lunes, 5 de noviembre de 2012

Alacrán




Un maestro oriental que vio cómo un alacrán se estaba ahogando, decidió sacarlo del agua, pero cuando lo hizo, el alacrán lo picó.

Por la reacción al dolor, el maestro lo soltó, y el animal cayó al agua y de nuevo estaba ahogándose. El maestro intentó sacarlo otra vez, y otra vez el alacrán lo picó. Alguien que había observado todo, se acercó al maestro y le dijo: "Perdone, ¡pero usted es terco! ¿No entiende que cada vez que intente sacarlo del agua lo picará?".

El maestro respondió: "La naturaleza del alacrán es picar, y eso no va a cambiar la mía, que es ayudar". Y entonces, ayudándose de una hoja el maestro sacó al animalito del agua y le salvó la vida.

No cambies tu naturaleza si alguien te hace daño; solo toma precauciones.

Romanos 12:21 - No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien.

Autor: Desconocido 

domingo, 4 de noviembre de 2012

¿Hay caridad sin justicia?






1)  Para saber

Los padres o maestros, en su función educacional, se cuestionan a veces si no faltaron a la caridad por tratar de ser justos. ¿Es que la justicia está reñida con la caridad?

El Papa Benedicto XVI reflexiona sobre la relación que hay entre la justicia y la caridad: “La caridad va más allá de la justicia, porque amar es dar, ofrecer de lo «mío» al otro; pero nunca carece de justicia, la cual lleva a dar al otro lo que es «suyo», lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. No puedo «dar» al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde” (“La caridad en la verdad”, n.6).

Es así que no hay ninguna oposición entre la caridad y la justicia, es más, la caridad exige que haya justicia, y sin ésta no vivimos realmente la caridad. “Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos… la justicia es «inseparable de la caridad», intrínseca a ella. La justicia es la primera vía de la caridad” (Ibidem).

2) Para pensar

En ocasiones un padre o una madre se pueden sentir culpables por haber castigado a un hijo, y se preguntan si no están faltando a la caridad.

Ciertamente los castigos han de ser justos, es decir, debido a algo indebido que hizo el hijo y han de ser, a su vez, proporcionados a la falta. Por ello es conveniente dar las razones al castigado para que conozca que se hace justicia. Pero no basta.

La justicia ha de ser aplicado con caridad, pues es lo que ha de mover a castigar. Es decir, el amor que el padre tiene a su hijo lo mueve a corregirlo, lo hace por su bien, pretende mejorarlo, pues el castigo servirá para reafirmar el valor que se le quiere inculcar.

Hay un pasaje en “El Quijote de la Mancha”, en donde Sancho Panza, el fiel escudero que será gobernador de una ínsula, es aconsejado por Don Quijote de cómo debe de obrar con los maleantes cuando tenga que impartir justicia: “Al que has de castigar con obras, no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio sin la añadidura de las malas razones. Al culpado que cayese debajo de tu jurisdicción… en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstrate piadoso y clemente; porque aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea, a nuestro ver, el de la misericordia que el de la justicia”.

Ciertamente, es propio de Dios la misericordia que muestra siempre con el pecador. Sin dejar de ser justo, nunca falta en su obrar el amor y la misericordia.

3) Para vivir

El Papa señala con claridad la superioridad de la caridad sobre la justicia, pues sigue “la lógica de la entrega y el perdón. La «ciudad del hombre» no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión. La caridad manifiesta siempre el amor de Dios también en las relaciones humanas, otorgando valor teologal y salvífico a todo compromiso por la justicia en el mundo” (Ibidem).

San Josemaría Escrivá nos lo invita a considerar: “Mira qué entrañas de misericordia tiene la justicia de Dios! –Porque en los juicios humanos, se castiga al que confiesa su culpa: y, en el divino, se perdona” (Camino 309).

Autor: Padre José Martínez Colín

sábado, 3 de noviembre de 2012

Te Diré






Te Diré Lo Que Es Amor
Cuando el amor está obrando
lo que tiene obligación;
si flaquea, si se cansa,
si desmaya...no es amor.
Cuando el amor está orando
con amorosa atención,
si decae, si se entibia,
si se inquieta...no es amor.
Cuando en sequedad padece
tormenta de una opresión,
si no sufre, si no es firme,
si se queja...no es amor.
Cuando el Amante se ausenta
y le deja en la aflicción,
si se acobarda y se turba,
si se abate...no es amor.
Cuando la piedad divina
dilata la petición;
si no cree, si no espera,
si no aguarda...no es amor.
Cuando tiene de sí mismo
-el amor- satisfacción
de que ama, de que adora,
de que sirve...no es amor.
Cuando en la adversa fortuna
y en toda tribulación
no es humilde, no es alegre,
no es afable...no es amor.
Cuando favores recibe
en una y otra porción,
si los quiere, si los toma,
si le llenan...no es amor.
Y pues nada de lo dicho
se llama amor, con razón;
pregunto, corazón mío,
¿no me dirás que es amor?
Amor es un dulce afecto del alma para con Dios
que termina en caridad
comenzando en dilección.
Si deseas padecer
por quien tanto padeció
y en el padecer te alegras
y en la cruz...esto es amor.
Si en este mundo apeteces
vivir en humillación
y que todos te desprecien
por Jesús...esto es amor.
Si no apetece alabanzas
y cuando le dan loor
lo refiere confundido
a su Amado...esto es amor.
Si en medio de adversidad
persevera el corazón
con gozo y serenidad
y paz...esto es amor.
Si a su voluntad en todo
contradice con tesón
posponiéndola a la ajena
por obediencia...esto es amor.
Si las dulzuras que advierte
cuando está en contemplación
sabiendo no merecerlas
las renuncia...esto es amor.
Si conoce su bajeza
y la grandeza de Dios
y despreciándose a sí
a Dios exalta..esto es amor.
Si se ve igualmente alegre
en gozo que en aflicción
y ni penas ni contentos
la entibian...esto es amor.
Si se mira traspasada
de agudísimo dolor
al contemplar a su Amado
ofendido...esto es amor.
Si desea eficazmente
que cuantas almas crió Dios
se salven...esto es amor.
Y, en fin, si cuanto produce
su pensar, su obrar, su voz
quiere que sea en obsequio
de su Amado Salvador...esto es amor.

