
A todos
vosotros
que deseáis la paz:
La gran causa de la paz entre los pueblos tiene
necesidad de todas las energías de paz latentes en el corazón del hombre. A
suscitarlas y cultivarlas - a educarlas - ha querido mi predecesor Pablo VI,
poco antes de su muerte, que fuese consagrada la Jornada mundial 1979, que
lleva por lema:
« PARA LOGRAR LA PAZ, EDUCAR A LA PAZ »
A lo largo de todo su pontificado, Pablo VI ha
recorrido con vosotros los difíciles caminos de la paz. Compartía vuestras
angustias cuando la paz estaba en peligro. Sufría con aquellos que padecían el
azote de la guerra. Alentaba todos los esfuerzos encaminados a restaurar la
paz. Mantenía siempre la esperanza, con una indomable energía.
Convencido de que la paz es tarea de todos, había
lanzado en 1967 la idea de una Jornada Mundial de la Paz, deseando que todos
vosotros la hiciérais iniciativa propia. Desde entonces, cada año su Mensaje
ofrecía a los responsables de las naciones y de las organizaciones
internacionales la oportunidad de renovar y expresar públicamente lo que legitima
su autoridad : hacer progresar y cohabitar en la paz a hombres libres, justos y
fraternos. Las comunidades más heterogéneas se encontraban para celebrar el
bien inestimable de la paz y corroborar su voluntad de defenderla y servirla.
Yo recojo de manos de mi venerado predecesor el
bastón de peregrino de la paz. Camino a vuestro lado con el Evangelio de la
paz. «Bienaventurados los que trabajan por la paz». Al comienzo del año 1979,
os invito a celebrar la Jornada Mundial, colocándola —de acuerdo con el deseo
de Pablo VI— bajo el signo de la educación a la paz.
I. UNA DURA TAREA
Una aspiración incoercible
Conseguir la paz: he ahí el resumen y la
coronación de todas nuestras aspiraciones. La paz —tal es nuestro
convencimiento— es plenitud y es alegría. Para hacerla real entre los países,
se multiplican los intentos a través de intercambios bilaterales o
multilaterales, conferencias internacionales; algunos toman personalmente
iniciativas valientes, con el fin de establecer la paz o de hacer desaparecer
la amenaza de una nueva guerra.
Una confianza quebrantada
Pero al mismo tiempo, se observa que tanto las
personas como los grupos no acaban de arreglar sus conflictos secretos o
públicos. ¿Será pues la paz un ideal fuera de nuestro alcance? El espectáculo
cotidiano de las guerras, de las tensiones, de las divisiones siembra la duda y
el desaliento. Focos de discordia y de odio parecen incluso atizados
artificialmente por algunos que no pagan las consecuencias. Y con demasiada
frecuencia los gestos de paz son irrisoriamente incapaces de cambiar el curso
de las cosas, cuando no son arrastrados y al final utilizados por la lógica
dominante de la explotación y de la violencia.
En unas partes, la timidez y la dificultad de las
reformas necesarias envenenan las relaciones entre grupos humanos, unidos sin
embargo por una larga o ejemplar historia común; nuevas ambiciones de poder
inclinan a recurrir a la coacción del número o a la fuerza brutal para aclarar
la situación, bajo la mirada impotente, muchas veces interesada y cómplice, de
otros países próximos o lejanos; tanto los más fuertes como los más débiles ya
no depositan su confianza en los pacientes procedimientos de la paz.
En otras partes, el temor de una paz mal
asegurada, los imperativos militares y políticos, los intereses económicos y
comerciales llevan consigo la constitución de arsenales o la venta de armas de
una capacidad alarmante de destrucción: la carrera de armamentos prevalece
entonces sobre las grandes tareas pacíficas que deberían unir a los pueblos en
una nueva solidaridad, alimenta conflictos esporádicos, pero sangrientos, y
acumula las más graves amenazas. Es verdad: a primera vista, la causa de la paz
tiene ante sí un obstáculo desesperante.
De palabras de paz...
