viernes, 7 de septiembre de 2012

Todo lo que hace





Es preciso que examinemos de cerca qué es lo que hace que el hombre sea sordo. Por haber escuchado las insinuaciones del Enemigo y sus palabras, la primera pareja de nuestros antepasados han sido los primeros sordos. Y nosotros también, detrás de ellos, de tal manera que somos incapaces de escuchar y comprender las amables inspiraciones del Verbo eterno. Sin embargo, sabemos bien que el Verbo eterno reside en el fondo de nuestro ser, tan inefablemente cerca de nosotros y en nosotros que nuestro mismo ser, nuestra misma naturaleza, nuestros pensamientos, todo lo que podemos nombrar, decir o comprender, está tan cerca de nosotros y nos es tan íntimamente presente como lo es y está el Verbo eterno. Y el Verbo habla sin cesar al hombre. Pero el hombre no puede escuchar ni entender todo lo que se le dice, a causa de la sordera de la que está afectado... Del mismo modo ha sido de tal manera golpeado en todas sus demás facultades que es también mudo, y no se conoce a sí mismo. Si quisiera hablar de su interior, no lo podría hacer por no saber dónde está y no conociendo su propia manera de ser...


        ¿En qué consiste, pues, este cuchicheo dañino del Enemigo? Es todo este desorden que él te hace ver y te seduce y te persuade que aceptes, sirviéndose, para ello, del amor, o de la búsqueda de las cosas creadas de este mundo y de todo lo que va ligado a él: bienes, honores, incluso amigos y parientes, es decir, tu propia naturaleza, y todo lo que te trae el gusto de los bienes de este mundo caído. En todo esto consiste su cuchicheo...
        Pero viene Nuestro Señor: mete su dedo sagrado en la oreja el hombre, y la saliva en su lengua, y el hombre encuentra de nuevo la palabra.




Autor: Juan Taulero (1300-1361)

jueves, 6 de septiembre de 2012

¿Coincidencia o "Diosidencia"?



La fe mueve montañas y la oración sencilla de una niña hace milagros. Esta historia fue escrita por una doctora que trabajó en Sudáfrica, para que veas cómo Dios siempre nos escucha; solo basta tener fe, pero fe de verdad.

Una noche, yo había trabajado duro para ayudar a una madre en su trabajo de parto; pero a pesar de todo lo que pudimos hacer, ella murió dejándonos con un bebé prematuro diminuto y una hija de dos años que lloraba. Habíamos tenido dificultad en mantener con vida al bebé, ya que no teníamos incubadora (ni siquiera teníamos electricidad para hacer funcionar una incubadora).Tampoco teníamos facilidades para darle alimentación especial.

A pesar de vivir en el ecuador geográfico, las noches a menudo eran frías, con corrientes de aire traicioneras. Una comadrona estudiante fue a traer la caja que teníamos para esos bebés y la frazada de algodón en la que debería envolverse al bebé; otra fue a avivar el fuego y a llenar una bolsa con agua caliente. Regresó rápido, apenada, a decirme que al llenar la bolsa, ésta se había reventado (el plástico fácilmente se echa a perder en los climas tropicales). Exclamó: “¡y es nuestra última bolsa para agua caliente!”.

Igual que en occidente no es bueno llorar sobre la leche derramada, así también es en el África Central, no es bueno llorar sobre una bolsa para agua caliente estallada; estas no se dan en los árboles, y no hay farmacias en los extravíos de la selva.

“Está bien” -le dije-, “ponga al bebé tan cerca del fuego con todo el cuidado que pueda, y duerma entre el bebé y la puerta para librarlo de los vientos. Su trabajo es mantener al bebé con calor”. La tarde siguiente, tal como lo hacía la mayoría de los días, fui a orar con algunos de los niños del orfanato que elegían reunirse conmigo. Les di a los más jóvenes varias sugerencias de cosas por las cuales orar y les conté del diminuto bebé. Les expliqué nuestro problema de mantener al bebé lo suficientemente cálido, mencionando lo de la bolsa para agua caliente, y que el bebé podría morir demasiado fácil si se enfriaba. También les conté de la hermanita de dos años, llorando porque su mamá había muerto.

Durante el tiempo de oración, una niña de diez años, Ruth, oró con la forma usual concisa y sin remilgos de nuestros niños africanos. “Por favor, Dios” -oró ella-, “envíanos una bolsa para agua caliente. No nos servirá mañana, Dios, porque el bebé ya estará muerto, así que por favor envíanosla esta tarde”.

En lo que me tragaba una bocanada de aire frente a la audacia de la oradora, ella agregó: “¿Y a la vez, podrías por favor enviarnos una muñeca para la pequeña hermana para que sepa que realmente la amas?”.

Como pasa con la oración de los niños, fui puesta en un apuro. Podía decir yo, honestamente, “Amén”. Simplemente no creí que Dios pudiera hacer esto.

