jueves, 3 de diciembre de 2015

Aquí estoy, porque me has llamado



Ha llegado para nosotros un día de salvación, de eternidad. Una vez más se oyen esos silbidos del Pastor Divino, esas palabras cariñosas, “vocavi te nomine tuo” –te he llamado por tu nombre. Como nuestra madre, El nos invita por el nombre. Más: por el apelativo cariñoso, familiar. –Allá, en la intimidad del alma, llama, y hay que contestar: “ecce ego, quia vocasti me” –aquí estoy, porque me has llamado, decidido a que esta vez no pase el tiempo como el agua sobre los cantos rodados, sin dejar rastro. (Forja, 7)

Un día –no quiero generalizar, abre tu corazón al Señor y cuéntale tu historia–, quizá un amigo, un cristiano corriente igual a ti, te descubrió un panorama profundo y nuevo, siendo al mismo tiempo viejo como el Evangelio. Te sugirió la posibilidad de empeñarte seriamente en seguir a Cristo, en ser apóstol de apóstoles. Tal vez perdiste entonces la tranquilidad y no la recuperaste, convertida en paz, hasta que libremente, porque te dio la gana –que es la razón más sobrenatural–, respondiste que sí a Dios. Y vino la alegría, recia, constante, que sólo desaparece cuando te apartas de El.

No me gusta hablar de elegidos ni de privilegiados. Pero es Cristo quien habla, quien elige. Es el lenguaje de la Escritura: elegit nos in ipso ante mundi constitutionem –dice San Pablo– ut essemus sancti (Eph I, 4). Nos ha escogido, desde antes de la constitución del mundo, para que seamos santos. Yo sé que esto no te llena de orgullo, ni contribuye a que te consideres superior a los demás hombres. Esa elección, raíz de la llamada, debe ser la base de tu humildad. ¿Se levanta acaso un monumento a los pinceles de un gran pintor? Sirvieron para plasmar obras maestras, pero el mérito es del artista. Nosotros –los cristianos– somos sólo instrumentos del Creador del mundo, del Redentor de todos los hombres. (Es Cristo que pasa, 1)

San Josemaría

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Ojalá no te falte sencillez



Aquellos primeros apóstoles ‑a los que tengo gran devoción y cariño‑ eran, según los criterios humanos, poca cosa. En cuanto a posición social, con excepción de Mateo, que seguramente se ganaba bien la vida y que dejó todo cuando Jesús se lo pidió, eran pescadores: vivían al día, bregando de noche, para poder lograr el sustento.

Pero la posición social es lo de menos. No eran cultos, ni siquiera muy inteligentes, al menos en lo que se refiere a las realidades sobrenaturales. Incluso los ejemplos y las comparaciones más sencillas les resultaban incomprensibles, y acudían al Maestro: Domine, edissere nobis parabolam, Señor, explícanos la parábola. Cuando Jesús, con una imagen, alude al fermento de los fariseos, entienden que les está recriminando por no haber comprado pan.

Pobres, ignorantes. Y ni siquiera sencillos, llanos. Dentro de su limitación, eran ambiciosos. Muchas veces discuten sobre quién sería el mayor, cuando ‑según su mentalidad‑ Cristo instaurase en la tierra el reino definitivo de Israel. Discuten y se acaloran durante ese momento sublime, en el que Jesús está a punto de inmolarse por la humanidad: en la intimidad del Cenáculo.

Fe, poca. El mismo Jesucristo lo dice. Han visto resucitar muertos, curar toda clase de enfermedades, multiplicar el pan y los peces, calmar tempestades, echar demonios. (…)

Aquellos hombres de poca fe, ¿sobresalían quizá en el amor a Cristo? Sin duda lo amaban, al menos de palabra. (…) Son hombres corrientes, con defectos, con debilidades, con la palabra más larga que las obras. Y, sin embargo, Jesús los llama para hacer de ellos pescadores de hombres, corredentores, administradores de la gracia de Dios. (Es Cristo que pasa, 2)

San Josemaría

martes, 1 de diciembre de 2015

Dios suele buscar instrumentos flacos


Sin gran dificultad podríamos encontrar en nuestra familia, entre nuestros amigos y compañeros, por no referirme al inmenso panorama del mundo, tantas otras personas más dignas que nosotros para recibir la llamada de Cristo. Más sencillos, más sabios, más influyentes, más importantes, más agradecidos, más generosos.

Yo, al pensar en estos puntos, me avergüenzo. Pero me doy cuenta también de que nuestra lógica humana no sirve para explicar las realidades de la gracia. Dios suele buscar instrumentos flacos, para que aparezca con clara evidencia que la obra es suya. (…) Sin que haya mediado mérito alguno por nuestra parte, os decía: porque en la base de la vocación están el conocimiento de nuestra miseria, la conciencia de que las luces que iluminan el alma ‑la fe‑, el amor con el que amamos ‑la caridad‑ y el deseo por el que nos sostenemos ‑la esperanza‑, son dones gratuitos de Dios. Por eso, no crecer en humildad significa perder de vista el objetivo de la elección divina: ut essemus sancti, la santidad personal.

Ahora, desde esa humildad, podemos comprender toda la maravilla de la llamada divina. La mano de Cristo nos ha cogido de un trigal: el sembrador aprieta en su mano llagada el puñado de trigo. La sangre de Cristo baña la simiente, la empapa. Luego, el Señor echa al aire ese trigo, para que muriendo, sea vida y, hundiéndose en la tierra, sea capaz de multiplicarse en espigas de oro. (Es Cristo que pasa, 3)

San Josemaría

lunes, 30 de noviembre de 2015

Ha llegado el Adviento.



