La valija
estaba pesadísima. Con un peso extraño y heterogéneo. Al moverla parecía un
sonajero, que no paraba de hacer sonidos extraños. Más de uno se cuestionó que
había en esa valija tan simple, pero a la vez con un contenido intrigante.
En cada control, obviando tanto interrogante de rutina, me apresuraba a decir, "llevo rosarios para que los bendiga el Papa". Me miraban, sonreían y me dejaban pasar. Más de un agente habrá pensado, que después me haría una moneda vendiéndolos o quizás no pensaban nada.
Qué compré en Roma? Rosarios, de todas las formas y colores. Cuando sentí que había gastado mucho recurrí a los más comunes, pero Rosarios al fin. No creo que al rezarlos Dios o la Virgen María tengan en cuenta los adornos o la calidad del material.
Al segundo día en el Vaticano, parando en Santa Marta, recuerdo que le pregunté a un allegado al Papa, si podría asistir a una misa de Él y con El...con una sonrisa me explicó que para asistir a una misa iban meses de trámites.
Al otro día se acercó y me invitó para el martes a la mañana, de nuevo con una sonrisa. Esa persona con sencillez y humildad cursó cada pedido...
En ese momento decidí que no importara cuantas veces lo viera al Papa, para la bendición esperaría al martes.
El séptimo día en Santa Marta, -en la casa del Papa-, sin poder creer aún el milagro de estar ahí. El último y la oportunidad única de estar en una misa con el Papa celebrándola, recuerdo que antes de acomodarme se me humedecieron los ojos y dije para mis adentros "que la merezca Señor, que merezca este momento porque cientos de millones quisieran estar acá, que no sea en vano".
Después comencé a acomodar las bolsas. Debo reconocer que me tentó varias veces la cara de sorpresa de los otros cincuenta feligreses que observaban mis zapatillas, calzas, y las bolsas que ya no sabía cómo acomodar. Ocupamos tres sillas, dos para las bolsas con rosarios.
Mi aspecto de vendedora ambulante llamaba la atención, entre tanta prolijidad y decoro.
Me emocionó mucho la misa, y me atravesó el alma. Como todas las misas a las que he ido. Y me vine con todos los rosarios bendecidos.
Inclusive los que me regaló el Papa en persona. Cuando se acercó, me los entregó y dijo "para vos y tus hijos", después -conociéndome como todo buen pastor que conoce al rebaño- con una sonrisa tan amplia como el arco iris, agregó "bueno!!! Yo te los regalo".
Por qué digo esto? Porque, llegué a Argentina, y Yaco que me conoce tanto como el Papa, en segundos escondió los rosarios de él y sus hermanos. "Por las dudas!!!" me dijo con una mirada pícara....
Ese mismo día empezó a desfilar la gente, pidiendo por favor un rosario.
Cristos rotos, con el alma sufriente, con el dolor en los huesos, en la médula, en las venas.
Yaco acomodó los cientos de rosarios, por el color, por la textura, por lo que a él le pareció, y me los fue dando uno a uno para entregarlo con la única condición que los rezaran. Para eso es un rosario verdad? para rezarlo.
A los dos días de volver llamó mamá y me pidió, el rosario que me había regalado el Papa a mi, diciendo "cuando me muera te lo devuelvo, aunque cuando yo muera lo desearía tu hermana, que lo más cerca que va a poder estar del Papa va a ser ese rosario"
Para resumir, ya no quedan rosarios, faltaron. Sería otro milagro que viajara a Roma, pero lo haría nada más que para traer rosarios para la gente.
¿Y yo? yo me quedé con mi rosario de años. De plástico, más de oferta que las ofertas mismas. Que era blanco, después se puso beige, y una vez cuando Yaco andaba con un encendedor encendiendo la vida, lo dejó veteado, con la cruz un poco encogida y sin un brazo.
Pero ese rosario no me quiso dejar nunca, recuerdo que en Córdoba -julio- cuando me chocó el taxi, el rosario voló con la cartera, y cayó cerca de mi cabeza estampada en el asfalto, rozándome los cabellos ensangrentados.
Cuando el sacerdote que pasaba se acercó a darme los sacramentos y ayudarme, yo además de tranquilizarlo que no me iba a morir, le pedí que me juntara el rosario, antes que la billetera el rosario.
Quizás mi viejo rosario de plástico, de un color indefinido, averiado, con la cruz encogida y con el Cristo que le falta un brazo; -con el Cristo roto-, signifique cada una de las víctimas que no encontramos porque no salimos a buscar.
Quizás por eso a pesar de todas las idas y venidas, ese rosario y no otro, no me suelta. Quizás para que no olvide quién soy, de donde vengo y adónde voy...sobre todo adónde voy, mientras pronuncio "Dios te salve María....."