Oh, sí, yo sé que Dios todo lo puede, la Biblia dice así. Pero hay límites, ¿o no? La única forma en que Dios podía responder a esta oradora muy particular sería enviándome un paquete desde mi país. Yo había estado en África por casi cuatro años para ese entonces, y nunca, nunca, había recibido un paquete enviado desde mi país. De todos modos, si alguien me envió un paquete, ¿quién pondría una bolsa para agua caliente? ¡Yo estaba viviendo en el ecuador geográfico!

A media tarde, cuando estaba dando clases a las enfermeras, recibí el mensaje de que un carro estaba estacionado en la puerta de enfrente de mi residencia.

Cuando llegué a mi casa, el carro ya se había ido, pero allí, sobre la baranda, había un paquete grande de veintidós libras. Sentí lágrimas mojando mis ojos. No podía abrir el paquete yo sola, así que mandé a llamar a los niños del orfanato.

Juntos tiramos de las cintas, deshaciendo cuidadosamente cada nudo. Doblamos el papel, cuidando de no romperlo demasiado. La excitación iba en aumento.

Algunos treinta o cuarenta pares de ojos estaban enfocados en la gran caja de cartón.

De hasta arriba, saqué unos jersey de punto de colores brillantes. Los ojos relumbraban conforme los levantaba. Después había las vendas de punto para los pacientes leprosos, y los niños mostraron un leve aburrimiento. Luego venía una caja de pasas mixtas con pasas de Esmirna -estas harían una porción para el pan del fin de semana. A continuación, cuando volví a meter la mano, pensé ¿...estoy sintiendo lo que en realidad es? Agarré y saqué, si, una bolsa para agua caliente, nueva. Lloré. No le había pedido a Dios que me la enviara; porque realmente no creí que Él pudiera hacerlo. Ruth estaba al frente de la fila que formaban los niños. Ella se abalanzó afirmando: “¡Si Dios nos envió la bolsa, debió mandarnos también la muñeca!”.

Hurgando hasta el fondo de la caja, ella sacó la muñeca pequeña y bellamente vestida. ¡Sus ojos brillaron! ¡Ella nunca dudó!

Viendo hacia mí, preguntó: “¿Puedo ir con usted y darle esta muñeca a la niña, para que ella sepa que Jesús la ama en realidad?”.

El paquete había estado en camino por cinco meses completos. Empacado por mis antiguos alumnos de la escuela dominical, cuyo líder había escuchado y obedecido a Dios urgiéndole a enviar una bolsa para agua caliente, a pesar de que iba para el ecuador geográfico. Y una de las niñas había puesto una muñeca para una niña africana -cinco meses antes, en respuesta a la oradora de diez años que creyó y pidió que lo trajera ´esa tarde´.

“Antes de que pidan, yo responderé” (Isaías 65,24). Orar es uno de los mejor dones que recibimos. No tiene costo y trae muchas recompensas. Nunca dudes de Dios, confía en Él, y Él actuará, la Providencia Divina nunca nos fallará.

Autor: P. Dennis Doren

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Orar con 28 escalones





La reliquia más grande, por su tamaño, de la cristiandad, es la Escalera Santa. Se halla dentro del Santuario pontificio construido expresamente para ella frente a la Basílica de san Juan de Letrán. Se trata de la escalera del pretorio de Pilatos, la misma que subió el Señor luego de la flagelación para ser mostrado al pueblo y luego condenado a muerte en cruz. La emperatriz santa Elena, madre del emperador Constantino, hizo que se trasladara desde Jerusalén hasta Roma en el año 335.



