sábado, 21 de septiembre de 2013




“Nadie puede servir a dos señores.” No porque él tenga dos: no hay más que un Señor. Porque aunque haya personas que sirven al dinero, éste, de suyo, no posee ningún derecho a ser señor; son ellos mismos los que se cargan con el yugo de la esclavitud. En efecto, no se  trata de un justo poder, sino de una injusta esclavitud. Por eso dice: “Haceos amigos con el dinero mal ganado” para que, a través de nuestra generosidad para con los pobres, alcancemos el favor de los ángeles y de los demás santos.

     No se critica al intendente: con ello aprendemos que no somos amos sino intendentes de las riquezas de otros. Aunque haya hecho una falta, es alabado porque, contando con los otros en nombre de su amo, se gana adictos. Y Jesús ha hablado muy bien del “dinero engañoso” porque la avaricia, a través de las variadas seducciones que ofrecen las riquezas, tienta nuestras inclinaciones hasta el punto que queremos ser esclavos de los bienes. Por eso dice: “Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro?” Las riquezas nos son extrañas porque están fuera de nuestra naturaleza; no nacen con nosotros, y no nos siguen en la muerte. Cristo, por el contrario, es nuestro porque él es la vida… No seamos, pues, esclavos de los bienes exteriores, porque no debemos reconocer a otro como señor sino sólo a Cristo.


San Ambrosio (c 340-397), obispo de Milán y maestro de San Agustín, doctor de la Iglesia. Sobre el Evangelio de Lucas, 7, 244s

lunes, 16 de septiembre de 2013

La caja de lápices





 Hemos tenido conocimiento de una bonita iniciativa, por INTERNET, que queremos compartir con vosotros, llamada "LÁPICES PARA BENEDICTO XVI", aunque nosotros la vimos en una página web en inglés, también se puede participar en alemán, español e italiano. Dicha iniciativa, cuyo nombre no deja de ser curioso, motivo por el que, precisamente, llamó nuestra atención, consiste en lo siguiente, según las explicaciones que se san en la página web referida:


Como sabéis, hace poco, el Papa FRANCISCO en su reciente viaje a BRASIL, con motivo de la celebración de la JMJ de RÍO DE JANEIRO 2013, durante el viaje de regreso a ROMA improvisó una rueda de prensa, en la que tocó y se refirió a gran cantidad de temas, personales y de la vida de la Iglesia, uno de ellos fue, precisamente su relación con el Papa emérito BENEDICTO XVI y cómo todos los expertos se habían equivocado al augurar a la Iglesia todo tipo de males como consecuencia de la "bicefalia" que podría suponer la cohexistencia de dos pontífices a la vez, sobre lo que dijo, expresamente, y con esa forma tan sencilla de comunicar que tiene, lo siguiente:



“Es como tener al abuelito en casa, es como mi papá y yo lo quiero mucho. Hay algo que califica mi relación con Benedicto: Yo lo quiero mucho. Siempre lo quise mucho, para mí es un hombre de Dios, es un hombre humilde, que reza. Yo fui muy feliz cuando fue elegido Papa. Es como tener al abuelo en casa, pero el abuelo sabio, en una familia el abuelo está en casa, es venerado, es amado, es escuchado. Él es un hombre de una gran prudencia, no se mete en nada. Yo le digo muchas veces: ‘Santidad, haga su vida, venga con nosotros’. Él vino, por ejemplo, para la inauguración de la estatua de San MIGUEL Arcángel en los jardines vaticanos…. Para mí, esa frase dice todo: es como tener el abuelo en casa, es mi papá” (Agencia de noticias ACIPRENSA, 30 de Julio,  2013)



A partir de la reflexión de estas palabras, sigue explicando la página web impulsora de esta iniciativa, todos hemos aprendido y descubierto, sin duda, cosas importantes por medio de BENEDICTO XVI y su magisterio, eclesial y sus libros.  Nos ha intentado transmitir el verdadero significado de ser cristiano a través de sus palabras, sus gestos, sus textos… Él ha conseguido formar parte de nuestras vidas de una manera o de otra, especialmente para todos los que somos creyentes, durante los años en los que estuvo al frente de este rebaño, que somos nosotros, la Iglesia, el conjunto de los bautizados, durante el tiempo que fue Sumo Pontífice ("hacedor de puentes"), Buen Pastor que marchaba a nuestro frente, nos amaba, guiaba y protegía.



Por eso se anima a que participemos en esta propuesta, consistente en enviar un e-mail explicando qué ha significado para nosotros, como creyentes y católicos, la figura, enseñanza y pontificado del Papa emérito BENEDICTO XVI. La intención es realizar, con el conjunto de los e-mails recibidos, de todas partes del mundo, un libro que se entregará al Papa emérito BENEDICTO XVI junto a una sencilla caja de lápices. A través de esos lápices queremos demostrarle nuestro cariño, respeto y agradecimiento y también, de manera simbólica, rogarle que nunca deje de escribir, con la finalidad de que uno de los más exquisitos instrumentos en las manos de Dios no deje de resonar jamás, y nos siga formando, enseñando y acompañando en nuestro caminar con sus reflexiones, sus ideas, sus pensamientos....

Esperamos que os guste la idea y que se reciban muchos mails, que por cierto debeía mandar a la siguiente dirección: info@georgganswein.com siendo la fecha límite 30 de Septiembre ¡Con lo cual todavía tenéis tiempo de pensar al respecto y poneros manos a la obra!