Sin embargo, en casi todos los discursos públicos,
a nivel de naciones o de organismos internacionales, rara vez se ha hablado
tanto de paz, de distensión, de entendimiento, de soluciones razonables de los
conflictos, de acuerdo con la justicia. La paz se ha convertido en el lema que
tranquiliza o quiere seducir. Esto, en cierto sentido es un hecho positivo: la
opinión pública de las naciones no aguantaría ya que se haga la apología de la
guerra ni tampoco que se corra el riesgo de una guerra ofensiva.
...a convicciones de paz
Pero para poner de manifiesto el desafío que se
impone a toda la humanidad, frente a la dura tarea de la paz, hace falta algo
más que palabras, sinceras o demagógicas. Sobre todo es necesario que penetre
el verdadero espíritu de la paz a nivel de hombres políticos, de medios o de
centros de los que dependen más o menos directamente, más o menos secretamente,
los pasos decisivos hacia la paz o al contrario la prolongación de las guerras
o de las situaciones de violencia. Es necesario, como mínimo, apoyarse sobre
principios elementales pero seguros, como son los siguientes: las cosas de los
hombres deben ser tratadas con humanidad, y no por la violencia. Las tensiones,
los contenciosos y los conflictos deben ser arreglados por negociaciones
razonables y no por la fuerza. Las oposiciones ideológicas deben confrontarse
en un clima de diálogo y de libre discusión. Los intereses legítimos de grupos
determinados deben tener también en cuenta los intereses legítimos de los otros
grupos afectados y las exigencias del bien común superior. El recurso a las
armas no debería ser considerado como el instrumento adecuado para solucionar
los conflictos. Los derechos humanos imprescriptibles deben ser salvaguardados
en toda circunstancia. No está permitido matar para imponer una solución.
Estos principios humanitarios los puede encontrar
todo hombre de buena voluntad en su propia conciencia. Corresponden a la
voluntad de Dios sobre los hombres. Para que se conviertan en convicciones,
tanto para los poderosos como para los débiles, e impregnen toda su actividad,
hay que devolverles toda su fuerza. Es necesaria una educación paciente y
prolongada a todos los niveles.
II. LA EDUCACIÓN A LA PAZ
1. LLENAR NUESTRAS MIRADAS CON HORIZONTES DE PAZ
Para vencer este sentimiento espontáneo de
impotencia, la tarea y el primer beneficio de una educación digna de este
nombre es mirar más allá de las tristes evidencias inmediatas, o más bien,
aprender a reconocer, en el meollo mismo de los estallidos de la violencia que
mata, el camino discreto de la paz que jamás renuncia, que incansablemente cura
la heridas, que mantiene y hace progresar la vida. La marcha hacia la paz
aparecerá entonces posible y deseable, fuerte y ya victoriosa.
Un repaso a la historia
Aprendamos primero a repasar la historia de los
pueblos y de la humanidad según esquemas más verdaderos que los de la
concatenación de las guerras y de las revoluciones. Ciertamente, el ruido de
las batallas domina la historia. Pero son las treguas de la violencia las que
han consentido realizar esas obras culturales duraderas de las que se honra la
humanidad. Además, si es que se puede encontrar en las guerras y en las mismas
revoluciones unos factores de vida y progreso, ellos provienen de aspiraciones
de orden distinto al de la violencia: son aspiraciones de naturaleza
espiritual, tales como la voluntad de ver reconocida una dignidad común a toda
la humanidad, de salvar el espíritu y la libertad de un pueblo. Donde existían
estas aspiraciones, actuaban como un regulador en el seno mismo de los
conflictos, impedían rupturas irremediables, mantenían una esperanza y
preparaban una nueva oportunidad para la paz. Donde faltaban tales aspiraciones
o se alteraban en la exaltación de la violencia, dejaban el campo abierto a la
lógica de la destrucción que ha llevado a regresiones económicas y culturales
duraderas y a la muerte de civilizaciones enteras. Responsables de los pueblos,
sabed educaros a vosotros mismos en el amor de la paz, discerniendo y haciendo
brillar en las grandes páginas de la historia nacional el ejemplo de vuestros
predecesores cuya gloria ha sido hacer germinar unos frutos de paz. «Dichosos
los que trabajan por la paz ...».