Esta escalera sólo puede subirse de rodillas, y mientras se suben los 28 escalones que la componen, puede rezarse la siguiente oración que induce a meditar en la Pasión del Señor. La reproduzco en seguida:
“Inspírame Señor por los méritos de tu Pasión vivos sentimientos de fe, esperanza y caridad. Perdóname mis pecados y yo, en cambio, dispuesto a enmendarme, subiré esta escalera, venerando en ella un recuerdo de tu sacrificio y una prenda de tu misericordia. Amén.
1) Por la angustia que te oprimió al despedirte de tu Madre y de tus discípulos, ten piedad de mí. María, mi tierna Madre, haz que en mí estén de fijo las llagas del crucifijo y que en mi corazón las grabe.
2) Señor, por la mortal congoja que te hizo sudar sangre en el huerto, ten piedad de mí.
3) Señor, por la amargura que significó para ti la traición de Judas, ten piedad de mí.
4) Señor, por la confusión sufrida en las calles de Jerusalén ante los insultos del pueblo, ten piedad de mí.
5) Señor, por la mansedumbre que brilló en ti frente a tus jueces, ten piedad de mí.
6) Señor, por los vilipendios sufridos la noche de tu prisión, ten piedad de mí.
7) Señor, por tus fatigosas subidas y bajadas por esta escalera, ten piedad de mí.
8) Señor, por el silencio con que respondiste a los falsos testigos ante Pilatos, ten piedad de mí.
9) Señor, por la humildad con que aceptaste las burlas y el disfraz de loco ante Herodes, ten piedad de mí.
10) Señor, por la vergüenza que te embargó al ser desnudado y atado a la columna, ten piedad de mí.
11) Señor, por el estrago causado en tu cuerpo por la despiadada flagelación, ten piedad de mí.
12) Señor, por los espasmos agudos que te causó la corona de espinas, ten piedad de mí.
13) Señor, por las humillaciones soportadas al ser cubierto con el manto púrpura, y hecho rey de burlas, ten piedad de mí.
14) Señor, por el dolor que hirió tu alma al ser aclamado reo de muerte por tu pueblo, ten piedad de mí.
15) Señor, por la afrenta que te hicieron al posponerte a Barrabás, ten piedad de mí.
16) Señor, por la resignación con que abrazaste la cruz y te encaminaste al Calvario, ten piedad de mí.
17) Señor, por la aflicción que te agobió en el encuentro con tu Madre, ten piedad de mí.
18) Señor, por tu penoso viaje al Calvario cargando la cruz, ten piedad de mí.
19) Señor, por la desazón que probaste al gustar el vino mezclado con hiel, ten piedad de mí.
20) Señor, por el desgarramiento de tu carne ensangrentada al ser brutalmente desnudado, ten piedad de mí.
21) Señor, por la fortaleza con que te tendiste en la cruz dejándote clavar en ella, ten piedad de mí.
22) Señor, por el infinito amor con que perdonando, rogaste por tus verdugos, ten piedad de mí.
23) Señor, por tu liberalidad en prometer el paraíso al Buen Ladrón y darnos a María por Madre, ten piedad de mí.
24) Señor, por la cruel sed que agravó tu agonía en la cruz, ten piedad de mí.
25) Señor, por el horror experimentado al sentirte abandonado del Padre y maldecido por los hombres, ten piedad de mí.
26) Señor, por el amoroso sacrificio de tu vida para reconciliarme con Dios y salvarme, ten piedad de mí.
27) Señor, por tu costado herido de donde nació la Iglesia, nuestra Madre y Maestra, ten piedad de mí.
28) Señor, por las lágrimas de tu Madre al estrecharte muerto entre sus brazos y depositarte en el sepulcro, ten piedad de mí.
Te adoramos, ¡Oh! Cristo, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo. ¡Oh! Señor, en cuya Pasión, según la profecía de Simeón, una espada de dolor traspasó el alma purísima de tu Madre, haznos alcanzar los frutos de tu Pasión mediante el recuerdo amoroso de tus dolores. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Autor: Roberto O’Farrill Corona


martes, 4 de septiembre de 2012

¿Cómo orar cuando alguien te hace sufrir?







Hay personas que nos hacen sufrir. Sabiéndolo o no, queriéndolo o no, pero nos hacen pasar malos ratos. Nos duelen sus palabras hirientes, sus actitudes humillantes, sus tratos despóticos, su falta de responsabilidad, sus infidelidades, sus prontos temperamentales, sus olvidos y negligencias...

Ante personas así podemos reaccionar siendo con ellos de la misma manera que sonellos con nosotros: "para que se enteren", "para que vean lo que se siente". O bien podemos enfrentarlos, decirles sus verdades y ponerles un alto. O incluso evadir el problema ignorándolo y dejándolo a su suerte. Pero sabemos que estos recursos pocas veces funcionan.


Sin embargo, podemos también buscar el momento y las palabras más adecuadas para hacerle ver lo que está sucediendo. Podemos poner amor: "Donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor" (San Juan de la Cruz). Y por fin, orar por ellos.

Orar por una persona querida es fácil, pero orar por una persona que te hace daño es difícil. Apenas lo traes a la memoria en la oración y se te retuerce el estómago. Y si llegas a formular una oración, lo más probable es que ésta sea para pedirle a Dios que lo parta un rayo, que le dé una buena lección o que lo cree de nuevo. Aún si te salen estos sentimientos, intenta de nuevo. Verás que la oración irá ablandando tu corazón, pues en la oración se hace presente el Espíritu de Dios que es amor, y Él, el Amor en persona, irá renovando tu corazón. Y te dirás: "pero de lo que se trataba era de que el otro cambiara". Sí, pero al orar por quien te hace sufrir te darás cuenta de que el primero que comienza a cambiar eres tú mismo.

Al rezar por quienes te hacen sufrir:


- Te das la oportunidad de desahogarte y de hacerlo con quien es todopoderoso y puede remediar las cosas. Desahogarse con Dios sana y libera. Poner en manos de Dios aquello que no puedes controlar ni remediar es de personas sensatas.


- Dios te hace ver que el rencor, la venganza, la falta de perdón, el resentimiento, el odio, no son virtudes cristianas, y que más bien debes aprender a ser como es Dios con nosotros: rico en misericordia, dispuesto aperdonarme siempre (aunque no lo merezca), tolerante, paciente, compasivo. “Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34) “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. (Lc 23, 43)


- Rezas con coherencia y sinceridad el padrenuestro y le das a tu Padre celestial excusa suficiente para perdonarte. “Perdónanos nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.


- El Espíritu Santo comienza a modelar tu corazón conforme al Suyo. Verás que todo ese rencor que llevas dentro es veneno que intoxica, vinagre que amarga la vida, y que a medida que te purificas de él y lo suples con la miel de la caridad cristiana, la vida se te hace mucho más llevadera. Ya bastante mal te lo pasas con el sufrimiento que el otro te impone como para que lo amplifiques con el reflujo de tu propia amargura.