Fuente: Familia Eucarística Pobres de Nazaret

domingo, 15 de septiembre de 2013

Los Dolores de María







Por dos veces durante el año, la Iglesia conmemora los dolores de la Santísima Virgen que es el de la Semana de la Pasión y también hoy, 15 de setiembre.

La primera de estas conmemoraciones es la más antigua, puesto que se instituyó en Colonia y en otras partes de Europa en el siglo XV y cuando la festividad se extendió por toda la Iglesia, en 1727, con el nombre de los Siete Dolores, se mantuvo la referencia original de la Misa y del oficio de la Crucifixión del Señor.

En la Edad Media había una devoción popular por los cinco gozos de la Virgen Madre, y por la misma época se complementó esa devoción con otra fiesta en honor a sus cinco dolores durante la Pasión. Más adelante, las penas de la Virgen María aumentaron a siete, y no sólo comprendieron su marcha hacia el Calvario, sino su vida entera. A los frailes servitas, que desde su fundación tuvieron particular devoción por los sufrimientos de María, se les autorizó para que celebraran una festividad en memoria de los Siete Dolores, el tercer domingo de setiembre de todos los años.

Recursos sobre Nuestra Señora de los Dolores:



viernes, 13 de septiembre de 2013

“El que está bien formado sera como su maestro”




Puesto que la debilidad de los hombres no sabe mantener un camino firme en este mundo resbaladizo, el buen médico de enseña los remedios contra el extravío, y el juez misericordioso de ninguna manera rechaza la esperanza del perdón. Es por este motivo que san Lucas ha propuesto las tres parábolas siguientes: la oveja que se había extraviado y que fue hallada, la moneda de plata que se había perdido y se encontró, el hijo que se daba por muerto y recobró la vida. Todo ellos es para que este triple remedio nos impulse a curar nuestras heridas… La oveja cansada es devuelta al redil por el pastor; la moneda extraviada es hallada; el hijo pisa de nuevo el camino y regresa a su padre arrepentido de su extravío…

     Alegrémonos, pues, de que esta oveja que se extravió en Adán, sea levantada por Cristo. Las espaldas de Cristo son los brazos de la cruz; Las espaldas de Cristo son los brazos de la cruz; Las espaldas de Cristo son los brazos de la cruz; es en ella donde he dejado mis pecados, es sobre esta horca que he encontrado mi descanso. Esta oveja es única en su naturaleza, pero no en sus personas, porque nosotros todos formamos un solo cuerpo, pero somos muchos miembros. Por esto está escrito: “Sois el cuerpo de Cristo y miembros de sus miembros” (1C 2,27). “El Hijo del hombre ha venido para salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,10), es decir, a todos los hombres puesto que “si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida” (1C 15,22)…

     Tampoco es sin relevancia que esta mujer se alegre de haber encontrado la moneda: pues no es poca cosa que en esta moneda figure el rostro de un príncipe. De la misma manera el rostro del Rey es el bien de la Iglesia. Nosotros somos ovejas: pidamos las praderas: Somos la moneda: conservemos nuestro valor. Somos los hijos: corramos hacia el Padre.


San Ambrosio (c 340-397), obispo de Milán y maestro de San Agustín, doctor de la Iglesia. Sobre el evangelio de san Lucas, 7, 207

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Para lograr la paz, educar a la paz





A todos vosotros
que deseáis la paz:

La gran causa de la paz entre los pueblos tiene necesidad de todas las energías de paz latentes en el corazón del hombre. A suscitarlas y cultivarlas - a educarlas - ha querido mi predecesor Pablo VI, poco antes de su muerte, que fuese consagrada la Jornada mundial 1979, que lleva por lema:

« PARA LOGRAR LA PAZ, EDUCAR A LA PAZ »

A lo largo de todo su pontificado, Pablo VI ha recorrido con vosotros los difíciles caminos de la paz. Compartía vuestras angustias cuando la paz estaba en peligro. Sufría con aquellos que padecían el azote de la guerra. Alentaba todos los esfuerzos encaminados a restaurar la paz. Mantenía siempre la esperanza, con una indomable energía.

Convencido de que la paz es tarea de todos, había lanzado en 1967 la idea de una Jornada Mundial de la Paz, deseando que todos vosotros la hiciérais iniciativa propia. Desde entonces, cada año su Mensaje ofrecía a los responsables de las naciones y de las organizaciones internacionales la oportunidad de renovar y expresar públicamente lo que legitima su autoridad : hacer progresar y cohabitar en la paz a hombres libres, justos y fraternos. Las comunidades más heterogéneas se encontraban para celebrar el bien inestimable de la paz y corroborar su voluntad de defenderla y servirla.

Yo recojo de manos de mi venerado predecesor el bastón de peregrino de la paz. Camino a vuestro lado con el Evangelio de la paz. «Bienaventurados los que trabajan por la paz». Al comienzo del año 1979, os invito a celebrar la Jornada Mundial, colocándola —de acuerdo con el deseo de Pablo VI— bajo el signo de la educación a la paz.

I. UNA DURA TAREA


Una aspiración incoercible

Conseguir la paz: he ahí el resumen y la coronación de todas nuestras aspiraciones. La paz —tal es nuestro convencimiento— es plenitud y es alegría. Para hacerla real entre los países, se multiplican los intentos a través de intercambios bilaterales o multilaterales, conferencias internacionales; algunos toman personalmente iniciativas valientes, con el fin de establecer la paz o de hacer desaparecer la amenaza de una nueva guerra.

