afirmar que observamos la Regla en todos sus puntos. Los Hermanos, en mi opinión, son todos hombres virtuosos, que trabajan con celo en su santificación y salvación. Me parece que todos buscamos el bien y nos afanamos por conseguirlo.
No obstante, la unión entre nosotros no es perfecta. Esa unión es aún más floja en la comunidad de...1, que son nuestros vecinos más próximos y a los que vamos a visitar de vez en cuando. Y eso que son tres Hermanos de más reciedumbre cristiana y fervor religioso que nosotros. Pues bien, con frecuencia me pregunto:
¿Cuál puede ser la causa de los leves roces que hay entre nosotros? ¿Por qué no es perfecta la unión entre hermanos tan observantes y que tanto se afanan por su adelanto espiritual? ¿Cómo es posible que la caridad perfecta, la unión de los corazones y la conformidad de sentimientos dejen que desear entre nuestros Hermanos vecinos, que son, así y todo, hombres de virtud sólida? Ése es el motivo de mi pena, Padre. Tenga la bondad de darme una explicación del porqué de tantas desavenencias domésticas y señalarme sus remedios.
-Querido Hermano, tiene razón al decir que los hermanos con los que está viviendo y los de la comunidad vecina son virtuosos: lo son de veras y le confieso con sumo agrado que los tengo por buenos religiosos. ¿A qué se debe que no haya unión perfecta entre todos ellos? Podría limitarme a decirle que en todas partes se cuecen habas y que hasta los hombres más virtuosos tienen defectos y están expuestos a cometer faltas, ya que el justo -dice la Sagrada Escritura- cae siete veces al día 2. Pero me parece mejor tratar seriamente el problema y explicarle bien mi parecer sobre este punto.
Se puede ser sólidamente virtuoso y tener mal carácter. Pero ocurre que, para alterar la unión de una comunidad y hacer sufrir a todos sus miembros, basta el mal talante de un solo Hermano. Puede uno ser regular, piadoso y tener afán de santificación; puede uno, en una palabra, amar a Dios y al prójimo sin tener la perfección de la caridad, a saber, las "pequeñas" virtudes, que son como los frutos, el adorno y corona de la caridad. Pues bien, sin la práctica diaria, habitual, de las "pequeñas" virtudes, no se da la unión perfecta en las comunidades. El descuido o la carencia de las virtudes pequeñas: ésa es la causa principal, y tal vez la única, de las disensiones, división y discordia entre los hombres.
-Dispense, Padre, pero no acabo de ver qué entiende por "pequeñas" virtudes. ¿Tendría la bondad de explicármelo?
-Aunque es un poco larga la enumeración y definición de dichas virtudes, se la voy a dar 3. Son virtudes pequeñas o escondidas:
1. La indulgencia o facilidad para excusar las faltas ajenas, reducirlas a menos e incluso perdonarlas, aunque no pueda uno permitirse semejante indulgencia consigo mismo. San Bernardo nos ofrece un ejemplo maravilloso de ese espíritu de indulgencia. «Hermanos -decía a sus monjes-, podéis tratarme como os parezca, me he propuesto amaros siempre, aunque no me améis vosotros. Seguiré afecto a vosotros, aun a vuestro pesar.
Si me lanzáis insultos, los aguantaré pacientemente; agacharé la cabeza ante los denuestos; venceré vuestros rudos modales con nuevos beneficios; iré al encuentro de quienes rechacen mis atenciones; haré bien a los ingratos; honraré a los que me desprecien, ya que somos todos miembros del mismo cuerpo» 4.
2. La disimulación caritativa, que no se da por enterada de los defectos, yerros, faltas o despropósitos del prójimo, y todo lo aguanta sin protestar ni quejarse: Revestíos de entrañas de compasión... sufriéndoos y perdonándoos mutuamente (Col 3, 1 2-1 3). Os conjuro que andéis con paciencia, soportándoos unos a otros con caridad (Ef 4, 1-2), exhorta san Pablo. ¿Por qué no dice el Apóstol: reprended, corregid, castigad, sino soportad? Porque, generalmente, no tenemos encargo de corregir, oficio propio de los Superiores; nuestro deber es solamente soportar. Porque, incluso si nos reprenden, hemos de aguantar, pues hay defectos que sólo se curan con el ejercicio de la paciencia y de la tolerancia. Los hay, además, que aun en las almas virtuosas no se corrigen a pesar de todos los esfuerzos, y que Dios deja para que se ejerciten en la virtud el que los tiene y los que han de vivir con él.
3. La compasión, que comparte las penas de los que sufren para suavizárselas, llora con los que lloran, participan en las dificultades de todos y se afana por aliviarlas, o carga personalmente con ellas.
4. La alegría santa, que toma también para sí los gozos ajenos con el fin de acrecentarlos y proporcionar a sus colegas todos los consuelos y dicha de la virtud y de la vida de comunidad. San Pablo nos ofrece un admirable ejemplo de la caridad que adopta todas las formas para ser útil al prójimo: Híceme flaco con los flacos, por ganar a los flacos. Híceme todo para todos, por salvar a todos (1 Co 9, 22). ¿Quién enferma, que no enferme yo con él? ¿Quién se escandaliza, que yo no me requeme? (2 Co 1 1 , 29).
San Cipriano, que seguía fielmente las huellas del Apóstol, decía a su grey: «Hermanos míos, comparto todos vuestros dolores y todas vuestras alegrías; estoy enfermo con los enfermos, el amor que os profeso me hace sentir todas vuestras aflicciones y todas vuestras alegrías» 5.
5. La tolerancia, que no impone nunca, sin graves motivos, las propias opiniones a nadie, sino que admite fácilmente lo que haya de bueno y juicioso en las ideas de un Hermano, y aplaude sin dentera sus aciertos y pareceres, con miras a salvar la unión y la caridad fraterna. Huye de contiendas de palabras (2 Tm 2, 14), manda san Pablo. Hay quien replicará: Mi actitud está justificada, no puedo tolerar las necedades o tonterías de los Hermanos. Oíd lo que contesta Belarmino: «Una onza de caridad vale más que cien libras de razón» 6. Manifestad vuestra opinión con miras a fomentar el diálogo, pero luego dejad que la rebatan sin defenderla: es preferible ceder y transigir con lo que digan los demás. San Eloy decía que, en esa clase de lides, el vencedor es el que cede, porque supera a los otros en virtud 7. San Efrén aseguraba que siempre había cedido en las discusiones, con el fin de mantener la paz general 8, y san José de Calasanz agregaba: «Quien desee la paz, no contradiga a nadie» 9.