- Y no te quede la menor duda de que si rezas con fe y caridad por quienes tehacen sufrir, Dios actuará. No esperes resultados inmediatos, simplemente espera con absoluta confianza en que Dios obrará en el momento y de la manera que considere oportunas.


Tal vez te pueda servir esta oración de intercesión y sanación del P. Emiliano Tardif:


Padre de bondad, Padre de amor, te bendigo, te alabo y te doy gracias porque por amor nos diste a Jesús.

Gracias Padre porque a la luz de tu Espíritu
comprendemos que él es la luz, la verdad y el buen pastor, que ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia.

Hoy, Padre, quiero presentarte a este hijo(a). Tú lo(a) conoces por su nombre. Te lo(a) presento, Señor, para que Tú pongas tus ojos de Padre amoroso en su vida.

Tú conoces su corazón y conoces las heridas de su historia.
Tú conoces todo lo que él ha querido hacer y no ha hecho.
Conoces también lo que hizo o le hicieron lastimándolo.
Tú conoces sus limitaciones, errores y su pecado.

Conoces los traumas y complejos de su vida.
Hoy, Padre, te pedimos que por el amor que le tienes a tu Hijo, Jesucristo,derrames tu Santo Espíritu sobre este hermano(a) para que el calor de tu amor sanador, penetre en lo más íntimo de su corazón.

Tú que sanas los corazones destrozados y vendas las heridas, sana a este hermano, Padre.
Entra en ese corazón, Señor Jesús, como entraste en aquella casa donde estaban tus discípulos llenos de miedo. Tú te apareciste en medio de ellos y les dijiste: "paz a vosotros". Entra en este corazón y dale tu paz. Llénalo de amor.

Sabemos que el amor echa fuera el temor.
Pasa por su vida y sana su corazón.
Sabemos, Señor, que Tú lo haces siempre que te lo pedimos, y te lo estamos pidiendo con María, nuestra madre, la que estaba en las bodas de Caná cuando no había vino y Tú respondiste a su deseo, transformando el agua en vino.

Cambia su corazón y dale un corazón generoso, un corazón afable, un corazón bondadoso, dale un corazón nuevo.

Haz brotar, Señor, en este hermano(a) los frutos de tu presencia. Dale el fruto de tu Espíritu que es el amor, la paz y la alegría. Haz que venga sobre él el Espíritu de las bienaventuranzas, para que él pueda saborear y buscar a Dios cada día viviendo sin complejos ni traumas junto a su esposo(a), junto a su familia, junto a sus hermanos.

Te doy gracias, Padre, por lo que estás haciendo hoy en su vida.
Te damos gracias de todo corazón porque Tú nos sanas, porque tu nos liberas, porque Tú rompes las cadenas y nos das la libertad.

Gracias, Señor, porque somos templos de tu Espíritu y ese templo no se puede destruir porque es la Casa de Dios. Te damos gracias, Señor, por la fe. Gracias por el amor que has puesto en nuestros corazones.

¡Qué grande eres Señor!

Bendito y alabado seas, Señor


Autor: P Evaristo Sada LC | Fuente: www.la-oracion.com 

lunes, 3 de septiembre de 2012

¡Señor mio y Dios mio!


Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Sólo este discípulo estaba ausente y, al volver y escuchar lo que había sucedido, no quiso creer lo que le contaban. Se presenta de nuevo el Señor y ofrece al discípulo incrédulo su costado para que lo palpe, le muestra sus manos y, mostrándole la cicatriz de sus heridas, sana la herida de su incredulidad. ¿Qué es, hermanos muy amados, lo que descubrís en estos hechos? ¿Creéis acaso que sucedieron porque sí todas estas cosas: que aquel discípulo elegido estuviera primero ausente, que luego al venir oyese, que al oír dudase, que al dudar palpase, que al palpar creyese?


Todo esto no sucedió porque sí, sino por disposición divina. La bondad de Dios actuó en este caso de un modo admirable, ya que aquel discípulo que había dudado, al palpar las heridas del cuerpo de su maestro, curó las heridas de nuestra incredulidad. Más provechosa fue para nuestra fe la incredulidad de Tomás que la fe de los otros discípulos, ya que, al ser él inducido a creer por el hecho de haber palpado, nuestra mente, libre de toda duda, es confirmada en la fe. De este modo, en efecto, aquel discípulo que dudó y que palpó se convirtió en testigo de la realidad de la resurrección.

Palpó y exclamó: ¡Señor mío y Dios mío!" Jesús le dijo: "¿Porque me has visto has creído?" Como sea que el apóstol Pablo dice: La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve, es evidente que la fe es la plena convicción de aquellas realidades que no podemos ver, porque las que vemos ya no son objeto de fe, sino de conocimiento. Por consiguiente, si Tomás vio y palpó, ¿cómo es que le dice el Señor: ¿Porque me has visto has creído? Pero es que lo que creyó superaba a lo que vio. En efecto, un hombre mortal no puede ver la divinidad. Por esto, lo que él vio fue la humanidad de Jesús, pero confesó su divinidad al decir: ¡Señor mío y Dios mío! Él, pues, creyó, con todo y que vio, ya que, teniendo ante sus ojos a un hombre verdadero, lo proclamó Dios, cosa que escapaba a su mirada.