Una confianza quebrantada

Pero al mismo tiempo, se observa que tanto las personas como los grupos no acaban de arreglar sus conflictos secretos o públicos. ¿Será pues la paz un ideal fuera de nuestro alcance? El espectáculo cotidiano de las guerras, de las tensiones, de las divisiones siembra la duda y el desaliento. Focos de discordia y de odio parecen incluso atizados artificialmente por algunos que no pagan las consecuencias. Y con demasiada frecuencia los gestos de paz son irrisoriamente incapaces de cambiar el curso de las cosas, cuando no son arrastrados y al final utilizados por la lógica dominante de la explotación y de la violencia.

En unas partes, la timidez y la dificultad de las reformas necesarias envenenan las relaciones entre grupos humanos, unidos sin embargo por una larga o ejemplar historia común; nuevas ambiciones de poder inclinan a recurrir a la coacción del número o a la fuerza brutal para aclarar la situación, bajo la mirada impotente, muchas veces interesada y cómplice, de otros países próximos o lejanos; tanto los más fuertes como los más débiles ya no depositan su confianza en los pacientes procedimientos de la paz.

En otras partes, el temor de una paz mal asegurada, los imperativos militares y políticos, los intereses económicos y comerciales llevan consigo la constitución de arsenales o la venta de armas de una capacidad alarmante de destrucción: la carrera de armamentos prevalece entonces sobre las grandes tareas pacíficas que deberían unir a los pueblos en una nueva solidaridad, alimenta conflictos esporádicos, pero sangrientos, y acumula las más graves amenazas. Es verdad: a primera vista, la causa de la paz tiene ante sí un obstáculo desesperante.

De palabras de paz...

Sin embargo, en casi todos los discursos públicos, a nivel de naciones o de organismos internacionales, rara vez se ha hablado tanto de paz, de distensión, de entendimiento, de soluciones razonables de los conflictos, de acuerdo con la justicia. La paz se ha convertido en el lema que tranquiliza o quiere seducir. Esto, en cierto sentido es un hecho positivo: la opinión pública de las naciones no aguantaría ya que se haga la apología de la guerra ni tampoco que se corra el riesgo de una guerra ofensiva.

...a convicciones de paz

Pero para poner de manifiesto el desafío que se impone a toda la humanidad, frente a la dura tarea de la paz, hace falta algo más que palabras, sinceras o demagógicas. Sobre todo es necesario que penetre el verdadero espíritu de la paz a nivel de hombres políticos, de medios o de centros de los que dependen más o menos directamente, más o menos secretamente, los pasos decisivos hacia la paz o al contrario la prolongación de las guerras o de las situaciones de violencia. Es necesario, como mínimo, apoyarse sobre principios elementales pero seguros, como son los siguientes: las cosas de los hombres deben ser tratadas con humanidad, y no por la violencia. Las tensiones, los contenciosos y los conflictos deben ser arreglados por negociaciones razonables y no por la fuerza. Las oposiciones ideológicas deben confrontarse en un clima de diálogo y de libre discusión. Los intereses legítimos de grupos determinados deben tener también en cuenta los intereses legítimos de los otros grupos afectados y las exigencias del bien común superior. El recurso a las armas no debería ser considerado como el instrumento adecuado para solucionar los conflictos. Los derechos humanos imprescriptibles deben ser salvaguardados en toda circunstancia. No está permitido matar para imponer una solución.

Estos principios humanitarios los puede encontrar todo hombre de buena voluntad en su propia conciencia. Corresponden a la voluntad de Dios sobre los hombres. Para que se conviertan en convicciones, tanto para los poderosos como para los débiles, e impregnen toda su actividad, hay que devolverles toda su fuerza. Es necesaria una educación paciente y prolongada a todos los niveles.

II. LA EDUCACIÓN A LA PAZ


1. LLENAR NUESTRAS MIRADAS CON HORIZONTES DE PAZ

Para vencer este sentimiento espontáneo de impotencia, la tarea y el primer beneficio de una educación digna de este nombre es mirar más allá de las tristes evidencias inmediatas, o más bien, aprender a reconocer, en el meollo mismo de los estallidos de la violencia que mata, el camino discreto de la paz que jamás renuncia, que incansablemente cura la heridas, que mantiene y hace progresar la vida. La marcha hacia la paz aparecerá entonces posible y deseable, fuerte y ya victoriosa.

Un repaso a la historia

Aprendamos primero a repasar la historia de los pueblos y de la humanidad según esquemas más verdaderos que los de la concatenación de las guerras y de las revoluciones. Ciertamente, el ruido de las batallas domina la historia. Pero son las treguas de la violencia las que han consentido realizar esas obras culturales duraderas de las que se honra la humanidad. Además, si es que se puede encontrar en las guerras y en las mismas revoluciones unos factores de vida y progreso, ellos provienen de aspiraciones de orden distinto al de la violencia: son aspiraciones de naturaleza espiritual, tales como la voluntad de ver reconocida una dignidad común a toda la humanidad, de salvar el espíritu y la libertad de un pueblo. Donde existían estas aspiraciones, actuaban como un regulador en el seno mismo de los conflictos, impedían rupturas irremediables, mantenían una esperanza y preparaban una nueva oportunidad para la paz. Donde faltaban tales aspiraciones o se alteraban en la exaltación de la violencia, dejaban el campo abierto a la lógica de la destrucción que ha llevado a regresiones económicas y culturales duraderas y a la muerte de civilizaciones enteras. Responsables de los pueblos, sabed educaros a vosotros mismos en el amor de la paz, discerniendo y haciendo brillar en las grandes páginas de la historia nacional el ejemplo de vuestros predecesores cuya gloria ha sido hacer germinar unos frutos de paz. «Dichosos los que trabajan por la paz ...».