(Santa Teresa de Avila)

De todo esto saco unas conclusiones:

1- Ofrecerle lo mejor de mi vida y de mi amor como perfume precioso y de mucho valor.

2- Creer que mi vida ofrecida a El día a día es valiosísima a sus ojos y a su corazón.

3- Creer que mi vida se va consumiendo como esas lámparas en las Iglesias, en continua adoración a Dios.

Tu vida es preciosa: no te la reserves para ti, sino dásela a Dios

Autor:  Padre Antonio Rivero L.C.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Dios es amor




He leído que Dios es amor (1Jn 4,16), no que era honor o dignidad. El caso es que Dios no es que no quiera ser honrado, ya que dice:" ¿Si soy vuestro padre, dónde está el honor que me debéis?" (Ml 1,6) Habla aquí como padre. Pero si se mostró como esposo, pienso que cambiaría de discurso y diría: "¿Si soy vuestro esposo, dónde está el amor que me es debido?" Porque ya había dicho: "¿Si soy vuestro Señor, dónde está el temor que me debéis?" (Ibid.) Pide pues ser respetado como Señor, honrado como Padre, amado como Esposo.

        Entre estos tres sentimientos, ¿cuál es de mayor precio? El amor, sin duda alguna. Porque sin amor, el respeto es penoso y el honor se queda sin correspondencia. El temor es servil, hasta que el amor no viene a liberarlo, y un honor que no está inspirado por el amor no es honor, es adulación. A Dios sólo, ciertamente, honor y gloria, pero Dios los acepta sólo sazonados por miel del amor.

        El amor se basta, está a gusto consigo mismo, es su propio mérito y su propia recompensa. El amor no quiere otra causa, ni otro fruto que a sí mismo. Su verdadero fruto, es ser. Amo porque amo. Amo para amar... De todos los movimientos del alma, de sus sentimientos y de sus afectos, el amor es el único que permite a la criatura responder a su creador, si no de igual a igual, por lo menos de semejante a semejante (cf Gn 1,26).

San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia. Sermones sobre el Cantar de los Cantares, n° 83

Profesional




El ser apóstol en forma eficaz, en forma profesional, como el laico se desempeña en su vida ordinaria, no está reñido con el ejercicio de la caridad cristiana, al contrario, la eficiencia puede ser el signo de una exquisita forma de ejecutar el apostolado. 

Formar el corazón del apóstol significa también, buscar lo mejor para el amor, no tener miedo a escoger los medios más eficaces para llevar a cabo el apostolado que mejor responde a la experiencia del Espíritu. En consecuencia, lo mejor para el apostolado podría ser la acción más eficiente en el tiempo y con profundidad. No tener miedo de ponderar las obras que se deben poner en pie, que mejor expresen el amor a Dios y al prójimo, a través de la experiencia del Espíritu. 

Pero siempre convendrá, en igualdad de circunstancias irse formando en el criterio de eficiencia, que es escoger aquella obra que puede ofrecer mejores frutos para el amor. Muchos de los apostolados, bajo este tamiz de la eficiencia no responderían plenamente a la experiencia del Espíritu y convendría cerrarlos o transformarlos. 

Es necesario aprender a diferenciar entre la eficacia, que se reduce a hacer bien las cosas y la eficiencia, que es hacer bien las cosas que convienen hacer. Esta conveniencia dependerá lógicamente de muchas circunstancias, pero quien es apóstol debe convencerse, especialmente en algunas regiones del planeta que los tiempos no están para hacer y llevar a cabo cualquier obra. Deberá poner en pie aquel apostolado que le lleve a hacer más por el amor en menos tiempo. Ello nos lleva a ponderar la importancia del tiempo en el ejercicio de la caridad. Siendo el tiempo un don que Dios da para realizar el amor, como uno de los talentos de la parábola, es conveniente aprender el arte de utilizar el tiempo para hacer más y mejor en menos tiempo, lo cual comporta una adecuada programación, auspiciada por la encíclica Deus caritas est.