La estima de las grandes tareas pacificadoras de
hoy
Hoy vosotros contribuiréis a la educación en la
paz dando el mayor relieve posible a las grandes tareas pacificadoras que se
imponen a la familia humana. A través de vuestros esfuerzos para llegar a una
gestión razonable y solidaria del propio ambiente y del patrimonio común de la
humanidad, a la erradicación de la miseria que abruma a millones de hombres, a
la consolidación de instituciones susceptibles de expresar y agrandar la unidad
de la familia humana a nivel regional y mundial, los hombres descubrirán la
llamada fascinante de la paz que es reconciliación entre sí y reconciliación
con su universo natural. Exhortando, contra todas las demagogias ambientales, a
la búsqueda de modos de vida más simples, menos expuestos a la tiranía de los
instintos de posesión, de consumo y de dominio, y más acogedores de los ritmos
profundos de la creatividad personal y de la amistad, abriréis para vosotros
mismos y para todos un espacio inmenso a las posibilidades insospechadas de la
paz.
La irradiación de múltiples ejemplos de paz
Inhibe tanto al individuo el sentimiento de que
resulten vanos sus modestos esfuerzos en favor de la paz, en el límite
restringido de las responsabilidades de cada uno, debido a los grandes debates
políticos mundiales prisioneros de una lógica de simples medidas de fuerzas y
de recurso a los armamentos, como lo libera el espectáculo de las instancias
internacionales convencidas de las posibilidades de la paz, y empeñadas de
manera apasionada en la construcción de la paz. La educación para la paz puede
entonces beneficiar también de un interés renovado por los ejemplos cotidianos
de sencillos artífices de paz a todos los niveles: son individuos y hogares
que, por el dominio de sus pasiones, por la aceptación y el respeto mutuos,
conquistan su propia paz interior y la difunden; son pueblos, a menudo pobres y
probados, cuya sabiduría milenaria se ha forjado alrededor del bien supremo de
la paz, que han sabido resistir frecuentemente a las seducciones engañosas de
progresos rápidos conseguidos por la violencia, convencidos de que tales
beneficios llevarían los gérmenes envenenados de nuevos conflictos.
Sí, sin ignorar el drama de las violencias,
llenemos nuestras miradas y la de las jóvenes generaciones con estos objetivos
de paz: son éstos los que ejercerán una atracción decisiva. Sobre todo, harán
surgir la aspiración a la paz que es un constitutivo del hombre. Estas energías
nuevas harán inventar un nuevo lenguaje de paz y nuevos gestos de paz.
2. HABLAR UN LENGUAJE DE PAZ
El lenguaje es para expresar los sentimientos del
corazón y para unir. Pero cuando es prisionero de esquemas prefabricados,
arrastra a su vez al corazón hacia sus propias pendientes. Hay que actuar,
pues, sobre el lenguaje para actuar sobre el corazón e impedir las trampas del
lenguaje.
Es fácil constatar hasta qué punto la ironía
acerba y la dureza en los juicios, en la crítica de los demás y sobre todo del
«extranjero», la contestación y la reivindicación sistemáticas invaden las
comunicaciones orales y ahogan tanto la caridad social cuanto la misma
justicia. A fuerza de expresarlo todo en términos de relaciones de fuerza, de
lucha de grupos y de clases, de amigos y de enemigos, se ha creado el terreno
propicio a las barreras sociales, al menosprecio, es decir, al odio y al
terrorismo y su apología disimulada o abierta. De un corazón conquistado por el
valor superior de la paz brotan al contrario el deseo de escuchar y de
comprender, el respeto al otro, la dulzura que es fuerza verdadera y la
confianza. Este lenguaje sitúa en el camino de la objetividad, de la verdad, de
la paz. Grande es en este punto la función educativa de los medios de
comunicación social. Y es también muy influyente la manera de expresarse en los
intercambios y en los debates con ocasión de confrontaciones políticas,
nacionales e internacionales. Responsables de las naciones y responsables de
las organizaciones internacionales, sabed encontrar un lenguaje nuevo, un
lenguaje de paz: éste abre por sí mismo un nuevo espacio a la paz.