La estima de las grandes tareas pacificadoras de hoy

Hoy vosotros contribuiréis a la educación en la paz dando el mayor relieve posible a las grandes tareas pacificadoras que se imponen a la familia humana. A través de vuestros esfuerzos para llegar a una gestión razonable y solidaria del propio ambiente y del patrimonio común de la humanidad, a la erradicación de la miseria que abruma a millones de hombres, a la consolidación de instituciones susceptibles de expresar y agrandar la unidad de la familia humana a nivel regional y mundial, los hombres descubrirán la llamada fascinante de la paz que es reconciliación entre sí y reconciliación con su universo natural. Exhortando, contra todas las demagogias ambientales, a la búsqueda de modos de vida más simples, menos expuestos a la tiranía de los instintos de posesión, de consumo y de dominio, y más acogedores de los ritmos profundos de la creatividad personal y de la amistad, abriréis para vosotros mismos y para todos un espacio inmenso a las posibilidades insospechadas de la paz.

La irradiación de múltiples ejemplos de paz

Inhibe tanto al individuo el sentimiento de que resulten vanos sus modestos esfuerzos en favor de la paz, en el límite restringido de las responsabilidades de cada uno, debido a los grandes debates políticos mundiales prisioneros de una lógica de simples medidas de fuerzas y de recurso a los armamentos, como lo libera el espectáculo de las instancias internacionales convencidas de las posibilidades de la paz, y empeñadas de manera apasionada en la construcción de la paz. La educación para la paz puede entonces beneficiar también de un interés renovado por los ejemplos cotidianos de sencillos artífices de paz a todos los niveles: son individuos y hogares que, por el dominio de sus pasiones, por la aceptación y el respeto mutuos, conquistan su propia paz interior y la difunden; son pueblos, a menudo pobres y probados, cuya sabiduría milenaria se ha forjado alrededor del bien supremo de la paz, que han sabido resistir frecuentemente a las seducciones engañosas de progresos rápidos conseguidos por la violencia, convencidos de que tales beneficios llevarían los gérmenes envenenados de nuevos conflictos.

Sí, sin ignorar el drama de las violencias, llenemos nuestras miradas y la de las jóvenes generaciones con estos objetivos de paz: son éstos los que ejercerán una atracción decisiva. Sobre todo, harán surgir la aspiración a la paz que es un constitutivo del hombre. Estas energías nuevas harán inventar un nuevo lenguaje de paz y nuevos gestos de paz.

2. HABLAR UN LENGUAJE DE PAZ

El lenguaje es para expresar los sentimientos del corazón y para unir. Pero cuando es prisionero de esquemas prefabricados, arrastra a su vez al corazón hacia sus propias pendientes. Hay que actuar, pues, sobre el lenguaje para actuar sobre el corazón e impedir las trampas del lenguaje.

Es fácil constatar hasta qué punto la ironía acerba y la dureza en los juicios, en la crítica de los demás y sobre todo del «extranjero», la contestación y la reivindicación sistemáticas invaden las comunicaciones orales y ahogan tanto la caridad social cuanto la misma justicia. A fuerza de expresarlo todo en términos de relaciones de fuerza, de lucha de grupos y de clases, de amigos y de enemigos, se ha creado el terreno propicio a las barreras sociales, al menosprecio, es decir, al odio y al terrorismo y su apología disimulada o abierta. De un corazón conquistado por el valor superior de la paz brotan al contrario el deseo de escuchar y de comprender, el respeto al otro, la dulzura que es fuerza verdadera y la confianza. Este lenguaje sitúa en el camino de la objetividad, de la verdad, de la paz. Grande es en este punto la función educativa de los medios de comunicación social. Y es también muy influyente la manera de expresarse en los intercambios y en los debates con ocasión de confrontaciones políticas, nacionales e internacionales. Responsables de las naciones y responsables de las organizaciones internacionales, sabed encontrar un lenguaje nuevo, un lenguaje de paz: éste abre por sí mismo un nuevo espacio a la paz.

3. HACER GESTOS DE PAZ

Lo que suscita unos horizontes de paz, lo que sirve a un lenguaje de paz, debe expresarse en unos gestos de paz. En su ausencia, la convicciones nacientes se evaporan y el lenguaje de paz se convierte en una retórica rápidamente desacreditada. Muy numerosos pueden ser los artífices de paz si toman conciencia de sus posibilidades y de sus responsabilidades. La práctica de la paz arrastra a la paz. Ella enseña a los que buscan el tesoro de la paz que este tesoro se descubre y se ofrece a quienes realizan modestamente, día tras día, todas las acciones de paz de que son capaces.

Padres, educadores y jóvenes

Padres y educadores, ayudad a los niños y a los jóvenes a hacer la experiencia de la paz en las mil acciones diarias que están a su alcance, en familia, en la escuela, en el juego, la camaradería, el trabajo en equipo, la competición deportiva, las múltiples conciliaciones y reconciliaciones necesarias. El Año internacional del Niño, que las Naciones Unidas han proclamado para 1979, debería atraer la atención de todos sobre la aportación original de los niños a la paz.