6. La solicitud caritativa, que se adelanta a las necesidades del prójimo para ahorrarle la pena de sentirlas y la humillación que supone tener que pedir ayuda. Es la bondad de corazón, incapaz de negar nada, que está siempre al acecho para prestar servicio, complacer y obsequiar a todos. San Hugo, obispo de Grenoble, se retiraba de vez en cuando a la Cartuja Mayor para vivir, bajo la guía de san Bruno, como un religioso más. En cierta ocasión le tocó ser compañero de un monje llamado Guillermo. (En cada celda o habitación vivían entonces dos cartujos). Pues bien, fray Guillermo se quejó amargamente del obispo ante san Bruno. ¿Sabéis cuál fue su queja? Que, con gran pesar suyo, el santo obispo realizaba las faenas más humildes y penosas, y se portaba no como compañero, sino como criado, prestándole los servicios más bajos. Rogó, pues, instantemente a san Bruno que moderara aquella humildad y solicitud del santo obispo y diera orden de que las labores humildes de la celda fuesen compartidas igualmente por los dos. A su vez, san Hugo suplicaba también con insistencia a san Bruno que le permitiera satisfacer su devoción y entregarse con solicitud al servicio de su hermano 10. Tales son las contiendas de los santos. ¡Cuán adecuadas para fomentar la paz!
7. La afabilidad, que atiende a los importunos sin manifestar la menor impaciencia y está siempre lista para correr en ayuda de los que reclaman su auxilio; que instruye a los ignorantes sin aparentar cansancio ni fastidio. San Vicente de Paúl nos ofrece un maravilloso ejemplo de esta virtud. Se lo vio interrumpir el diálogo que mantenía con personas de condición noble, para repetir cinco veces el mismo encargo a alguien que no acababa de entenderlo, y decírselo la última vez con la misma serenidad que la primera. Se lo vio escuchar, sin el menor asomo de impaciencia, a personas humildes que hablaban torpe y prolongadamente; se lo vio, abrumado de negocios como solía estar, permitir que, treinta veces en un día, le interrumpieran personas escrupulosas que no hacían sino repetirle machaconamente las mismas cosas con términos diferentes; escucharlas hasta el fìnal con admirable paciencia, escribirles a veces de su puño y letra lo que les había dicho, y explicárselo con más detención cuando no acababan de entenderlo; finalmente, interrumpir el rezo del oficio y el sueño para prestar servicio al prójimo 11.
8. La urbanidad y decoro. Es la inclinacíón a anticiparse a todos en testimoniar respeto, miramientos y deferencias, y a ceder siempre el primer puesto para honrar a los demás. "Anticipaos unos a otros en las señales de honor y deferencia" (Rm 12, 10), aconseja san Pablo. Tributadas con sinceridad, tales deferencias fomentan el amor mutuo, igual que el aceite sirve de pábulo para la llama de la lámpara: sin esos miramientos se apagan la unión y la caridad fraterna.
A todo el mundo le gusta verse honrado, y ello se debe a un sentimiento recóndito que nos hace sentir mucho el desprecio y nos vuelve pundonorosos: de ahí que le agrade a uno verse tratado con respeto y se crea obligado a pagar con idéntìca moneda. «Ama -dice san Juan Crisóstomo- y se te amará; alaba a los demás, y ellos te alabarán; respétalos, y te respetarán; condesciende con ellos, y tendrán para contigo toda clase de miramientos» 12.
No maltrates a nadie, no faltes a nadie; guárdate de despreciar a uno solo de tus hermanos, o manifestarle rudeza porque tiene defectos. ¿Te mofas de tu mano o tu pie cuando tienen úlceras, malformaciones o magulladuras? ¿No los cuidas, por el contrario, con más solicitud? ¿No los tratas con más delicadeza que cuando estaban sanos? 13.
9. La condescendencia, que satisface sin dificultad los deseos del prójimo, no teme rebajarse por complacer a los inferiores, atiende con gusto sus razones, aunque alguna vez carezcan de fundamento.
«Tener condescendencia -dice san Francisco de Sales- es doblegarse al beneplácito de todos en cuanto no vaya contra la voluntad divina o la recta razón; ser susceptìble, cual bola de cera blanda, de recibir todas las formas, con tal de que sean buenas, y no buscar los propios intereses sino los del prójimo y la gloria de Dios. La condescendencia es hija de la caridad, pero hay que evitar el confundirla con cierta debilidad de carácter que impide corregir las faltas ajenas cuando hay obligación de hacerlo: no se trata, en tal caso, de un acto de virtud, sino al revés, de participación en las faltas del prójimo». La condescendencia con el talante ajeno y el soportar al prójimo eran las virtudes predilectas de san Francisco de Sales. No cesaba de aconsejarlas a los que se ponían bajo su guía. Decía con frecuencia que es mucho más fácil amoldarse uno a los deseos de los demás, que pretender doblegar todo el mundo al propio humor y a las opiniones personales. No se podía dar con persona más complaciente y mansa que él, pero tampoco más hábil y animosa para corregir y reprender 14.
10. La abnegación y entrega en favor del bien común, que inclina a preferir los intereses de la comunidad e incluso los de cada uno de sus miembros a los propios, y a sacrificarse por el bien de los Hermanos y la prosperidad de la Congregación.
11. La paciencia, que se calla, aguanta, sigue aguantando, y no se cansa nunca de hacer favores aun a los ingratos.
San Euquerio, abad, era tan paciente, que Ilevaba esa virtud hasta el extremo de dar las gracias a los que le hacían sufrir 15.
El hombre colérico se parece al enfermo de calentura, y el hombre paciente al médico que mitiga los accesos de fiebre y devuelve la dicha y la paz a los que la han perdido por la ira.
Guardaos de la impaciencia y alteración ante los defectos ajenos. «Si vieras a uno que se arroja al río -dice san Buenaventura-, ¿darías pruebas de prudencia arrojándote también, sólo porque él se haya arrojado?» 16. Tolerad, pues, con paciencia las imperfecciones, defectos y molestias del prójimo: no hay mejor remedio para tener paz y fomentar la unión con todos.
12. La ecuanimidad y buen talante, que ayuda a conservar el equilibrio; a no dejarse llevar de una alegría loca, del arrebato, el tedio, la melancolía o el mal humor; antes bien, a permanecer siempre bondadoso, alegre, afable y satisfecho de todo.
Las "pequeñas" virtudes son virtudes sociales, es decir, útiles a más no poder para todo el que viva en la sociedad de los seres racionales. Sin ellas no se podría gobernar este mundo pequeño en el que nos toca vivir, y las comunidades se hallarían en continuo alboroto y desorden. Sin la práctica de tales virtudes no hay paz doméstica, que es el mejor alivio en medio de las penas que nos afligen en este valle de lágrimas. ¡Ay!, qué desdichada es la comunidad en la que no se hace caso alguno de las virtudes pequeñas: Superiores y súbditos, jóvenes y ancianos, todos viven en discordia. Sin el amor y la práctica de esas virtudes no es posible que tres religiosos vivan juntos bajo el mismo techo. Sin el amor y la práctica de esas virtudes la casa religiosa se convierte en un presidio o un infierno.