3. HACER GESTOS DE PAZ
Lo que suscita unos horizontes de paz, lo que sirve
a un lenguaje de paz, debe expresarse en unos gestos de paz. En su ausencia, la
convicciones nacientes se evaporan y el lenguaje de paz se convierte en una
retórica rápidamente desacreditada. Muy numerosos pueden ser los artífices de
paz si toman conciencia de sus posibilidades y de sus responsabilidades. La
práctica de la paz arrastra a la paz. Ella enseña a los que buscan el tesoro de
la paz que este tesoro se descubre y se ofrece a quienes realizan modestamente,
día tras día, todas las acciones de paz de que son capaces.
Padres, educadores y jóvenes
Padres y educadores, ayudad a los niños y a los
jóvenes a hacer la experiencia de la paz en las mil acciones diarias que están
a su alcance, en familia, en la escuela, en el juego, la camaradería, el trabajo
en equipo, la competición deportiva, las múltiples conciliaciones y
reconciliaciones necesarias. El Año internacional del Niño, que las Naciones
Unidas han proclamado para 1979, debería atraer la atención de todos sobre la
aportación original de los niños a la paz.
Jóvenes, sed constructores de paz. Vosotros sois
artífices con pleno derecho de esta gran obra común. Resistid a las facilidades
que os adormecen en la triste mediocridad, y a las violencias estériles con que
quieren utilizaros algunas veces unos adultos que no están en paz consigo
mismos. Seguid los caminos que os marca vuestro sentido de la generosidad, de
la alegría de vivir, del compartir. Vosotros deseáis invertir vuestras energías
nuevas —que escapan a las discriminaciones apriorísticas— en unos encuentros
fraternales por encima de fronteras, en el aprendizaje de lenguas extranjeras
que faciliten la comunicación, en el servicio desinteresado a los países más
necesitados. Vosotros sois las primeras víctimas de la guerra que destroza
vuestro ímpetu. Vostros sois la promesa de la paz.
Compañeros sociales
Compañeros de la vida profesional y social, la paz
os resulta a menudo difícil de conseguir. No hay paz sin justicia y sin
libertad, sin un compromiso valiente para promover una y otra. La fortaleza que
hay que poner en práctica debe ser paciente, sin resignación ni renuncia, firme
sin provocación, prudente para preparar activamente los progresos deseables sin
disipar las energías en llamaradas de indignación violenta prontamente
extinguidas. Contra las injusticias y las opresiones, la paz está llamada a
abrirse un camino en la adopción de una acción decidida. Pero esta acción debe
llevar ya la marca del objetivo al que tiende, a saber, una mejor aceptación
mutua de las personas y de los grupos. Encontrará una regulación en la voluntad
de paz que proviene de lo más profundo del hombre, en las aspiraciones y en la
legislación de los pueblos: Es esta capacidad de paz, cultivada, disciplinada,
la que da lucidez en orden a dar a las tensiones y a los mismos conflictos las
treguas necesarias para desarrollar su lógica fecunda y constructiva. Lo que
ocurre en la vida social interna de los países tiene una repercusión
considerable —en lo bueno y en lo malo— sobre la paz entre las naciones.
Hombres políticos
Pero, hay que insistir en ello de nuevo, estos
múltiples gestos de paz corren el riesgo de ser desalentados y en parte
aniquilados por una política internacional que no hallara la misma dinámica de
paz. Hombres políticos, responsables de los pueblos y de las organizaciones
internacionales, yo os manifiesto mi estima sincera y doy mi total apoyo a
vuestros esfuerzos muchas veces agotadores por mantener o restablecer la paz.