Jóvenes, sed constructores de paz. Vosotros sois artífices con pleno derecho de esta gran obra común. Resistid a las facilidades que os adormecen en la triste mediocridad, y a las violencias estériles con que quieren utilizaros algunas veces unos adultos que no están en paz consigo mismos. Seguid los caminos que os marca vuestro sentido de la generosidad, de la alegría de vivir, del compartir. Vosotros deseáis invertir vuestras energías nuevas —que escapan a las discriminaciones apriorísticas— en unos encuentros fraternales por encima de fronteras, en el aprendizaje de lenguas extranjeras que faciliten la comunicación, en el servicio desinteresado a los países más necesitados. Vosotros sois las primeras víctimas de la guerra que destroza vuestro ímpetu. Vostros sois la promesa de la paz.

Compañeros sociales

Compañeros de la vida profesional y social, la paz os resulta a menudo difícil de conseguir. No hay paz sin justicia y sin libertad, sin un compromiso valiente para promover una y otra. La fortaleza que hay que poner en práctica debe ser paciente, sin resignación ni renuncia, firme sin provocación, prudente para preparar activamente los progresos deseables sin disipar las energías en llamaradas de indignación violenta prontamente extinguidas. Contra las injusticias y las opresiones, la paz está llamada a abrirse un camino en la adopción de una acción decidida. Pero esta acción debe llevar ya la marca del objetivo al que tiende, a saber, una mejor aceptación mutua de las personas y de los grupos. Encontrará una regulación en la voluntad de paz que proviene de lo más profundo del hombre, en las aspiraciones y en la legislación de los pueblos: Es esta capacidad de paz, cultivada, disciplinada, la que da lucidez en orden a dar a las tensiones y a los mismos conflictos las treguas necesarias para desarrollar su lógica fecunda y constructiva. Lo que ocurre en la vida social interna de los países tiene una repercusión considerable —en lo bueno y en lo malo— sobre la paz entre las naciones.

Hombres políticos

Pero, hay que insistir en ello de nuevo, estos múltiples gestos de paz corren el riesgo de ser desalentados y en parte aniquilados por una política internacional que no hallara la misma dinámica de paz. Hombres políticos, responsables de los pueblos y de las organizaciones internacionales, yo os manifiesto mi estima sincera y doy mi total apoyo a vuestros esfuerzos muchas veces agotadores por mantener o restablecer la paz. Es más, consciente de que va en ello la felicidad e incluso la supervivencia de la humanidad, y persuadido de la gran responsabilidad que me incumbe de hacer eco a la llamada capital de Cristo: «Dichosos los que trabajan por la paz», me atrevo a alentaros a que vayais más lejos. Abrid nuevas puertas a la paz. Haced todo lo que está en vuestras manos para hacer prevalecer la vía del diálogo sobre la de la fuerza. Que esto tenga aplicación en primer lugar en el plano interior: ¿cómo pueden los pueblos promover de verdad la paz internacional, si son ellos mismos prisioneros de ideologías según las cuales la justicia y la paz no se obtienen más que reduciendo a la impotencia a aquellos que, ya de antemano, son considerados indignos de ser artífices de la propia suerte o cooperadores válidos del bien común? En las negociaciones con los adversarios, estad persuadidos de que el honor y la eficiencia no se miden por el grado de inflexibilidad en la defensa de los intereses, sino por la capacidad de respeto, de verdad, de benevolencia y de fraternidad para con los colegas, en una palabra, por su humanidad. Llevad a cabo gestos de paz, incluso audaces, que rompan con los encadenamientos fatales y con el peso de las pasiones heredadas de la historia; tejed después pacientemente la trama política, económica y cultural de la paz. Cread —la hora es propicia y el tiempo urge— zonas cada vez más amplias de desarme. Tened la valentía de examinar nuevamente y en profundidad la turbadora cuestión del comercio de las armas. Sabed detectar a tiempo y regular con serenidad los conflictos latentes, antes de que despierten las pasiones. Proporcionad marcos institucionales apropiados a las solidaridades regionales y mundiales. Renunciad a utilizar, al servicio de conflictos de interés, los legítimos valores, es decir, espirituales que se degradan si se los instrumentaliza. Velad para que la legítima pasión comunicativa de las ideas se ejerza por la vía de la persuasión y no bajo la presión de las amenazas y de las armas.

Poniendo en práctica gestos resueltos de paz, liberaréis las verdaderas aspiraciones de los pueblos y encontraréis en ellas aliados poderosos para trabajar por el desarrollo pacífico de todos. Os educaréis vosotros mismos a la paz, despertaréis en vosotros convicciones firmes y una nueva capacidad de iniciativa al servicio de la gran causa de la paz.