Y es para nosotros motivo de alegría lo que sigue a continuación: Dichosos los que crean sin haber visto. En esta sentencia el Señor nos designa especialmente a nosotros, que lo guardamos en nuestra mente sin haberlo visto corporalmente. Nos designa a nosotros, con tal de que las obras acompañen nuestra fe, porque el que cree de verdad es el que obra según su fe. Por el contrario, respecto de aquellos que creen sólo de palabra, dice Pablo: Hacen profesión de conocer a Dios, pero con sus acciones lo desmienten. Y Santiago dice: La fe sin obras es un cadáver.


Autor: San Gregorio Magno

domingo, 2 de septiembre de 2012

Vivir con dignidad



“No me suicidé para no hacerle la vida difícil a mi hijo”. Me lo dijo una anciana que me encontré en una choza de un pueblito de Lituania. Esta mujer no veía ya ningún sentido de su vida, le pesaba su soledad, sus familiares no la visitaban. Quería quitarse la vida, pero no lo hizo “para que su hijo no se sintiese culpable y para que la gente no empezase a hablar mal de él.”

Me acordé de la viejita al leer una de las muchas noticias sobre suicidio asistido que con creciente frecuencia aparecen en los medios de comunicación. En España revivieron últimamente los debates sobre la eutanasia, por el suicidio de Madeleine Z., cuyo hijo ha denunciado a la asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD) porque sus miembros estuvieron presentes durante la muerte(1) .

No faltan comentarios referentes a la eutanasia que pueden suscitar dudas y confusión. Uno de este estilo es alegrarse de que, mientras en Alemania aún se sigue discutiendo sobre los médicos que dan la muerte al paciente, la organización suiza “Dignitas” ofrece la excelente solución, según ellos, del suicidio asistido (2). Se sugiere que es más digno morir como dueño de sí mismo, por un acto de la propia libertad.

Las organizaciones que promueven el suicidio asistido suelen incluir en su nombre la palabra dignidad. ¡Pero la dignidad es otra cosa muy distinta de lo que ellos proponen! Es preocupante que ante la confusión creada, algunos con buena voluntad puedan tomar por ayuda muy positiva lo que es hacerle daño al otro en lugar de buscar su bien.

Es importante aclarar el concepto de dignidad y después ver las razones objetivas por las cuales está mal quitarse la propia vida o ayudar a alguien a suicidarse, y, ya que en toma de decisiones personales en esta materia generalmente influyen ante todo percepciones subjetivas, considerar cómo se puede encontrar el sentido de la vida y hacer la experiencia de la alegría en el sufrimiento. Sería triste vivir sólo por deber o para no hacer daño a otros. Es mejor vivir por el amor. Nadie de aquellos a quienes les viene en mente la idea de acabar con su vida, ha perdido su capacidad de amar.

Primero hay que distinguir entre la dignidad humana que podemos llamar la fundamental, la dignidad ética y lo que serían las condiciones de vida dignas. Se podría decir que la dignidad humana y la dignidad ética son dos dimensiones de la misma realidad. El ser humano real es el fundamento de estos dos tipos de la dignidad. La dignidad humana es la que tiene cada ser humano simplemente por ser un ser humano (cada ser humano tiene su espíritu que le otorga la sublime dignidad humana y por tanto su valor absoluto). La otra, la dignidad ética, depende de si nuestros actos libres afirman o van en contra de la dignidad humana. En este sentido, es más digno que hace el bien y evita el mal.

Por tanto, nadie puede quitar a un ser humano la dignidad fundamental, ni uno mismo. Esta dignidad no cambia, porque la persona no puede transformarse en un ser de otra especie. La dignidad humana es absoluta, sin embargo no lo es el valor de la vida humana en este mundo. Se puede matar, pero no se puede quitar la dignidad humana. El valor del ser humano es absoluto, el valor de la vida humana no. Por eso no necesariamente es moralmente malo matar a alguien, por ejemplo en los casos de defensa propia, o sacrificar la propia vida para salvar la del otro, dejarse matar para no renunciar a valores superiores…

Tampoco es absoluta la libertad o la autonomía humana. La dignidad fundamental es anterior a la libertad. Esta no es para ir en contra de la dignidad o para quitar la vida, sino para amar.

Vivir dignamente no significa no necesitar de otros y ser autosuficiente. La dignidad humana se manifiesta ante todo en la capacidad relacional. El ser humano es capaz de amar y ser amado, de darse a otros y recibir de otros. Si alguien opta por quitarse la vida para no ser un peso para otros o no necesitar de su ayuda, es porque se encuentra en una sociedad individualista donde no logra confiar en otros y percibir que le aman, que puede amar y que es igual de humano y digno ser ayudado que ayudar.