Es más, consciente de que va en ello la felicidad e incluso la supervivencia de
la humanidad, y persuadido de la gran responsabilidad que me incumbe de hacer
eco a la llamada capital de Cristo: «Dichosos los que trabajan por la paz», me
atrevo a alentaros a que vayais más lejos. Abrid nuevas puertas a la paz. Haced
todo lo que está en vuestras manos para hacer prevalecer la vía del diálogo
sobre la de la fuerza. Que esto tenga aplicación en primer lugar en el plano
interior: ¿cómo pueden los pueblos promover de verdad la paz internacional, si
son ellos mismos prisioneros de ideologías según las cuales la justicia y la
paz no se obtienen más que reduciendo a la impotencia a aquellos que, ya de
antemano, son considerados indignos de ser artífices de la propia suerte o
cooperadores válidos del bien común? En las negociaciones con los adversarios, estad
persuadidos de que el honor y la eficiencia no se miden por el grado de
inflexibilidad en la defensa de los intereses, sino por la capacidad de
respeto, de verdad, de benevolencia y de fraternidad para con los colegas, en
una palabra, por su humanidad. Llevad a cabo gestos de paz, incluso audaces,
que rompan con los encadenamientos fatales y con el peso de las pasiones
heredadas de la historia; tejed después pacientemente la trama política,
económica y cultural de la paz. Cread —la hora es propicia y el tiempo urge—
zonas cada vez más amplias de desarme. Tened la valentía de examinar nuevamente
y en profundidad la turbadora cuestión del comercio de las armas. Sabed
detectar a tiempo y regular con serenidad los conflictos latentes, antes de que
despierten las pasiones. Proporcionad marcos institucionales apropiados a las
solidaridades regionales y mundiales. Renunciad a utilizar, al servicio de
conflictos de interés, los legítimos valores, es decir, espirituales que se
degradan si se los instrumentaliza. Velad para que la legítima pasión
comunicativa de las ideas se ejerza por la vía de la persuasión y no bajo la
presión de las amenazas y de las armas.
Poniendo en práctica gestos resueltos de paz,
liberaréis las verdaderas aspiraciones de los pueblos y encontraréis en ellas
aliados poderosos para trabajar por el desarrollo pacífico de todos. Os
educaréis vosotros mismos a la paz, despertaréis en vosotros convicciones
firmes y una nueva capacidad de iniciativa al servicio de la gran causa de la
paz.
III. LA CONTRIBUCIÓN ESPECÍFICA DE LOS CRISTIANOS
La importancia de la fe
Toda esta educación a la paz entre los pueblos, en
su propio país, en su ambiente, en sí mismo se ofrece a todos los hombres de
buena voluntad, como recuerda la encíclica Pacem in terris del Papa Juan XXIII.
En grados diversos, está a su alcance. Y como «la paz en la tierra ... no puede
fundarse ni afirmarse más que en el respeto absoluto del orden establecido por
Dios» (Encíclica citada, AAS 55, 1963, p. 257), los creyentes tienen en su religión
las luces, los reclamos, las fuerzas, para trabajar por la educación en la paz.
El verdadero sentimiento religioso no puede menos de promover la verdadera paz.
Los poderes públicos, al reconocer como se debe la libertad religiosa,
favorecen la expansión del espíritu de paz, en lo más profundo de los corazones
y en las instituciones educativas promovidas por los creyentes. Los cristianos,
por su parte, están especia:lmente educados por Cristo y entrenados por él para
ser artífices de paz: «Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán
llamados hijos de Dios» (Mt. 5, 9; cfr. Lc. 10, 5 etc.). A1 final de este
Mensaje, se comprenderá que llamo particularmente la atención de los hijos de
la Iglesia, con el fin de estimular su contribución a la paz y a situarla en el
gran Designio de Paz, revelado por Dios en Jesucristo. La aportación específica
de los cristianos y de la Iglesia en la obra común será tanto más segura,
cuanto más se nutra en sus propias fuentes, en su esperanza propia.