III. LA CONTRIBUCIÓN ESPECÍFICA DE LOS CRISTIANOS

La importancia de la fe

Toda esta educación a la paz entre los pueblos, en su propio país, en su ambiente, en sí mismo se ofrece a todos los hombres de buena voluntad, como recuerda la encíclica Pacem in terris del Papa Juan XXIII. En grados diversos, está a su alcance. Y como «la paz en la tierra ... no puede fundarse ni afirmarse más que en el respeto absoluto del orden establecido por Dios» (Encíclica citada, AAS 55, 1963, p. 257), los creyentes tienen en su religión las luces, los reclamos, las fuerzas, para trabajar por la educación en la paz. El verdadero sentimiento religioso no puede menos de promover la verdadera paz. Los poderes públicos, al reconocer como se debe la libertad religiosa, favorecen la expansión del espíritu de paz, en lo más profundo de los corazones y en las instituciones educativas promovidas por los creyentes. Los cristianos, por su parte, están especia:lmente educados por Cristo y entrenados por él para ser artífices de paz: «Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt. 5, 9; cfr. Lc. 10, 5 etc.). A1 final de este Mensaje, se comprenderá que llamo particularmente la atención de los hijos de la Iglesia, con el fin de estimular su contribución a la paz y a situarla en el gran Designio de Paz, revelado por Dios en Jesucristo. La aportación específica de los cristianos y de la Iglesia en la obra común será tanto más segura, cuanto más se nutra en sus propias fuentes, en su esperanza propia.

La visión cristiana de la Paz

Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo: la aspiración a la paz que vosotros compartís con todos los hombres corresponde a una llamada inicial de Dios a formar una sola familia de hermanos, creados a imagen del mismo Padre. La revelación insiste sobre nuestra libertad y nuestra solidaridad. Las dificultades que encontramos en la marcha hacia la paz están ligadas en parte a nuestra debilidad de creaturas, cuyos pasos son necesariamente lentos y progresivos; estas dificultades se agravan a causa de nuestros egoísmos, nuestros pecados de toda índole, a consecuencia del pecado de origen que ha marcado una ruptura con Dios, produciendo una ruptura entre hermanos. La imagen de la Torre de Babel describe bien la situación. Pero nosotros creemos que Jesucristo, mediante la donación de su vida en la cruz, se ha convertido en nuestra Paz: él ha derribado el muro de odio que separaba a los hermanos enemistados (Efes. 2, 14). Mediante su resurrección y entrada en la gloria del Padre, nos asocia misteriosamente a su vida: reconciliándonos con Dios, repara las heridas del pecado y de la división, y nos hace capaces de inscribir en nuestras sociedades un esbozo de la unidad que él restablece en nosotros. Los discípulos más fieles de Cristo han sido artífices de paz, llegando hasta perdonar a sus enemigos, hasta ofrecer muchas veces su propia vida por ellos. Su ejemplo traza el camino a una humanidad nueva que no se contenta ya con compromisos provisionales, sino que realiza la fraternidad más profunda. Sabemos que nuestra marcha hacia la paz en la tierra, sin perder su consistencia natural ni sus propias dificultades, está englobada en el interior de otra marcha, la de la salvación, que se termina en una plenitud eterna de paz, en una comnunión total con Dios. Así el Reino de Dios, Reino de paz, con su propia fuente, sus medios y su fin, penetra ya toda la actividad terrena sin diluirse en ella. Esta visión de fe tiene un impacto profundo sobre la actividad cotidiana de los cristianos.

El dinamismo cristiano de la paz

Ciertamente, avanzamos por los caminos de la paz, con las debilidades y las búsquedas vacilantes de todos nuestros compañeros de viaje. Sufrimos con ellos la trágica falta de paz. Sentimos la urgencia de ponerle remedio con mayor resolución aún, por el honor de Dios y por el honor del hombre. No pretendemos hallar en la lectura del Evangelio fórmulas ya hechas para llevar a cabo hoy tal o cual progreso en la paz. Pero todos hallamos, casi en cada página del Evangelio y de la historia de la Iglesia, un espíritu, el del amor fraterno, que educa poderosamente a la paz. Hallamos en los dones del Espíritu Santo y en los Sacramentos una fuerza alimentada en la fuente divina. Hallamos en Cristo, una esperanza. Los fracasos no lograrán hacer vana la obra de la paz, aun cuando los resultados inmediatos sean frágiles, aun cuando nosotros seamos perseguidos por nuestro testimonio en favor de la paz. Cristo Salvador asocia a su destino a todos aquellos que trabajan con amor por la paz.

La oración por la paz

La paz es obra nuestra: exige nuestra acción decidida y solidaria. Pero es inseparablemente y por encima de todo un don de Dios: exige nuestra oración. Los cristianos deben estar en primera fila entre aquellos que oran diariamente por la paz; deben además educar a orar por la paz. Ellos procurarán orar con María, Reina de la paz.

A todos; cristianos, creyentes y hombres de buena voluntad os digo: no tengáis miedo de apostar por la paz, de educar para la paz. La aspiración a la paz no quedará nunca decepcionada. El trabajo por la paz, inspirado por la caridad que no pasa, dará sus frutos. La paz será la última palabra de la Historia.

  

MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II, PARA LA CELEBRACIÓN DE LA JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ. I de enero de 1979

martes, 10 de septiembre de 2013

El límite impuesto al mal






La historia moderna de Europa, marcada –sobre todo en Occidente– por la influencia de la Ilustración, ha dado también muchos frutos buenos. En esto refleja la naturaleza del mal, tal como la entiende santo Tomás, siguiendo las huellas de san Agustín. El mal es siempre la ausencia de un bien que un determinado ser debería tener, es una carencia. Pero nunca es ausencia absoluta del bien. Cómo pueda nacer y desarrollarse el mal en el terreno sano del bien, es un misterio. También es una incógnita esa parte de bien que el mal no ha conseguido destruir y que se difunde a pesar del mal, creciendo incluso en el mismo suelo. Surge de inmediato la referencia a la parábola evangélica del trigo y la cizaña. Cuando los siervos preguntan al dueño: "¿Quieres que vayamos a arrancarla?", él contesta de manera muy significativa: "No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega, y cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero". En este caso, la mención de la cosecha alude a la fase final de la Historia, la escatológica.