Al ver los campos en los que el hombre se afana por conseguir un bien material o un placer efímero y constatar como ese afán lo lleva a sofisticaciones y preparaciones minuciosas en la administración y programación del tiempo, resulta paradójico que quienes deberían dar lo mejor al amor, se contentan con darle las migajas del tiempo. Migajas, no porque sea poco el tiempo que dedican a las actividades caritativas, sino porque no lo saben utilizar con inteligencia. ¿Por qué hacer en una semana lo que podría hacerse en pocas horas? Aprender a programar el tiempo para ser apóstol es una forma de ejercer la caridad, esta es la inteligencia de la caridad.

De esta forma una de las labores más importantes en la transmisión del apostolado es la formación del apóstol, no sólo de la formación del corazón del apóstol, sino de la formación de la manera de hacer apostolado.

Debe darse en primer lugar la formación de unas virtudes características, las mismas virtudes que se hayan aplicado a las primeras obras de apostolado. Sin el ejercicio de dichas virtudes se corre el riesgo que el apóstol termine por ser un mercenario que trabajo sólo bajo paga o sólo por complacer a los demás. Bien sabemos que los tiempos que corren son duros y que están hechos para personas que sepan llevar el peso de las dificultades. Por ello, además de las virtudes específicas de cada apostolado, se deberá buscar formar a los apóstoles en la virtud de tenacidad, consciente de que uno de los males que más daña a los apóstoles es la debilidad de la voluntad, la sensualidad, el sentimentalismo y la inconstancia en el trabajo de la santificación y en la actividad apostólica. 

Hay que ayudarle a los laicos a reflexionar con seriedad y profundidad en la obra en la que se quieren empeñar de forma que perseveren en sus empresas hasta culminarlas del todo, esforzándose por evitar las derrotas en el campo espiritual, intelectual y apostólico. Como base de esta tenacidad y constancia, se deberá ayudar a los laicos a formar una voluntad firme y bien disciplinada, fundada sólidamente en las virtudes teologales y en el dominio de los propios sentimientos, emociones e impresiones. Da pena contemplar a tantas obras de apostolado que han quedado incompletas por falta de una voluntad perseverante de quien la debía llevar a cabo.

Otro aspecto en el que se debe formar al apóstol será en el orden y la eficacia, enseñándoles el arte de la programación, en forma tal que el apostolado no se lleve a cabo a base de golpes de buena suerte, sino con un programa previamente trazado de acuerdo a un plan concreto, una guía y un calendario. Es enseñarles el arte de la eficacia, de la realización completa, de ganar tiempo al tiempo, de hacer más en menos tiempo. Es enseñar a los laicos la parábola de los talentos, de forma que sus posibilidades de hacer el bien vayan consumiéndose día a día, de manera infructuosa, por la improvisación, la pereza, la mediocridad y el desorden.

El apostolado no es un sentimiento, sino un arte. Por este motivo se debe ayudar al laico a considerar que la vida es una y sólo se vive una vez, enseñándole a adquirir un espíritu esforzado, de laboriosidad, de conquista y de perseverancia, enraizado en un apasionado amor a Jesucristo y en un ardiente celo por las almas. Los laicos están llamados también a reproducir en sí mismos la misma creatividad, la misma santidad y la misma audacia que los fundadores. Esta audacia y creatividad debe llevarles a extirpar toda forma de pereza espiritual, intelectual, apostólica y física, que acabe con las cobardías, la falsa prudencia y la comodidad, que les anime a estar permanentemente en actitud de servicio, desechando toda amargura, insatisfacción o lamentación estéril, y les haga desear el desgastarse por Cristo y por su Reino.

Se debe animar y motivar constantemente a los miembros para hacerles ver la grandeza de la misión, del apostolado, de forma que los laicos vayan plasmando en sí mismos al hombre líder cristiano, guía de sus hermanos, eficaz en su labor, atento a las oportunidades, magnánimo de corazón, luchador infatigable, realista en sus objetivos, tenaz ante las dificultades, sobrenatural en sus aspiraciones. Debe ayudarlos a desterrar en el apostolado cuanto tenga que ver con la irresponsabilidad, el egoísmo, la pusilanimidad, la pereza, la cobardía, la timidez y el desaliento.

Por último, si se quiere en verdad inculcar todas estas virtudes en la formación de los apóstoles, uno mismo deberá transformarse en un verdadero formador de apóstoles, a ejemplo de su fundador. Por ello deberá aprender a hacer, entregándose totalmente a su misión, en forma organizada y eficiente. Deberá también aprender a hacer hacer, logrando corresponsabilizar a los laicos, cultivando su celo apostólico, su amor por Dios, la Iglesia y las almas y propiciando la participación activa de ellos en los diversos apostolados. Por último, como San Juan Bautista, aprenderá a dejar hacer, no poniendo obstáculos, fomentando y estimulando la iniciativa y la acción de los laicos, sin abdicar a su propia responsabilidad de formador de apóstoles, ni pretender realizar todo por sí mismo.



Autor: Germán Sánchez Griese | Fuente: Catholic.net