Cuando
primero me encontré con el término lectio divina (que significa “lectura
sagrada”), se me vino a la mente la idea de monjes ya mayores recluidos en un
cuarto silencioso muy concentrados estudiando unos manuscritos medievales,
mientras la luz del sol se proyecta a través de hermosos vitrales de colores
iluminando las páginas de libros antiquísimos, y pensé que no sería algo que
llegaría a mi experiencia personal.
Pero
después de entrar en el noviciado jesuita tuve la oportunidad de conocer
aquella antigua práctica de la lectio divina de una manera que la hacía no solo
accesible sino comprensible. En las comunidades monásticas todavía se usa este
método de oración, claro está, pero también lo puede usar incluso el más
ocupado y el menos monástico de nosotros.
Un método
sencillo. La lectio
divina es una
forma de tener un encuentro con Dios a través de la Sagrada Escritura, y se
hace normalmente tomando un pasaje determinado de la Biblia para hacer la
oración. Hay diversos métodos para la lectio divina, pero el más fácil que he
encontrado es el que me sugirió mi profesor de Nuevo Testamento, el Padre
Daniel Harrington, SJ. Él me aconsejó dividir la oración en cuatro pasos. Para
hacerlo más fácil, usaremos el relato de cuando Jesús predica en la sinagoga de
Nazareth en el Evangelio según San Lucas (4,16-30).
Paso 1. Leer: ¿Qué dice el texto? En primer lugar, se lee el texto. Al nivel más
básico, uno se pregunta: ¿Qué sucede en este pasaje del Evangelio? A veces,
conviene usar un comentario bíblico o leer la explicación de la propia Biblia
para entender mejor el contexto.
En este
pasaje recordamos que Jesús está en la sinagoga de Nazaret, y que lee las
Escrituras hebreas. Aquí, al principio de su ministerio público, el Señor
revela tanto su identidad como su misión a los pobladores de su ciudad. ¡Qué
impresionante debe haber sido para ellos escuchar que “un joven del pueblo”
comenta una lectura del profeta Isaías, que luego dice: “Hoy mismo se ha
cumplido la Escritura que ustedes acaban de oír.” En otras palabras ¡Yo soy el cumplimiento de la
Escritura!
Al
principio, seguramente la gente pensaba que era agradable escuchar la lectura
que hacía Jesús, pero luego se vuelven contra Él y casi lo matan. De alguna
manera, el Señor pasa en medio de ellos y se va. No es de extrañar, pues, que a
este pasaje lo llamen “el rechazo en Nazaret.”
Paso 2. Meditar: ¿Qué me dice Dios a mí en
este texto? En este
punto, uno ve si hay algo que Dios quiere darle a conocer en este pasaje. Casi
siempre uno puede relacionarlo con algún suceso o experiencia de su vida.
Por
ejemplo, ¿ha habido situaciones o lugares en los que uno se ha sentido llamado
a hablar “en nombre de Dios”, incluso aunque alguien lo rechace? En el pasaje
del Evangelio, Jesús seguramente sabía que su mensaje sería polémico, pero así
y todo lo proclamó. ¿Hay algo en tu vida que te pide adoptar una postura muy fi
rme e incluso arriesgada? Quizás algo como esto es lo que Dios quiere
comunicarte.
Paso 3. Rezar: ¿Qué le quiero decir yo a Dios sobre el
texto? Después de
meditar en este pasaje, tal vez uno sienta temor por lo que cree que el Señor
le pide hacer. Si esto signifi ca defender a alguien que ha sido maltratado, o
incluso defenderse uno mismo, quién sabe si la idea pueda asustarle. Tal vez
uno tema ser rechazado, y más aún, ser rechazado por los conocidos y amigos
cercanos, como lo fue Cristo en su propia ciudad.
Pero
también uno puede sentirse animado por el ejemplo de la confi anza de Jesús, y
recordar que todos los profetas probablemente sintieron algo de temor cuando
tuvieron que cumplir una misión profética. Así y todo, tanto Jesús como los
profetas actuaron a pesar del miedo, siempre confi ando en Dios. Usa esta parte
de tu oración para decirle al Señor cómo te sientes al respecto. Sé honesto y
no te preocupes: ¡A Dios no le sorprende ninguna emoción!
Paso 4. Actuar: ¿Qué hacer como resultado
de la oración? Finalmente,
uno actúa. La oración debe movernos a actuar, aunque esto solamente signifi que
ser más compasivos y fi eles.
Ahora que
uno ha leído la narración de lo que hizo Jesús en la sinagoga, ha refl exionado
sobre lo que Dios le dice y le ha dicho a Dios lo que piensa, es hora de entrar
en acción. Tal vez se decida a realizar alguna acción concreta para defender
con más decisión y valentía a quien se encuentre oprimido, o bien decida que
quiere perdonar a alguien que le ha hecho algún mal, o incluso piense que
quiere rezar más sobre lo que ha de hacer. Sea lo que sea, es hora de dejar la
oración y pasar a la acción.
Saborear y
escuchar. Hay otro
modo de rezar la lectio divina ligeramente diferente, en el cual uno
se queda meditando sobre una idea, una sola palabra o una frase que uno escoge
del pasaje leído. De esta manera uno puede “saborear” el texto, como decía San
Ignacio de Loyola. Esto resulta muy bien con los salmos.
Por
ejemplo, uno puede leer el Salmo 23, que comienza con la frase “El Señor es mi
pastor.” Cuando llegue a la frase “En verdes praderas me hace descansar,” quizá
se sienta inclinado a meditar en lo agradable que sería experimentar un apacible
descanso en aquella verde pradera. Si usted es una persona muy ocupada, tal vez
aproveche la oportunidad simplemente para reposar junto a Dios, o bien puede
pensar en aquellos lugares o situaciones que en su vida podría comparar con
“verdes praderas” y darle gracias a Dios por ellos. De esta forma, su lectio
divina se limitaría nada más que a una oración concentrada o un descanso
apacible, una gratitud sin palabras.
Dios tiene
muchos modos de actuar en la vida de sus hijos y muchos modos de comunicarse con
nosotros. La oración de la lectio divina es apenas uno de ellos. El Señor
también nos puede hablar a través de la Santa Misa y los sacramentos, así como
por nuestras experiencias y amistades y también a través de la naturaleza, la
música y el arte.
En todos
estos momentos, la voz de Dios viene a nosotros; por eso, cuando usted rece y
sienta que Dios le habla, ¡ponga atención y escuche!
El P.
James Martin, S.J., es sacerdote jesuita y autor del libro Mi vida con los
santos (Loyola Press).
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