        Se puede tomar esta parábola como clave para comprender toda la historia del hombre. En diversas épocas y en distintos sentidos, el trigo crece junto a la cizaña y la cizaña junto al trigo. La historia de la Humanidad es una trama de la coexistencia entre el bien y el mal. Esto significa que, si el mal existe al lado del bien, el bien, no obstante, persiste al lado del mal y, por decirlo así, crece en el mismo terreno, que es la naturaleza humana. En efecto, ésta no quedó destruida, no se volvió totalmente mala a pesar del pecado original. Ha conservado una capacidad para el bien, como lo demuestran las vicisitudes que se han producido en los diversos períodos de la Historia. (...)

El límite impuesto al mal

        No se olvida fácilmente el mal que se ha experimentado directamente. Sólo se puede perdonar. Y, ¿qué significa perdonar, sino recurrir al bien, que es mayor que cualquier mal? Un bien que, en definitiva, tiene su fuente únicamente en Dios. Sólo Dios es el Bien. El límite impuesto al mal por el bien divino se ha incorporado a la historia del hombre, a la historia de Europa en particular, por medio de Cristo. Así pues, no se puede separar a Cristo de la historia del hombre. Lo dije durante mi primera visita a Polonia, en Varsovia, en la plaza de la Victoria. Dije entonces que no se podía apartar a Cristo de la historia de mi nación. ¿Se le puede apartar de la historia de Europa? De hecho, ¡sólo en Él todas las naciones y la Humanidad entera pueden cruzar el umbral de la esperanza! (...)

La Redención victoriosa

        Quien puede poner un límite definitivo al mal es Dios mismo. Él es la Justicia misma. Es Él quien premia el bien y castiga el mal en perfecta correlación con la situación objetiva. Me refiero a todo mal moral, a todo pecado. Ya en el paraíso terrenal aparece en el horizonte de la historia humana el Dios que juzga y castiga. El libro del Génesis describe detalladamente el castigo que recibieron los primeros padres después de haber pecado. Y la pena impuesta se extendió a toda la historia del hombre. En efecto, el pecado original es hereditario. Como tal, indica una cierta pecaminosidad innata del hombre, su arraigada inclinación hacia el mal en vez de hacia el bien. Hay en el hombre una cierta debilidad congénita de naturaleza moral, que se une a la fragilidad de su existencia y a su flaqueza psicofísica. Con ella se relacionan las diversas desdichas que la Biblia, ya desde las primeras páginas, indica como consecuencia del pecado. (...)

        Dios mismo ha venido para salvarnos, para salvar al hombre del mal, y esta venida de Dios, este Adviento que celebramos con tanto regocijo en las semanas previas a la Navidad, tiene un carácter redentor. No se puede pensar en el límite puesto por Dios mismo al mal en sus diferentes formas sin referirse al misterio de la Redención.


Autor: Beato Juan Pablo II

lunes, 9 de septiembre de 2013

El verdadero amor






Navegando por Internet me encontré la siguiente historia, de autor desconocido, que me hizo reflexionar mucho: Una enfermera recibió en la clínica a un hombre de cierta edad que necesitaba que le curasen una herida en la mano. Tenía bastante prisa, y, mientras le curaba, la enfermera le preguntó qué era aquello tan urgente que tenía que hacer. El hombre le contó que su mujer vivía desde hacía ya algún tiempo en una residencia de ancianos, ya que tenía un Alzehimer muy fuerte, y él iba todas las mañanas a desayunar con ella.

        Mientras le terminaba de vendar la herida, la enfermera preguntó: – ¿Su esposa se alarmaría mucho si usted llega tarde esta mañana? –. –No– respondió el hombre–, mi mujer no sabe quién soy. Hace cinco años que ya no me reconoce–. La enfermera, algo extrañada, le dijo: –Entonces, ¿por qué esa necesidad de estar con ella todas las mañanas? –. El hombre sonrió y le dijo: –Ella no sabe quién soy yo, pero yo todavía sé muy bien quién es ella–. Después la historia terminaba con esta hermosa reflexión: “El verdadero amor no se reduce a lo físico o a lo romántico; el verdadero amor es la aceptación de todo lo que el otro es, de lo que ha sido, de lo que será y de lo que ya nunca podrá ser”.

        Se ha idealizado tanto y se ha manipulado tanto el amor en nuestros días que hemos hecho de él una caricatura y ya no sabemos qué es el verdadero amor. Pienso que un momento maravilloso para poder descubrir este amor es el noviazgo; pero, desgraciadamente, muchos jóvenes no tienen la menor idea de lo que esta palabra significa. Algunas parejas reducen su noviazgo al binomio pelea-reconciliación. Discuten, muchas veces por pequeñas cosas que podrían solucionarse con un poco más de diálogo y también de madurez; se separan y luego se vuelven a reconciliar… y así se la pasan y se les pasan los meses y hasta los años. Un buen día se casan, y ¡oh, sorpresa! “mientras fuimos novios él (o ella) no era así”. Probablemente sí era así, pero no hubo tiempo de noviazgo real para comprobarlo.