El caso de Madeleine Z. me hace pensar también en el concepto de calidad de vida que se relaciona con condiciones de vida. Ella objetivamente no llegó a tener dolor físico insoportable, podía valerse por sí misma, pero posiblemente su calidad de vida dejaba mucho que desear por falta de amor, que muchas veces es más no amar que no sentirse amado. El principio de vida humana es espiritual y por eso, al considerar la calidad de nuestra vida, además de condiciones externas hay que tomar en cuenta factores internos, subjetivos, espirituales: sentirse querido por las personas cercanas, aceptado por la sociedad, etc. Más que ser autosuficiente e independiente, hacen falta relaciones cordiales con otros y la confianza. 

El ser humano no sólo siente dolor, sino que además sufre. El sufrimiento es una experiencia espiritual, puede ser moral, o puede acompañar un estado físico, material. El sufrimiento moral tiene un significado muy profundo para la persona. Hoy, la eutanasia se da principalmente por motivos de este orden espiritual, porque a nivel médico cada vez hay mejores soluciones, ante todo avances en los cuidados paliativos. 

Morir dignamente no es usar la propia libertad para quitarse la vida, sino asumir libre y conscientemente esta fase de la vida. Se puede morir en condiciones dignas de un ser humano, es decir, acompañado de personas que le quieren a uno con afecto sincero, y en buenas condiciones sanitarias y materiales. Morir con dignidad no significa morir sin dolor gracias a una intervención médica o suicidio asistido.

Existe una vida digna, existe una muerte digna, pero no existe un suicidio digno. Aquí hablamos de la dignidad ética. La vida humana tiene un grandísimo valor y es buena. Anticipando la afirmación de que objetivamente el suicidio siempre es un mal, podemos añadir que por tanto también está mal inducir, animar, ayudar a cometer un suicidio. Va contra la dignidad humana. Es no reconocer el valor de la vida ni del ser de la persona, es apoyarle en decir: “no vale la pena que sigas presente entre nosotros, tú existencia no nos aporta nada, incluso nos pesa”. Observemos, que mientras la persona que piensa en suicidarse suele estar muy afectada en el modo de percibir la realidad por su gran sufrimiento, las personas cercanas deberían ser más capaces de ver y hacer ver el valor objetivo de la vida.

Es bueno acompañar, pero acompañar en el sufrimiento y no en la ejecución de un acto malo. Compadecer significa compartir el dolor amando, es decir buscando el bien de la otra persona, queriendo aliviar su dolor, y no eliminar a quien sufre. Los moribundos, los enfermos y los que sufren necesitan compañía, pero en la vida con dolor, y no en el acto malo de matar. A lo mejor no podemos entender de todo a quien sufre, pero podemos aliviarle en su dolor y soledad.

La ética siempre condenaba el suicidio. “Si se permite el suicidio, todo está permitido” (3) , porque la posibilidad de la ética exige el reconocimiento del bien y de la verdad. El suicidio niega el valor del ser humano, es contradictorio con la dignidad. Se mata al ser humano, que es el criterio y fundamento de la ética. Se pretende poner la libertad personal por encima de la dignidad.

El sentido común nos indica, que está mal ayudar a hacer el mal. No hay nada bueno en colaborar, inducir o facilitar un suicidio, incluso si al voluntario o familiar le pareciese que lo hace por sentimientos de compasión. A veces ayudamos muy mal: una madre que enseña al hijo para copiar y engañar para no reprobar un examen le hace daño. Facilitar el veneno para que alguien no sufra, constituye del mismo modo una solución totalmente equivocada. Obviamente mucho más grave, porque entonces se trata de vida o muerte.

Asistir en el suicidio es una forma de eutanasia, y como toda eutanasia es condenable, porque consiste en buscar la muerte de un ser humano. ¿Qué puede haber de bueno en fortalecer a alguien en una decisión equivocada? En lugar de ofrecer o apoyar la idea de terminar con la vida de alguien que se siente inútil o siente miedo ante un tremendo sufrimiento, lo humano es buscar los mejores medios posibles para sanar o aliviar el dolor, dar amor, consolar. Otra cosa, rechazable, sería el encarnizamiento o ensañamiento terapéutico(4). 

La vida tiene valor, es buena y debe ser defendida y protegida por amor justo a uno mismo y también por justicia con otros, para no privarlos de lo que los enriquece. Pero sería triste vivir sólo por justicia y por deber. Vale la pena vivir por amor. No quitar el valor de las cosas que tenemos en la vida. La inteligencia de la que disponemos nos permite fijarnos en los positivo y reconocer muchos bienes, no sólo pensar en las desgracias que nos tocaron. El no querer ya vivir suele ser un sentimiento o algún momento subjetivo de un estado de depresión. Hay personas que después de firmar su decisión de suicidarse ha cambiado de opinión(5) . Es muy noble ayudar a no tomar decisiones equivocadas. Creo que el hijo de Madeleine Z. con razón se preguntaba, si su madre no hubiese cambiado de decisión al mirar una foto de sus nietos. A un estado subjetivo de pesimismo puede prevalecer la inclinación natural del ser humano a conservar su vida y ante todo encontrar el sentido de la vida. No debería hacer falta añadir, que el voluntariado es para buscar el bien del otro y no su muerte, para dar amor y no veneno.