¿Queréis que vuestra casa se convierta en un paraíso de concordia? Daos a la práctica fiel de las "pequeñas" virtudes: ellas son las que constituyen la dicha de las casas religiosas.
Voy a exponerle todavía unos motivos que nos pueden animar a la práctica de esas virtudes:
1° Las flaquezas del prójimo. Sí, todos los hombres son débiles, y por eso hay tantos defectos. Éste es suspicaz y examina minuciosamente cuanto se dice o hace; ése es quisquilloso y continuamente le acosa la idea de que se lo mira mal, se le falta, se desconfía de él, etc. Aquél es víctima del desaliento y la menor dificultad lo amilana, lo vuelve melancólico, pesado para sí y para los demás. El de más allá es vivo como la cendra, se inflama en cuanto se le dirige una palabra. En resumidas cuentas, cada uno tiene su flaco y propensión a diversos defectillos e imperfecciones que han de aguantarse y que proporcionan continuas ocasiones de practicar las "pequeñas" virtudes. Es justo y razonable tolerar esas flaquezas y se han de aguantar, por consiguiente, todas las debilidades del prójimo.
2° La pequeñez de los defectos que se han de soportar. La mayor parte de los religiosos, por su virtud y a menudo por simple educación, no incurren en defectos groseros. Bien miradas, las flaquezas que hemos de soportar en nuestros hermanos son, las más de las veces, meras imperfecciones, arranques de genio, debilidades que de ningún modo empecen para que sean, los que las tienen, almas selectas, de fondo excelente, de conciencia timorata y virtud sólida. Un hombre virtuoso y de buen criterio puede aguantar de sobra semejantes flaquezas en esas almas.
3° Considérese no sólo la parvedad de la materia, sino la ausencia de cualquier falta. En efecto, son cosas indiferentes de por sí, y que no pueden tildarse de faltas, las que hemos de soportar en el prójimo. Tales son ciertas facciones del rostro, fisonomía, timbre de voz, modales que no nos agradan, achaques del cuerpo o del alma que nos repugnan, etc. Recordemos también aquí la diversidad de caracteres y su posible choque con el nuestro. Uno es naturalmente alegre, el otro serio; hay quien es tímido y quien es atrevido; éste es demasiado lento y se le ha de esperar, aquél es demasiado vivo e impetuoso y quisiera hacernos tomar el paso del tren o del telégrafo 17. La razón pide que vivamos en paz en medio de esa diversidad de temperamentos, y nos acomodemos al talante de los demás con flexibilidad, paciencia y benignidad. Alterarse por esa diferencia de temperamento estaría tan fuera de razón como enfadarse porque haya a quien le agrade una fruta o un dulce que a nosotros no nos gusta 18.
4° Todos necesitamos que nos aguanten. No hay nadie tan bueno y cabal, que pueda prescindir de la comprensión ajena.
Hoy me tocará tolerar con paciencia a una persona; mañana le tocará a ella, o a otra, aguantarme a mí. Sería totalmente injusto pedir miramientos, cortesía, y no corresponder sino con altanería y rudeza.
¿Te atreverías a decir que no tienes defectos, absolutamente nada que pueda molestar al prójimo? Escucha lo que se le respondió a alguien que se las daba de perfecto:
«Hermano, aunque se crea buen religioso y yo mismo lo tenga por tal, le confieso que sufro un martirio con usted. No quiere pan sino tierno, porque tiene mala dentadura; yo no lo puedo tolerar, me resulta indigesto y sólo quisiera pan duro. Ha dado usted orden de que le traigan la sopa muy caliente, casi hirviendo; a mí me gusta fría. No permite que sirvan ensalada, porque está débil de pecho; yo no comería otra cosa, y no tenerla me supone un gran sacrificio. No quiere usted ver en la mesa otra fruta que la cocida; a mí no me gusta más que la cruda e incluso sin madurar del todo. No puede aguantar la menor corriente, y nos obliga a mantener siempre cerradas todas las ventanas; yo no estoy a gusto sino al aire libre; de seguir mis preferencias y tratarme conforme a lo que necesito, abriría de par en par todas las puertas y ventanas. Durante los recreos siempre quiere estar sentado; con frecuencia, yo preferiría pasear. Todavía hay un sinnúmero de cosas que usted hace por necesidad o por antojo, que me aburren y fastidian a más no poder. Es usted un iluso, querido Hermano, si piensa que nadie tiene la menor cosa que sufrir junto a usted. A pesar de su virtud, que reconozco, le puedo asegurar que es para mí causa de continuos sacrificios y aguante; pero no se lo digo en son de queja, porque tengo también mis defectos y necesito que usted me los tolere» 19.
5° Los lazos que nos unen con las personas a las que hemos de aguantar. Abrahán decía a Lot: Ruégote no haya disputa entre nosotros, ni entre mis pastores y los tuyos pues somos hermanos (Gn 13, 8). ¡Qué motivo más hermoso y conmovedor! Las personas cuyos defectos hemos de tolerar son, efectivamente, hermanos nuestros en Jesucristo: todos los miembros del Instituto somos hijos del mismo padre, nuestro Fundador; no tenemos sino una madre, la Virgen Santísima. Oigamos a nuestro venerado Padre cuando exclama: «¿Puede acaso nuestra divina Madre contemplar insensible que mantengamos sentimientos rencorosos o de mera antipatía contra algún Hermano, al que Ella ama tal vez más que a nosotros mismos? Os lo pido por Dios, ¡no causemos semejante pena y dolor a su corazón de Madre!» 20.
Las personas a las que hemos de aguantar son amigos de Jesucristo: comparten nuestra vocación, forman con nosotros una sola familia, trabajan con el mismo fin que nosotros; contamos con ellos para el desempeño de nuestro oficio; son nuestros colaboradores en un ministerio común. ¡Cuántos motivos para amarlos, prestarles servicios y soportar con toda paciencia sus defectos!
6° La excelencia de esas virtudes. Ahora me arrepiento de haberlas llamado «pequeñas», pero no es mía esa expresión, es de san Francisco de Sales 21. Son pequeñas porque apuntan, por su objeto, a cosas menudas: una palabra, un gesto, una mirada, un detalle de cortesía; pero son muy grandes, si uno examina el principio que las informa y el fin que tienen.
Para un buen religioso, la práctica de las "pequeñas" virtudes es un continuo ejercicio de caridad para con el prójimo. Ahora bien, la caridad es la primera y más excelente de las virtudes. Por eso, el ejercicio de las "pequeñas" virtudes es el que forma a los hombres sólidamente virtuosos: razón de mucho peso, que nos las hace amar y facilita su práctica.
