Encontrar la
bondad de Dios tanto en las cosas más pequeñas y ordinarias como en las más
grandes, es tener una fe nada común, sino grande y extraordinaria. Contentarse
con el momento presente es saborear y adorar la voluntad de Dios en todo lo que
hay que hacer y sufrir, en las cosas que por su sucesión constituyen el momento
presente. Las almas sencillas, gracias a su fe viva, adoran a Dios en los
momentos más humillantes; nada se esconde a su mirada de fe... Nada los
desconcierta ni les disgusta.
María verá huir a los apóstoles, ella
permanecerá firme al pie de la cruz y reconocerá a su Hijo desfigurado por las
llagadas y los salivazos...La vida de fe no es otra cosa que seguir a Dios a
través de todos los disfraces que parecen desfigurarlo, destruirlo,
aniquilarlo. Esta es la vida de María que desde el establo hasta el Calvario
permanece fiel a un Dios que es desconocido por todo el mundo, abandonado y
perseguido. Del mismo modo, las almas de fe atraviesan una serie de muertes, de
velos de sombras y de apariencias que hacen la voluntad de Dios
irrecognoscible. Estas almas aman la voluntad de Dios hasta la muerte en cruz.
Saben que hay que dejar atrás las sombras y correr hacia el sol divino. Desde
la salida del sol hasta el ocaso, a pesar de las nubes oscuras y espesas que lo
esconden, este sol irradia, calienta y abrasa a las almas fieles.
Autor: Juan Pedro de Caussade (1675-1751), jesuita. La fe de
los humildes servidores, de la humilde sirvienta
paz y bien
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