Para encontrar el valor de la propia vida ayuda recurrir a experiencias de amor y de esta forma saber, que el verdadero amor existe. Recordar cómo hemos sido amados por ejemplo por los propios padres. Siempre será posible encontrar a personas que quieren ofrecernos amor. La verdadera compasión (que significa padecer con) busca en primer lugar hacer ver que el otro es amado y ayudarle a crecer en el amor. La persona puede “salir de sí”, de no querer seguir viviendo, amando. Siempre se puede seguir amando. Amor ya en sí conlleva una satisfacción. Es dar y recibir. Siempre podemos enriquecer a otros, sea con sabiduría, con diferentes cualidades, talentos…, en fin, con amor. Los seres humanos nos necesitamos mutuamente y necesitamos sentirnos necesitados.

La capacidad de amar el algo que nadie nos puede quitar. Siempre se puede dar más de sí. Aunque el estado de salud vaya deteriorando, la capacidad de amar no. En ese amar y ser amado está el sentido de la vida.

Además de reconocer el sentido de la vida, es posible encontrar el sentido del sufrimiento. Este nos hace más humanos. Se podría decir que las dificultades pueden estimular la fuerza del amor, despertar la capacidad de entrega y de lucha. Sin la experiencia del sufrimiento es imposible crecer en el amor. Este misterioso mal que por un lado siempre queremos alejar de nosotros, por el otro si queremos se convierte en un medio para vivir más dignamente. Muchos grandes héroes lo son porque enfrentaron con amor un sufrimiento que encontraron en su vida.

Se puede descubrir mucho más sentido y belleza en el sufrimiento, pero ya no con un discurso racional, sino con la experiencia del verdadero amor. Los que no pensamos en suicidarnos y valoramos el más profundo sentido de la vida, intentemos compartirlo.

Yo me acuerdo que encontré la casita de la anciana en Lituania, cuando caminaba junto con una chica de 16 años. Esta adolescente le propuso diferentes maneras de unirse a proyectos de ayuda a diferentes personas. Le ofreció formas maravillosas de hacer algo por otros, le hizo darse cuenta que no es inútil y además que una adolescente confía y quiere contar con ella. Pienso con gusto en los sonrientes ojos de esta anciana que vi la última vez que la visité.


Autor: Magdalena Figiel 

sábado, 1 de septiembre de 2012

Docilidad





"Toda dádiva buena y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, en quien no hay cambio  ni sombra de rotación. Nos engendró por su propia voluntad, con Palabra de verdad, para que fuésemos como las primicias de sus criaturas. Y recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvar vuestras almas. Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación  y conservarse incontaminado del mundo". Sant 1,17-18.21b.22.27
Comentario

El pasaje de la 2ª lectura de este 22º domingo del Tiempo ordinario está tomado de la conclusión de la primera parte de la carta del apóstol Santiago en la que se presentan los beneficios aportados por las pruebas (1,2-18), y del inicio de la segunda parte en la que señala la necesaria coherencia que debe haber entre la palabra y las obras (1,19-27). En la primera parte de la carta, el autor pone en guardia contra cualquier ilusión piadosa, como si bastara estar convencido de las verdades cristianas para ser cristiano y salvarse. La verdadera fe, si ha de conducir a la salvación, hay que demostrarla día a día. En la segunda parte, precisa que la fe reconocida y profesada urge por su esencia para que se pase a la acción, si en realidad es verdadera fe. Por eso Santiago insiste en que no basta oír, sino que hay que realizar. Hay que ser realizador de la palabra (1,22.23) y realizador de la obra (1,25). Una fe que sólo repercute en el pensamiento es una forma piadosa de engañarse a sí mismo. Por eso, al final, pone algunos ejemplos de fe realizada: la solicitud desinteresada por los indigentes (1,27: viudas, huérfanos) y la lucha para vivir de un modo agradable a Dios.

En nuestro pasaje, Santiago inicia recordando que Dios es la primera causa y el creador de todo lo bueno (vv.16-18). De este modo rebate la afirmación de quien pretende atribuir a Dios en último término la responsabilidad  de la tentación y del pecado. Para ello toma este argumento del orden de la creación y se sirve de ideas que eran familiares sobre todo en el ambiente de sus lectores. Dios, por ser el creador y el conservador del mundo, es también su padre (v.17). Para demostrar lo que afirma dirige su mirada a Dios, cuya esencia es pura y buena y por consiguiente no puede producir el mal o algo imperfecto. Sus dádivas y dones son todos buenos y hacen rico y bueno al agraciado. En el v.18 presenta una prueba más contundente contra el otro modo de ver, falso y peligroso: fue voluntad libre de Dios salvarnos a nosotros, pecadores y pobres criaturas. La voluntad de Dios tiende a nuestra salvación y nada puede desviarla. No hay ninguna razón para desconfiar del amor paterno y salvador de Dios, ni siquiera cuando sufrimos tentación. Precisamente en ese caso su ayuda salvadora es el único apoyo con que contamos, la única razón sólida de nuestra confianza en que saldremos victoriosos de todas las tentaciones.