NOTAS (Del Hno. Aníbal Cañón Presa)
1 No es fácil saber de qué comunidades se trata. Hay, en nuestro Archivo General, una laguna enorme referente a las listas de destino de los primeros Hermanos. De las de puño y letra del Fundador, se conservan la primera y la última. Ésta puede verse en CSG 1, 292-294. Basándonos en ella para la importancia de las escuelas por el número de religiosos, y en los datos recogidos por el Hermano Raymond Borne, archivero, podría conjeturarse, sin exceso de garantía, que se trata de Mornant (donde el H. Lorenzo permaneció de 1826 a 1837) y de Millery.
2 Cf. Pr 24, 16. En CM 2, 233, nota 4, ya hicimos observar que, en ese versículo, se agrega inmediatamente: "volverá a levantarse". "En algunos manuscritos se lee ´siete veces al día cae el justo´. No parece auténtica la adición ´al día´, dado que no se encuentra en texto alguno antiguo, ni hebreo ni griego. Tampoco se encuentra en el siríaco ni en la Vulgata. Pudiera provenir del Sal 119, 164, o Lc 17, 4" (Gabriel PÉREZ RODRÍGUEZ: BAC 218, 809). Justo J. SERRANO, en BAC 293, 504-505, precisa que la expresión ´in die´ aparece por vez primera en las Collationes de Casiano (PL 49, 1236).
3 San Francisco de Sales, en la Introd. a la vida devota 3, 2, cita once pequeñas virtudes: paciencia, bondad, mortificación, humildad, obediencia, pobreza, castidad, dulzura con el prójimo, tolerancia de imperfecciones, diligencia y santo fervor (cf. BAC 109, 127).
4 No se lo decía a sus propios monjes, sino a los Premostratenses, de quienes había recibido quejas muy amargas. "Ego autem, fratres, quidquid faciatis, decrevi semper diligere vos, etian non dilectus... Adhaerebo vobis, etsi nolitis: adhaerebo, etsi nolim ipse... Cum turbatis, ero pacificus, conturbantibus quoque dabo locum irae, ne diabolo dem. Vincar iurgiis, vincam obsequiis. Invitis praestabo, ingratis adiciam, honorabo et contemnentes me" (PL 182, 458). El H. Furet pudo tomarlo de BARBIER, TCL 1, 66.
5 Tomado de BARBIER, TCL 1, 68. He aquí el texto latino: "Doleo, fratres, doleo vobiscum... Cum plangentibus plango, cum deflentibus defleo, cum iacentibus iacere me credo... In prostratis fratribus et me prostravit affectus,> (De Lapsis, 4: PL 481-482).
6 «Une once de bonne volonté, dit le cardinal Bellarmin (In Psalm), vaut mieux qu´une livre de victoire" (BARBIER, TCL 1, 63; 3, 637). S. ALFONSO también trae la cita en MS 12, 2, 5.
7 Citado también por S. ALFONSO (loc. cit.). El H. Juan Bautista ha copiado íntegramente este párrafo, desde "Mais j´entends quelqu´un (en vez de quelqu´une) me dire", que hemos traducido por "Hay quien replicará".
8 Vid. cap. XXIV, nota 28.
9 "Qui in Religione pacem vult habere cum fratribus, nemini contradicat" (Sententia 42). Fierro Gasca la traduce así: "A nadie contradiga el que en la Religión quiera tener paz con sus hermanos" (Vida de S. José de Calasanz, por TIMÓN-DAVID, Zaragoza 1905, p. 486).
Nuestro H. Juan Bautista, al dar todos estos ejemplos, sigue a S. Alfonso en el lugar ya citado.
10 La "Vita altera" de S. Bruno condensa notablemente lo que la "Vita antiquior" y la "Vita tertia" refieren con cierta amplitud. He aquí el relato de la última: «Eratque (S. Hugo) cum eis (monachis), non ut dominus aut episcopus, sed ut socius et frater humillimus et ad cunctorum, quantum in ipso erat, obsequia paratissimus, adeo ut vir venerabilis Guilhelmus, prior tunc sancti Laurentii, postea S. Theofredi abbas, magistro Brunoni etiam ipse religiosa devotione non mediocriter alligatus, beati Hugonis contubernalis (bini quippe tunc per singulas inhabitabant cellas) apud magistrum Brunonem non leviter conqueretur, quod pene omnia, ad humilitatem spectantia, intra cellam sibi praeriperet officia, et episcopus non secum saltem ut socius, sed potius conversaretur ut famulus, non licere sibi, tristis asserens, ex servilibus operibus quidquam attingere, quae iuxta morem debebant per vices efficere, eo sibi cuncta praeripiente» (PL 152, 538).
11 Pueden leerse esos rasgos edificantes en Louis ABELLY, "Vie de S. Vincent de Paul" 2, 321-322 (Debécourt, Paris 1843).
12 "San Crisóstomo nota esto muy bien sobre aquellas palabras de Cristo: Lo que queréis que hagan los hombres con vos hacedlo vos con ellos (Mt 7, 12). Dice el Santo: ¿Oueréis recibir beneficios? Hacedlos vos al otro... ¿Oueréis que os den la ventaja y lo mejor y más honrado? Ceded vos primero de eso y procurad darlo a otro" (RODRlGUEZ, EP, 1, 4, 7: EPAP 218). Inmediatamente antes, Rodríguez dice: «Y así dijo allá Séneca: Si quieres ser amado, ama". Séneca, que daba ese consejo a su discípulo Lucilio (Epist 9), lo había tomado de Hecatón. Santa Teresa acertó a decir lo mismo, refiriéndose al amor de Dios: "Amor saca amor" (BAC 212, 103). Y S. Juan de Ávila: "Fuego con fuego se enciende, amor con amor se cría" (BAC 303, 335).
13 Antes de la cita de S. Juan Crisóstomo, el H. Furet repite, en parte, la doctrina de Saint Jure a que nos hemos referido en nota 45 del cap. XXIV. Y sigue copiando: "Vous moquez-vous de votre main ou de votre pied quand il a des ulcères, qu´il est malfait ou souillé? Au contraire, n´en avez-vous pas plus de soin, et ne le traitez-vous pas avec plus de douceur que s´il était sain? (HR 4, 144).
14 Véanse los capítulos 10-14 de la 2ª parte de su Vida, por HAMON (Gabalda, Paris 1909). En el c. 10, p. 442, se cita su afirmación: "J´ai plus tót fait, disait-il, de condescendre au vouloir d´autrui que d´amener les autres à faire ce que je veux".