Y es que el noviazgo tendría que ser realmente una escuela de amor. La escuela en la que dos jóvenes se conocen a fondo y aprenden a amarse de veras, a desprenderse de sí mismos para darse al otro y dar vida a otros, sus futuros hijos. Podemos casi decir que de un buen noviazgo depende un buen matrimonio. Quizás alguna persona leyendo este artículo podría decir “pues yo tuve un noviazgo muy corto y ya llevo muchos años casada”… Y no tengo nada que discutirle, pues un buen noviazgo no es cuestión de tiempo, sino de “calidad”. Yo he conocido alguna pareja con diez años de noviazgo y uno de matrimonio… ¿Qué pasó? ¿En qué se fueron esos diez años?
        La calidad de un buen noviazgo consiste en ser sinceros el uno con el otro, en aprender a donarse mutuamente, en aprender a ceder, a compartir los gustos del otro, a conocerse mutuamente y aceptarse. Efectivamente el amor verdadero, como decía al inicio, no se reduce a lo físico o a lo romántico. No es cuestión de que él sea un adonis y ella una afrodita, pues sino, ¿qué sucederá con el paso de los años?

El verdadero amor es:

La aceptación de todo lo que el otro es:

        Para aceptar a la otra persona tal como es, se necesita conocerla realmente. El conocimiento de otra persona se logra a través del trato frecuente; y por trato no entiendo el mero hecho de estar juntos, pues si así fuera, estaría en grado de conocer al conductor del autobús 33 que pasa por mi casa y que tomo con frecuencia… Hablo de un conocimiento profundo, de un compartir pensamientos, ideas, sentimientos… ¿qué piensas de esto?, ¿cómo te gustan este tipo de cosas?, ¿qué significa esto para ti? Conocer a una persona se logra a través de la escucha. Escuchar al otro con interés, con atención, sin estar más pendiente de si el camarero derramará el líquido cuando me sirva que de las palabras de mi acompañante.

        Cuando se da este conocimiento profundo de la persona, puedo llegar a aceptar todo lo que el otro es. Puedo aceptar sus repentinos disgustos y enfados porque entiendo qué los provoca; puedo aceptar su mal humor en las mañanas o cuando regresa de la oficina, porque sé de dónde vienen; puedo comprender que él necesite momentos de silencio o de estar solo… en fin, puedo aceptarlo tal como es.

La aceptación de todo lo que el otro ha sido:

         Un noviazgo con una persona inicia en un momento determinado; pero antes de ese momento, ha habido otros momentos que han estado llenos de experiencias, de alegrías, de tristezas, de errores y aciertos, y que no pueden ser ignorados porque forman y son parte de la persona que tengo delante. Es verdad que el pasado no determina, pero sí configura. En las conversaciones entre los novios debería ir saliendo poco a poco la propia historia contada con sinceridad y sin miedos. No olvidemos que el verdadero amor es capaz de perdonar y de olvidar.

        Conocer el pasado ayuda también para ver qué pasos se pueden dar juntos hacia el futuro, donde la carga ya no la lleva uno solo sino los dos. Cuántos matrimonios se han roto al iniciar con las palabras “yo no sabía…”. El miedo a perder a una persona no nos puede llevar a engañarla, pues por una parte le estaremos haciendo un gran daño, y, por otra, si al contarle algo nos abandona quiere decir que su amor no era tan grande y, quizás, tampoco tan auténtico.

La aceptación de todo lo que el otro será:

         Si el novio es estudiante de medicina, debo saber que me casaré con el hospital; que habrá días y noches en que él estará ausente, que quizás los temas de conversación girarán en torno a la salud y la enfermedad “de otros”, que llegará cansado y de mal humor para salir a cenar, etc. Me caso con un hombre, es verdad, pero que tiene una profesión, unos amigos a los que les gusta mucho la cerveza y ver el fútbol, una familia que le habla demasiado seguido por teléfono y que quieren que vaya a su casa con más frecuencia… Se solía decir que los niños nacían con un pan debajo del brazo…; el que se casa, además de un marido o una mujer, se lleva un baúl de sorpresas. Pero todas ellas ya quedaron pensadas y ponderadas durante el noviazgo. Ya hubo diálogo y conversaciones sobre ello, ya hubo acuerdos basados sobre la realidad de lo que los dos somos capaces de hacer y de renunciar.

La aceptación de todo lo que el otro ya no podrá ser:

         Quizás sea éste el punto más interesante. El noviazgo debe ser realista. El verdadero amor es ilusionado, pero no ilusorio. Cuántas veces nos podemos topar con quienes dicen “él es así, pero yo lo voy a cambiar”… Sueños inconsistentes que echan a perder la felicidad de muchos. Según los expertos, es más fácil aprender nuevos comportamientos cuando somos pequeños que cuando somos grandes. El noviazgo no es una excepción. No podemos pasar la vida esperando que él o ella sean diferentes; a veces, después de mucho tiempo se llega a descubrir que él no estuvo nunca dispuesto a cambiar o que, simplemente, no sabía que ella deseaba que cambiara.

        Acepto y quiero lo que él o ella son ahora, en este momento, en cada momento, pues no puedo asegurar que mañana sea igual. Quizás mañana habrá unas canas de más, unas arrugas de más, una enfermedad, una pérdida de empleo… Pero nada de eso puede cambiar el verdadero amor, porque yo amo en ti lo que tú eres, lo más profundo de ti mismo, esa intimidad que sólo conocemos y compartimos tú y yo. Ese es el amor que permite seguir amando aun cuando ella no sabe quién soy yo, pero yo sé todavía muy bien quién es ella.


Autor: Marta Luján