En la segunda parte de la carta, Santiago busca precisar cuál debe ser la manera de comportarse con la palabra. Señala en primer lugar la docilidad o mansedumbre: "recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvar vuestras almas" (v.21b). La fecundidad de la Palabra no sólo depende del poder operativo de la Palabra de Dios, sino también de la colaboración del creyente. El hombre debe colaborar, venciendo su ira con mansedumbre y con una disposición amistosa, dulce, humilde y confiada.

Hay que advertir que Santiago insiste en que se acepte el mensaje de la fe y se cumplan sus exigencias:  "recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros". Ocupaos constantemente de ella, vivid desplegando la fuerza de esa nueva semilla, de ese principio vital; haced fermentar vuestro pensamiento y vuestra voluntad con esa activa levadura; reformad y perfeccionad con ella vuestra vida. Es un requisito muy importante, que sólo puede cumplirse como es debido mediante un constante contacto con la palabra de Dios, que hemos de oír tal como nos la enseñan y anuncian. Vivir de la palabra pertenece a la esencia del cristianismo, tanto antes como ahora. La palabra es poderosa; "capaz de salvar vuestras almas".

En el v.22, Santiago enuncia el objetivo a que tendían sus palabras: sed realizadores de la palabra. Vivid lo que creéis. Quien reconoce como verdadero el mensaje de la fe y lo acepta, quien procura con todas sus fuerzas penetrar el sentido espiritual de la revelación, pero no ajusta su vida a la voluntad de Dios, se engaña. Santiago refuerza con una comparación el precepto que acaba de dar. Quien por medio de la fe ha penetrado en la verdad, pero sigue viviendo como si la fe no le hubiera dado una visión fundamental y nueva de su conducta y de su vida, es como un hombre que contempla su rostro en un espejo y olvida inmediatamente lo que el espejo le mostró. Un mero conocimiento superficial de la fe no sirve para nada (v.23).

Nuestro pasaje concluye con el v.27 en donde el autor precisa una vez más que la verdadera religión se demuestra con obras: "visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación  y conservarse incontaminado del mundo". La verdadera religión se manifiesta en una vida laboriosa al servicio del amor fraterno y en la pureza de costumbres.

Aplicación

"Recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros".

Toda la liturgia de la Palabra de este 22º domingo del Tiempo ordinario busca dejarnos la enseñanza de en qué consiste la religión auténtica, iluminando cuál debe ser la relación entre religión y observancia, entre religión y corazón. La 1ª lectura del libro del Deuteronomio nos ofrece el elogio hecho por Moisés a la ley y la exigencia de ponerla en práctica. En la segunda lectura, Santiago nos indica que la Palabra de Dios, sembrada en nosotros, no sólo debe ser escuchada, sino que debe ser puesta en práctica. En el Evangelio Jesús, hablándonos de la observancia de la ley y de las tradiciones, nos deja una enseñanza muy importante: vivir la religión del corazón, que no está esclavizada de las prácticas de pureza externa, sino de la pureza del corazón.
La lectura del Deuteronomio (4,1-2.6-8) pone de relieve ante todo que la Ley es un don de Dios, que proviene de su amor por nosotros. En ella Dios nos traza el camino para alcanzar la vida auténtica y la felicidad. De ahí la insistencia de la necesidad de cumplir la Ley. Si no es puesta en práctica, no sirve de nada. Por eso debemos acoger esta Palabra de Dios, contenida en la Ley, con gratitud y llevarla fielmente a la práctica.
En el Evangelio (Mc 7,1-8.14-15.21-23) Jesús nos pone en guardia contra uno de los peligros con relación al cumplimiento de la Ley: la observancia meramente externa de los preceptos, que se queda en un ritualismo sin corazón y cae en la hipocresía. Esa fue una de las desviaciones que trajeron consigo la introducción de un excesivo número de prácticas y de tradiciones, como la de la pureza ritual, hasta hacer del cumplimiento de la Ley algo insoportable. Jesús crítica severamente tal actitud, pues mata el espíritu de la auténtica religión, reduciéndola a ritualismos y prácticas exteriores. Lo que no puede faltar en la vivencia de una auténtica religión es la práctica de la justicia, la misericordia y la fidelidad, lo cual es más importante que todas las otras prácticas exteriores. Así Jesús señala que la verdadera impureza no es la exterior, sino la del corazón, la cual provoca los pecados más grandes.

Como vemos en la 2ª lectura de la carta de Santiago (1,17-18.21b.22.27), él también insiste mucho en la necesidad de poner en práctica la Palabra de Dios: "Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos" (v.22). Por ello es preciso que acojamos la Palabra de Dios de tal manera que penetre profundamente en nosotros para después ponerla en práctica en la vida concreta, por ejemplo, como nos indica Santiago a través de la solicitud desinteresada por los indigentes (v.27: viudas, huérfanos) y la lucha para vivir de un modo agradable a Dios.

Autor: Pedro Mendoza LC