15 Probable confusión del H. Furet: no se trata del abad Euquerio, sino del abad Esteban: "L´abbé Étienne était si patient, que celui qui l´insultait ne pouvait s´empêcher de voir et de croire que ce saint l´aimait. II poussait la vertu jusqu´à remercier ceux qui le faisaient souffrir" (BARBIER, TCL 3, 634).
16 Sabido es cuántas obras y, por consiguiente, cuántas sentencias se atribuyen a S. Buenaventura. Lo más próximo que he podido hallar -y también en "opere suppositicio" -es lo siguiente: "Sed, o homo, numquid in altum contemplationis ascendisti, ut sic faciens, aliosque iudicans, debeas maius praecipitium sustinere?" (Stimulus Amoris 3, 8: Opera omnia 12, 631: Louis Vivès, Paris 1868).
17 El doble símil del tren y del telégrafo se suprimió en la edición española de 1955. Las francesas de 1914 y 1927 habían sustituido "le télégraphe", por "l´électricité",, y la española de 1901, en vez del "tren" puso el "vapor".
18 Suprimida igualmente esta comparación en la edición española de 1955.
19 ¿Se trataría del H. Juan Pedro (Deville)? Cf. CM 1, 331 y 517; CM 2, 59-60, 344, 346-347. Por supuesto, las numerosas y exageradas antítesis denuncian el artificio de la composición de este capítulo, que confirmamos en la nota siguiente.
20 De una carta del Fundador al H. Dionisio (Bron. Vid. CM 1, 512, nota 10, donde ya avisamos que el final de la misiva era una añadidura del H. Juan Bautista. Ya era un buen patinazo. Pero lo es mucho mayor todo este capítulo, en cuanto al intento de presentarlo como una instrucción particular del Fundador al H. Lorenzo. ¿A quién iba a hacer creer que había asistido personalmente a dicha entrevista y tomado estenográficamente toda la instrucción de labios del Fundador? Porque se requería todo ello para dárnosla tan sistematizada. Y, si ya era un colmo poner en labios del P. Champagnat citas de la obra de Barbier, publicada por vez primera en 1856, aquí asoma demasiado la oreja, exhortándonos a escuchar al Fundador, que es quien -según el hilo del relato- está instruyendo al H. Lorenzo.
21 Vid. nota 3 de este mismo capítulo. En CSG 3, 97-102, el R. H. Luis María refiere también la instrucción del P. Champagnat sobre las virtudes llamadas "pequeñas", pero reduce considerablemente la instrucción del Fundador. Lo más probable, de todas formas, es que sea el H. Juan Bautista quien la haya corregido y aumentado.
martes, 5 de junio de 2012
La armonía de la música
«Que
la armonía del canto y de la música, que no experimenta barreras sociales y
religiosas, represente una constante invitación para los creyentes y para todas
las personas de buena voluntad a buscar juntos el lenguaje universal del amor
que hace que los hombres sean capaces de construir un mundo de justicia y de
solidaridad, de esperanza y de paz», deseó al final emocionado el Papa.
La orquesta dirigida por Christian Thielman, ofreció siete piezas de música sacra, además de un último homenaje. Intervinieron dos coros, el Regensburger Domspatzen (Pequeños Cantores de Ratisbona) y el Athestis Chorus, el más antiguo del mundo.
Seis mil personas estuvieron presentes en el concierto que tuvo lugar en el Aula Pablo VI del Vaticano, entre los que se encontraban los obispos que participan en el Sínodo sobre la Eucaristía.
Entre el público se encontraba uno de los autores de las piezas interpretadas, monseñor Georg Ratzinger, el hermano del Papa, sacerdote de 81 años, quien durante lustros fue director del Regensburger Domspatzen.
La segunda pieza interpretada, el «Sanctus» de la Misa de Año Santo, es obra suya. Los otros autores eran clásicos: Palestrina, Mendelssonhn, Mozart, Wagner y Verdi.
«Nos habéis hecho experimentar algo de la grandeza de la creatividad musical que, en definitiva, siempre ha estado alimentada por las raíces cristianas de Europa», reconoció al final Benedicto XVI.
«También en este concierto, una vez más, hemos podido experimentar cómo una música de alto nivel nos purifica y nos eleva, en definitiva, nos hace sentir la grandeza y la belleza de Dios», añadió hablando en alemán e italiano.
La orquesta dirigida por Christian Thielman, ofreció siete piezas de música sacra, además de un último homenaje. Intervinieron dos coros, el Regensburger Domspatzen (Pequeños Cantores de Ratisbona) y el Athestis Chorus, el más antiguo del mundo.
Seis mil personas estuvieron presentes en el concierto que tuvo lugar en el Aula Pablo VI del Vaticano, entre los que se encontraban los obispos que participan en el Sínodo sobre la Eucaristía.
Entre el público se encontraba uno de los autores de las piezas interpretadas, monseñor Georg Ratzinger, el hermano del Papa, sacerdote de 81 años, quien durante lustros fue director del Regensburger Domspatzen.
La segunda pieza interpretada, el «Sanctus» de la Misa de Año Santo, es obra suya. Los otros autores eran clásicos: Palestrina, Mendelssonhn, Mozart, Wagner y Verdi.
«Nos habéis hecho experimentar algo de la grandeza de la creatividad musical que, en definitiva, siempre ha estado alimentada por las raíces cristianas de Europa», reconoció al final Benedicto XVI.
«También en este concierto, una vez más, hemos podido experimentar cómo una música de alto nivel nos purifica y nos eleva, en definitiva, nos hace sentir la grandeza y la belleza de Dios», añadió hablando en alemán e italiano.
Autor: Zenit.org
lunes, 4 de junio de 2012
La música de la creación
De la pasión y muerte
de Cristo a la resurrección... ¿Cómo ha expresado la música esta victoria del
Hijo de Dios sobre la muerte?
--Mons. Frisina: Tenemos muchos ejemplos. En particular, me gustaría mencionar una que sintetiza una gran experiencia de la música europea: la Misa en si menor de Bach.
Bach, un luterano, escribió una misa católica, creando episodios de una carga extraordinaria y de una profundidad única, siguiendo los artículos del credo. En el Et incarnatus est o en el Crucifixus, por ejemplo, podemos ver claramente cómo Bach fue capaz de expresar el dolor interior con una compostura y una sorpresa únicas. O la explosión del Et Resurrexit, todo en estilo barroco, con las trompetas al estilo de Bach, llenas de una vivacidad sorprendente.
Muchos autores se han inspirado también en el acontecimiento de la resurrección. Algunos autores barrocos lo han descrito como un esplendor, o más bien como un "chisporroteo" musical; otros del siglo XX, sin embargo, han visto en ello páginas estáticas, en el que la luz y la visión del Cristo resucitado se hace con sonidos suspendidos y luminosos.
¿La música ha facilitado entonces la transmisión de la fe a través de los siglos?