La visión cristiana de la Paz
Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo: la
aspiración a la paz que vosotros compartís con todos los hombres corresponde a
una llamada inicial de Dios a formar una sola familia de hermanos, creados a
imagen del mismo Padre. La revelación insiste sobre nuestra libertad y nuestra
solidaridad. Las dificultades que encontramos en la marcha hacia la paz están
ligadas en parte a nuestra debilidad de creaturas, cuyos pasos son
necesariamente lentos y progresivos; estas dificultades se agravan a causa de
nuestros egoísmos, nuestros pecados de toda índole, a consecuencia del pecado
de origen que ha marcado una ruptura con Dios, produciendo una ruptura entre
hermanos. La imagen de la Torre de Babel describe bien la situación. Pero
nosotros creemos que Jesucristo, mediante la donación de su vida en la cruz, se
ha convertido en nuestra Paz: él ha derribado el muro de odio que separaba a
los hermanos enemistados (Efes. 2, 14). Mediante su resurrección y entrada en
la gloria del Padre, nos asocia misteriosamente a su vida: reconciliándonos con
Dios, repara las heridas del pecado y de la división, y nos hace capaces de
inscribir en nuestras sociedades un esbozo de la unidad que él restablece en
nosotros. Los discípulos más fieles de Cristo han sido artífices de paz,
llegando hasta perdonar a sus enemigos, hasta ofrecer muchas veces su propia
vida por ellos. Su ejemplo traza el camino a una humanidad nueva que no se
contenta ya con compromisos provisionales, sino que realiza la fraternidad más
profunda. Sabemos que nuestra marcha hacia la paz en la tierra, sin perder su
consistencia natural ni sus propias dificultades, está englobada en el interior
de otra marcha, la de la salvación, que se termina en una plenitud eterna de
paz, en una comnunión total con Dios. Así el Reino de Dios, Reino de paz, con
su propia fuente, sus medios y su fin, penetra ya toda la actividad terrena sin
diluirse en ella. Esta visión de fe tiene un impacto profundo sobre la
actividad cotidiana de los cristianos.
El dinamismo cristiano de la paz
Ciertamente, avanzamos por los caminos de la paz,
con las debilidades y las búsquedas vacilantes de todos nuestros compañeros de
viaje. Sufrimos con ellos la trágica falta de paz. Sentimos la urgencia de
ponerle remedio con mayor resolución aún, por el honor de Dios y por el honor
del hombre. No pretendemos hallar en la lectura del Evangelio fórmulas ya
hechas para llevar a cabo hoy tal o cual progreso en la paz. Pero todos
hallamos, casi en cada página del Evangelio y de la historia de la Iglesia, un
espíritu, el del amor fraterno, que educa poderosamente a la paz. Hallamos en
los dones del Espíritu Santo y en los Sacramentos una fuerza alimentada en la
fuente divina. Hallamos en Cristo, una esperanza. Los fracasos no lograrán
hacer vana la obra de la paz, aun cuando los resultados inmediatos sean
frágiles, aun cuando nosotros seamos perseguidos por nuestro testimonio en
favor de la paz. Cristo Salvador asocia a su destino a todos aquellos que
trabajan con amor por la paz.
La oración por la paz
La paz es obra nuestra: exige nuestra acción
decidida y solidaria. Pero es inseparablemente y por encima de todo un don de
Dios: exige nuestra oración. Los cristianos deben estar en primera fila entre
aquellos que oran diariamente por la paz; deben además educar a orar por la
paz. Ellos procurarán orar con María, Reina de la paz.
A todos; cristianos, creyentes y hombres de buena
voluntad os digo: no tengáis miedo de apostar por la paz, de educar para la
paz. La aspiración a la paz no quedará nunca decepcionada. El trabajo por la
paz, inspirado por la caridad que no pasa, dará sus frutos. La paz será la
última palabra de la Historia.
MENSAJE DE
SU SANTIDAD JUAN PABLO II, PARA LA CELEBRACIÓN DE LA JORNADA
MUNDIAL DE LA PAZ. I de enero de 1979