En cada control, obviando tanto interrogante de rutina, me apresuraba a decir, "llevo rosarios para que los bendiga el Papa". Me miraban, sonreían y me dejaban pasar. Más de un agente habrá pensado, que después me haría una moneda vendiéndolos o quizás no pensaban nada.
Qué compré en Roma? Rosarios, de todas las formas y colores. Cuando sentí que había gastado mucho recurrí a los más comunes, pero Rosarios al fin. No creo que al rezarlos Dios o la Virgen María tengan en cuenta los adornos o la calidad del material.
Al segundo día en el Vaticano, parando en Santa Marta, recuerdo que le pregunté a un allegado al Papa, si podría asistir a una misa de Él y con El...con una sonrisa me explicó que para asistir a una misa iban meses de trámites.
Al otro día se acercó y me invitó para el martes a la mañana, de nuevo con una sonrisa. Esa persona con sencillez y humildad cursó cada pedido...
En ese momento decidí que no importara cuantas veces lo viera al Papa, para la bendición esperaría al martes.
El séptimo día en Santa Marta, -en la casa del Papa-, sin poder creer aún el milagro de estar ahí. El último y la oportunidad única de estar en una misa con el Papa celebrándola, recuerdo que antes de acomodarme se me humedecieron los ojos y dije para mis adentros "que la merezca Señor, que merezca este momento porque cientos de millones quisieran estar acá, que no sea en vano".
Después comencé a acomodar las bolsas. Debo reconocer que me tentó varias veces la cara de sorpresa de los otros cincuenta feligreses que observaban mis zapatillas, calzas, y las bolsas que ya no sabía cómo acomodar. Ocupamos tres sillas, dos para las bolsas con rosarios.
Mi aspecto de vendedora ambulante llamaba la atención, entre tanta prolijidad y decoro.
Me emocionó mucho la misa, y me atravesó el alma. Como todas las misas a las que he ido. Y me vine con todos los rosarios bendecidos.
Inclusive los que me regaló el Papa en persona. Cuando se acercó, me los entregó y dijo "para vos y tus hijos", después -conociéndome como todo buen pastor que conoce al rebaño- con una sonrisa tan amplia como el arco iris, agregó "bueno!!! Yo te los regalo".
Por qué digo esto? Porque, llegué a Argentina, y Yaco que me conoce tanto como el Papa, en segundos escondió los rosarios de él y sus hermanos. "Por las dudas!!!" me dijo con una mirada pícara....
Ese mismo día empezó a desfilar la gente, pidiendo por favor un rosario.
Cristos rotos, con el alma sufriente, con el dolor en los huesos, en la médula, en las venas.
Yaco acomodó los cientos de rosarios, por el color, por la textura, por lo que a él le pareció, y me los fue dando uno a uno para entregarlo con la única condición que los rezaran. Para eso es un rosario verdad? para rezarlo.
A los dos días de volver llamó mamá y me pidió, el rosario que me había regalado el Papa a mi, diciendo "cuando me muera te lo devuelvo, aunque cuando yo muera lo desearía tu hermana, que lo más cerca que va a poder estar del Papa va a ser ese rosario"
Para resumir, ya no quedan rosarios, faltaron. Sería otro milagro que viajara a Roma, pero lo haría nada más que para traer rosarios para la gente.
¿Y yo? yo me quedé con mi rosario de años. De plástico, más de oferta que las ofertas mismas. Que era blanco, después se puso beige, y una vez cuando Yaco andaba con un encendedor encendiendo la vida, lo dejó veteado, con la cruz un poco encogida y sin un brazo.
Pero ese rosario no me quiso dejar nunca, recuerdo que en Córdoba -julio- cuando me chocó el taxi, el rosario voló con la cartera, y cayó cerca de mi cabeza estampada en el asfalto, rozándome los cabellos ensangrentados.
Cuando el sacerdote que pasaba se acercó a darme los sacramentos y ayudarme, yo además de tranquilizarlo que no me iba a morir, le pedí que me juntara el rosario, antes que la billetera el rosario.
Quizás mi viejo rosario de plástico, de un color indefinido, averiado, con la cruz encogida y con el Cristo que le falta un brazo; -con el Cristo roto-, signifique cada una de las víctimas que no encontramos porque no salimos a buscar.
Quizás por eso a pesar de todas las idas y venidas, ese rosario y no otro, no me suelta. Quizás para que no olvide quién soy, de donde vengo y adónde voy...sobre todo adónde voy, mientras pronuncio "Dios te salve María....."
Autor: Alicia
Peressutti, Aleteia
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