Mons. Frisina: Se ha hecho mucho. Incluso ahora, la música es una gran herramienta, ya que comunica lo que las palabras no pueden decir ni expresar. Esta toca al alma en el punto donde se une al inconsciente, a los recuerdos, al pensamiento, incluso a lo más oculto que llevamos dentro, y que las notas musicales pueden hacer aflorar. En la música también hay una estructura, una armonía, que ayudan a la comprensión de una idea. Esto se da especialmente en los grandes autores como Bach o Palestrina, en cuyas obras hay un orden maravilloso, voces que se siguen, se entrelazan, permaneciendo distintas sin embargo, en una armonía superior que las une. Por lo tanto, es un placer espiritual extraordinario que revela también la armonía de un concepto...
Pasando de la historia de la música a su historia personal: ¿cómo nace la vocación por este arte?
Mons. Frisina: Yo era un niño, y como cualquier niño de 5 o 6 años iba con mis padres a la iglesia, donde en aquella época escuchaba los cantos en latín. Hubo algunos momentos que me llamaron la atención increíblemente, tanto que aún hoy lo recuerdo, como era la adoración eucarística con el Tantum ergo de Perosi.
Una vez crecido, empecé a estudiar música, entré en el conservatorio y luego en el seminario. Ha permanecido en mi, digamos, una especie de eco de los muchos momentos vividos de niño, que en cierto sentido me habían condicionado de tal modo, que incluso ahora me tocan.
Si tuviera que describir en una frase lo que es la música para usted, ¿qué diría?
Mons. Frisina: Es tal vez la forma más poderosa y extraordinaria de comunicarse, ya que no se necesita traducción. Puede ser seguida en China, en África, en América del Sur o en Alemania. Algunas de mis composiciones se ejecutan en partes del mundo en los que no pensé jamás que iba a llegar y lo sorprendente es que se entiende de la misma forma. Es un arma extraordinaria, es decir, una manera de decir muchas cosas, especialmente aquella más hermosa que los cristianos tenemos y que es el evangelio.
Además de la fe, por supuesto, de los evangelios y de los textos sagrados, ¿dónde y cómo encuentra la inspiración para sus obras?
Mons. Frisina: A partir del texto o de aquello que el contenido me inspira. Cada cosa o persona tiene una música, porque Dios le dio a cada criatura su propio sonido. El hombre, que es imagen y semejanza de Dios, tiene una percepción de esta música del universo, como dice el salmo 18: "Los cielos cuentan la gloria de Dios, no hay una palabra de la que no se oiga el sonido".
El músico es entonces el que está allí para escuchar y encontrar la inspiración de las cosas, de las personas, de los acontecimientos, de los textos bellísimos, de la palabra de Dios especialmente, en un mundo hecho de emociones e intuiciones.
Por ejemplo, el papa en la Misa Crismal del Jueves Santo, dijo cosas maravillosas que mentalmente me inspiraban una música. Se sentía su pasión, su sufrimiento de llevar el peso de toda la Iglesia y al mismo tiempo, su amor por Cristo y el modo en que trataba de decírnoslo. Basta escuchar todo eso y luego transformarlo con las notas. Sé que es un poco "misterioso", ¡pero esta es la música!
¿A qué está dedicado ahora?
Monseñor Frisina: Estoy trabajando en tres proyectos diferentes que van a salir en el Año de la Fe. Uno de ellos es un proyecto de cantos latinos, encargado por varios editores y que saldrá en Navidad con el nombre de Incarnatus est. Otro dedicado a los niños, que consiste en once parábolas que hablan de cómo Jesús narraba la fe y saldrá en Pascua. El último, por otro lado, es una colección de canciones en italiano. Espero que en este año de la fe podamos cantar la fe no sólo con la música, sino más bien con nuestra propia vida.
--Mons. Frisina: Tenemos muchos ejemplos. En particular, me gustaría mencionar una que sintetiza una gran experiencia de la música europea: la Misa en si menor de Bach.
Bach, un luterano, escribió una misa católica, creando episodios de una carga extraordinaria y de una profundidad única, siguiendo los artículos del credo. En el Et incarnatus est o en el Crucifixus, por ejemplo, podemos ver claramente cómo Bach fue capaz de expresar el dolor interior con una compostura y una sorpresa únicas. O la explosión del Et Resurrexit, todo en estilo barroco, con las trompetas al estilo de Bach, llenas de una vivacidad sorprendente.
Muchos autores se han inspirado también en el acontecimiento de la resurrección. Algunos autores barrocos lo han descrito como un esplendor, o más bien como un "chisporroteo" musical; otros del siglo XX, sin embargo, han visto en ello páginas estáticas, en el que la luz y la visión del Cristo resucitado se hace con sonidos suspendidos y luminosos.
¿La música ha facilitado entonces la transmisión de la fe a través de los siglos?
Mons. Frisina: Se ha hecho mucho. Incluso ahora, la música es una gran herramienta, ya que comunica lo que las palabras no pueden decir ni expresar. Esta toca al alma en el punto donde se une al inconsciente, a los recuerdos, al pensamiento, incluso a lo más oculto que llevamos dentro, y que las notas musicales pueden hacer aflorar. En la música también hay una estructura, una armonía, que ayudan a la comprensión de una idea. Esto se da especialmente en los grandes autores como Bach o Palestrina, en cuyas obras hay un orden maravilloso, voces que se siguen, se entrelazan, permaneciendo distintas sin embargo, en una armonía superior que las une. Por lo tanto, es un placer espiritual extraordinario que revela también la armonía de un concepto...
Pasando de la historia de la música a su historia personal: ¿cómo nace la vocación por este arte?
Mons. Frisina: Yo era un niño, y como cualquier niño de 5 o 6 años iba con mis padres a la iglesia, donde en aquella época escuchaba los cantos en latín. Hubo algunos momentos que me llamaron la atención increíblemente, tanto que aún hoy lo recuerdo, como era la adoración eucarística con el Tantum ergo de Perosi.
Una vez crecido, empecé a estudiar música, entré en el conservatorio y luego en el seminario. Ha permanecido en mi, digamos, una especie de eco de los muchos momentos vividos de niño, que en cierto sentido me habían condicionado de tal modo, que incluso ahora me tocan.
Si tuviera que describir en una frase lo que es la música para usted, ¿qué diría?
Mons. Frisina: Es tal vez la forma más poderosa y extraordinaria de comunicarse, ya que no se necesita traducción. Puede ser seguida en China, en África, en América del Sur o en Alemania. Algunas de mis composiciones se ejecutan en partes del mundo en los que no pensé jamás que iba a llegar y lo sorprendente es que se entiende de la misma forma. Es un arma extraordinaria, es decir, una manera de decir muchas cosas, especialmente aquella más hermosa que los cristianos tenemos y que es el evangelio.
Además de la fe, por supuesto, de los evangelios y de los textos sagrados, ¿dónde y cómo encuentra la inspiración para sus obras?
Mons. Frisina: A partir del texto o de aquello que el contenido me inspira. Cada cosa o persona tiene una música, porque Dios le dio a cada criatura su propio sonido. El hombre, que es imagen y semejanza de Dios, tiene una percepción de esta música del universo, como dice el salmo 18: "Los cielos cuentan la gloria de Dios, no hay una palabra de la que no se oiga el sonido".
El músico es entonces el que está allí para escuchar y encontrar la inspiración de las cosas, de las personas, de los acontecimientos, de los textos bellísimos, de la palabra de Dios especialmente, en un mundo hecho de emociones e intuiciones.
Por ejemplo, el papa en la Misa Crismal del Jueves Santo, dijo cosas maravillosas que mentalmente me inspiraban una música. Se sentía su pasión, su sufrimiento de llevar el peso de toda la Iglesia y al mismo tiempo, su amor por Cristo y el modo en que trataba de decírnoslo. Basta escuchar todo eso y luego transformarlo con las notas. Sé que es un poco "misterioso", ¡pero esta es la música!
¿A qué está dedicado ahora?
Monseñor Frisina: Estoy trabajando en tres proyectos diferentes que van a salir en el Año de la Fe. Uno de ellos es un proyecto de cantos latinos, encargado por varios editores y que saldrá en Navidad con el nombre de Incarnatus est. Otro dedicado a los niños, que consiste en once parábolas que hablan de cómo Jesús narraba la fe y saldrá en Pascua. El último, por otro lado, es una colección de canciones en italiano. Espero que en este año de la fe podamos cantar la fe no sólo con la música, sino más bien con nuestra propia vida.
Autor:
Salvatore Cernuzio | Fuente:
zenit.org
domingo, 3 de junio de 2012
La música Sacra
Es con verdadera emoción que me
encuentro por segunda vez en México, y ahora no como simple turista, sino para
tomar parte activa en este XXVIII Congreso Nacional de Música Sagrada. Como
“preside” – o director – del Pontificio Istituto di Musica Sacra no pude
rehusar la amable invitación episcopal. El Exc.mo Sr. Obispo Francisco Moreno
Barrón se personó en Roma para formular tal invitación, y aunque fuera para mí
algo complicado dejar el Instituto y la Basílica de Santa María la Mayor
durante tantos días, juzgué que valía la pena hacer un esfuerzo para venir a
México, y por muchas y poderosas razones, a más de la amabilidad que suponía la
invitación y el afecto con el que estábamos más que seguros que seríamos
recibidos, puesto que ya tenía la experiencia del pasado viaje y, además, el
trato con estudiantes y maestros mexicanos es para mí una agradable relidad de
todos los días.
Este es el punto que considero el más importante, o sea las hondas y provechosas relaciones que el PIMS tuvo ya desde su fundación – y está teniendo en nuestros días – con México, con el mundo musical y litúrgica de la Iglesia de México. Las experiencias que voy a vivir – que estoy viviendo – en estos días son para mí muy enriquecedoras, y tal vez la presencia y el trato con el Preside de Música Sacra, junto con el Maestro Parodi, puede ser benéfico para dar un espaldarazo a vuestras fatigas y empeños. No puedo dejar de pensar – in primis – en las escuelas de música sacra de México, especialmente en las que están vinculadas a nosotros por lazos de afiliación. Estos lazos, para que sean efectivos, necesitan del contacto vivo con las personas y las instituciones. Hay que trazar juntos un balance de la situación actual, y juntos mirar cómo podemos avanzar para obtener siempre mejores resultados.
Les ruego, pues, que acepten mi modesta persona como si se tratara de un mensajero de la música sacra. Efectivamente, yo no soy especialista ni en musicología, ni en canto gregoriano, ni en liturgia y tanto menos en historia, sino que yo me defino como un músico práctico, a quien ha tocado sin embargo la responsabilidad, en momentos delicados, de representar de alguna manera la música litúrgica de la Iglesia católica desde una institución académica pontificia. Y les puedo asegurar que, desde hace ya diez años, pongo en ello mi máximo empeño y toda la buena voluntad de qué soy capaz. Que no se busque, pues, en mis intervenciones un rigor científico que no es de mi especialidad, sino la buena voluntad de un mensajero que cree un deber moral hablar también de las cosas que practica. Sólo bajo estas condiciones he aceptado varias invitaciones a hablar en congresos y jornadas de estudio.
Otra premisa que me parece útil es esta: que voy a usar ordinariamente la expresión «música sacra» en el sentido de “música litúrgica”, o sea destinada a la celebración de los sagrados misterios, en el mismo sentido en que viene usada en los documentos de la Iglesia, inclusive el documento de san Pío X. Es importante, ya que la expresión “música sacra” se presta a confusión. Hay, sin duda, música sacra cuyo destino no es la liturgia, sino el concierto. Y aún aquí cabría distinguir: hay música sacra, basada sobre texto litúrgico, que en algunas latitudes es exclusivamente “de concierto”, por sentido común, mientras que en otras se ejecuta en las iglesias como música litúrgica: las misas de Mozart o de Schubert, por ejemplo, son “de concierto” en el mundo latino, mientras que en el mundo anglosajón se ejecutan todavía en celebraciones eucarísticas.
Veremos que el mismo san Pío X deja la puerta abierta a estas posibilidades, con delicado sentido pastoral, y con ciertas condiciones. Las Pasiones y las Cantatas de Bach son música “de concierto” para nosotros, mientras que son música litúrgica para las iglesias reformadas. Un “Requiem alemán” de Brahms (“Ein deutsches Requiem”), aunque se base exclusivamente sobre textos de la Sagrada Escritura, creo que no tiene cabida en ninguna liturgia, ni en rito católico ni protestante; es música pensada por el mismo autor para el concierto. No digo “sala de concierto”, ya que puede haber también concierto en las iglesias, aunque sería mejor llamarlo “elevación espiritual”, acompañada de lecturas.
La misma instrucción de la Sagrada Congregación de Ritos del 1967, relativa al cap. VI de la constitución “Sacrosanctum Concilium” sobre la liturgia, del Vaticano II, exhorta a dar cabida en este tipo de marco espiritual a aquellas músicas, sacras o religiosas, que no pueden razonablemente entrar en la liturgia, empezando por aquellas que eran usuales antes de la reforma conciliar (pienso, por ejemplo, en los responsorios de la Semana Santa de T.L. de Victoria y de otros grandes polifonistas).
Nuestra consideración va a partir de la historia próxima, o sea de los primeros años del siglo XIX. En 1903 se produce un hecho de capital importancia para la música sacra. Es el “motu proprio” de san Pío X; la conmemoración de su centenario, que dió ocasión al quirógrafo de Juan Pablo II, es todavía reciente. Por eso voy a insistir en este capítulo.
Autor: Mons. Valentino Miserachs Grau |
Fuente: Mscperu.org
sábado, 2 de junio de 2012
Predicar sólo a Jesucristo
El
Maestro Ávila, patrón del clero español, es el iniciador de la ascética y de la
mística, es una joya desconocida para el gran público y olvidado para ciertos
sectores universitarios. Hombre culto de su época, con amplios conocimientos
bíblicos, patrísticos, teológicos y humanísticos. Fue reformador, pedagogo,
evangelizador y hasta inventor. Como predicador del Evangelio, gozó de fama de
buen comunicador en su tiempo. Llenaba las iglesias y las plazas, motivaba al
auditorio a la conversión a Jesucristo y a una vida cristiana más auténtica. Su
estilo era natural, elegante, cálido al modo paulino, y además repleto de
figuras atractivas de las que se valía para comunicar los grandes principios de
la fe a sabios y gentes sencillas. Si seguimos bien su magisterio, podríamos
sacar toda una serie de directrices de cómo predicar y evangelizar.
El llamado Apóstol de Andalucía, conjugó en su vida y acción
pastoral los dos momentos de la comunicación que nos habla el Mensaje de
Benedicto XVI para esta Jornada: silencio
y palabra. Él es un ejemplo vivo de cómo trasmitir la fe de la Iglesia en
tiempos de cambios y turbulencias. Su oratoria no era hueca, surgía de los
largos ratos de oración y del estudio, porque “al púlpito había que ir
templado” y con celo apostólico de “ganar las almas para Cristo”. Aquí radica,
aún hoy, la gran fuerza de convicción de sus sermones y escritos.
En el nuevo Doctor, se daban las cuatros condiciones de un buen
comunicador: Tenía algo que decir: “predicar sólo a Jesucristo”. Sabía decirlo, porque se preparaba y
poseía un sentido práctico de los temas. Poseía capacidad de sintonía con el
público, debido a que estaba atento a los problemas que vivía el pueblo. Por
último, cultivaba el arte de relacionarse con todos y en todo. También en esto
posee la eminens doctrina de la Comunicación y que tan necesaria
es para implantar la nueva evangelización en los escenarios del siglo XXI.
En la
actualidad los “pulpitos seculares” son los Medios de Comunicación
tradicionales y las Nuevas Tecnologías. Ha cambiado ciertamente el “soporte”,
pero no lo esencial de la comunicación, que tan brillantemente manejó el
sacerdote secular Juan de Ávila, y que continúa siendo perenne, universal y
actual. El Papa nos lo recuerda con estas palabras: “aprender a comunicar
quiere decir aprender a escuchar, a contemplar, además de hablar, y esto es
especialmente importante para los agentes de la evangelización: silencio y
palabra son los elementos esenciales e integrantes de la acción comunicativa de
la Iglesia, para un renovado anuncio de Cristo en el mundo contemporáneo”.
Autor: Juan del Río Martín, Arzobispo Castrense de
España
viernes, 1 de junio de 2012
Santísima Trinidad
El 3 de junio de 2012
Santísima Trinidad
Deuteronomio 4:32-34. 39-40; Salmo 33:4-22; Romanos
8: 14-17; Mateo 28: 16-20
Deuteronomio 4:32-34
Deuteronomio 4:32-34
Esta sección de Deuteronomio habla sobre la
autoridad en el cielo y en la tierra ,que tiene Jesús, El Hijo de Dios quien es
el poder del solo Dios, el Creador,y que nosotros somos hijos y hijas de este
Dios por el Espíritu Santo.
SALMO 33: 4-22
El tema de este salmo es el amor constante que Dios tiene para todas personas.
Romanos 8: 16-20
El tema de este salmo es el amor constante que Dios tiene para todas personas.
Romanos 8: 16-20
El tema de esta sección de Romanos es que si
nosotros sufrimos con Dios, también serémos glorificado con Él.
MATEO 28:16-20
MATEO 28:16-20
Esta sección de Mateo dice sobre la manda de Jesús
a los discípulos
Hoy las lecturas nos ayudan a reflejar en la
realidad de La Santísima Trinidad.
El Libro de Deuteronomio nos dice sobre las tres
personas de la Trinidad, y sus papeles en nuestras vidas. Dios el Padre es el
Creador de la tierra, de nosotros y de todas cosas buenas. Dios el Hijo, se
llama Jesús vino para redimirnos. Dios el Espíritu Santo usa su poder de Dios
para enseñarnos que somos los hijos e hijas de Dios.
Cuando respondemos al refrán del salmo, realizamos
que el salmista está recordándonos que el amor de Dios para todos de nosotros
está constante. Y por eso estamos llamando a seguir sus instrucciones que
vienen a nosotros de muchas direcciones.
En otras palabras, Dios nos habla por muchas
personas y muchas circunstancias. Parte de nuestros papeles es escuchar y
decidir cuándo es la voz de Dios que estamos oyendo.
El libro de los Romanos parece decirnos que toda de la vida no está llena de flores.
El libro de los Romanos parece decirnos que toda de la vida no está llena de flores.
En otras palabras, algunas veces tenemos muchos
problemas, mucho dolor. El autor nos dice que si sufrimos con Dios también seremos
glorificados con Dios. Pienso que recibirnos este mensaje para ayudarnos por
los días de sufriendo. Es un mensaje de Esperanza.
Del evangelio de San Mateo, oímos un cuento muy interesante sobre una manda de Jesús a los discípulos. Él los mandó, “Vayan a todas las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos, bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y ensénenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes.” Entonces Jesús hizo la promesa, “Estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.”
Del evangelio de San Mateo, oímos un cuento muy interesante sobre una manda de Jesús a los discípulos. Él los mandó, “Vayan a todas las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos, bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y ensénenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes.” Entonces Jesús hizo la promesa, “Estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.”
Aún estas mandas estuvieron dando
solo a los discípulos, ellos también han dándoles a nosotros. Ellos parecían
querer que no solo vivimos según la voluntad de Dios, pero también que ayudamos
a todas personas que conocemos que ellos necesitan vivir en la misma manera.
Por eso, tenemos muchas preguntas hoy. ¿Es la Trinidad importa en mi vida?
Puedo muestro mi gratitud a Dios - el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo por
mis acciones. Y ¿estoy tratando conocer la voluntad de Dios para mí? ¿Estoy
tratando vivir según esta voluntad? Y finalmente, ¿Cómo puedo ayudar a otros
hacer lo mismo hoy y en el futuro?
Autor: Regina Mc Carthy, OP
Autor: Regina Mc Carthy, OP
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