Comienza el año litúrgico, y el introito de la Misa nos propone una consideración íntimamente relacionada con el principio de nuestra vida cristiana: la vocación que hemos recibido. Vias tuas, Domine, demonstra mihi, et semitas tuas edoce me (Ps XXIV, 4.); Señor, indícame tus caminos, enséñame tus sendas. Pedimos al Señor que nos guíe, que nos muestre sus pisadas, para que podamos dirigirnos a la plenitud de sus mandamientos, que es la caridad (Cfr. Mt XXII, 37; Mc XII, 30; Lc X, 27.).

Me figuro que vosotros, como yo, al pensar en las circunstancias que han acompañado vuestra decisión de esforzaros por vivir enteramente la fe, daréis muchas gracias al Señor, tendréis el convencimiento sincero –sin falsas humildades– de que no hay mérito alguno por nuestra parte. Ordinariamente aprendimos a invocar a Dios desde la infancia, de los labios de unos padres cristianos; más adelante, maestros, compañeros, conocidos, nos han ayudado de mil maneras a no perder de vista a Jesucristo. (Es Cristo que pasa, 1)
(San Josemaría.)

domingo, 29 de noviembre de 2015

Adviento 2015 "Para tomarlo en nuestros brazos" 2



Os aconsejo que repitáis —¡saboreándolas!— muchas comuniones espirituales. Rezad con frecuencia durante estas semanas —también yo procuro meterlo en mi alma— el veni, Domine Iesu! —¡ven, Señor Jesús!— que la Iglesia repite insistentemente. Decidlo, no sólo como preparación para la Navidad, sino también para la Comunión de cada día. De este modo, nos resultará más fácil descubrir lo que no va en nuestra lucha cotidiana y, con la gracia de Dios y nuestro esfuerzo, lo quitaremos. No me olvidéis que nuestra entrega bien vivida, con fidelidad constante, es la mejor preparación para ese encuentro con Cristo en la Navidad y en la Sagrada Eucaristía.

Veni, Domine, et noli tardare!, ven, Señor, y no tardes. A medida que transcurren las semanas, el grito de la Iglesia —el tuyo y el mío— sube al Cielo más apremiante. Relaxa facinora plebi tuae!, ¡destruye las ataduras —los pecados— de tu pueblo! No podemos limitarnos a implorar el perdón por las miserias nuestras: también hemos de suplicarlo por los pecados de los demás. Jesús, hijas e hijos míos, ha venido al mundo para redimir a toda la humanidad. También ahora desea introducirse en el corazón de todas las personas, sin excepción alguna.

Adviento significa expectación; y cuanto más se avecina el acontecimiento esperado, mayor es el afán por contemplarlo realizado. Nosotros, junto a tantos otros cristianos, deseamos que Dios ponga punto final a la dura prueba que aflige a la Iglesia, ya desde hace muchos años. Anhelamos que este largo adviento llegue finalmente a su término: que las almas se muevan a contrición verdadera; que el Señor se haga presente más intensamente en los miembros de su amada Esposa, la Iglesia Santa. Lo deseamos y lo pedimos con toda el alma: magis quam custodes auroram[6], más que el centinela la aurora, ansiamos que la noche se transforme en pleno día.

¡Qué buen tiempo, hijos, es este Adviento para intensificar nuestra petición por la Iglesia, por el Papa y sus colaboradores, por los obispos, por los sacerdotes y por los seglares, por las religiosas y los religiosos, por todo el Pueblo santo de Dios! Y es oración, no sólo la plegaria que sale de los labios o la que formulamos con la mente, sino la vida entera, cuando se gasta en el servicio del Señor. Os lo recuerdo con unas palabras que nuestro Fundador nos dirigía en el comienzo de un nuevo año litúrgico: «Hemos de andar por la vida como apóstoles, con luz de Dios, con sal de Dios. Con naturalidad, pero con tal vida interior, con tal espíritu del Opus Dei, que alumbremos, que evitemos la corrupción y las sombras que hay alrededor. Con la sal de nuestra dedicación a Dios, con el fuego que Cristo trajo a la tierra, sembraremos la fe, la esperanza y el amor por todas partes: seremos corredentores, y las tinieblas se cambiarán en día claro»[7].

Seguid pidiendo con fe, bien unidos a mis intenciones y segurísimos de la eficacia infalible de esta oración. El Señor escuchó a nuestro Padre cuando le rogaba —¡sólo Él sabe con qué ardor e intensidad!— por lo que llevaba en su alma, y ha oído —no me cabe la menor duda— las incesantes plegarias que en todos los rincones del mundo se elevaron al Cielo unidas a la intención de su Misa. Pero, hijas e hijos míos, con la fuerza que me viene de haber ocupado su puesto, os insisto: ¡uníos a mi oración!, y hasta me atrevo a pediros que gastéis vuestra vida en este empeño. Sí, lo repito a tu oído: debemos rezar más, porque no conocemos la medida de oración establecida por Dios —en su justísima y admirable Providencia— antes de concedernos los dones que esperamos. Simultáneamente, una cosa es ciertísima: la oración humilde, confiada y perseverante es siempre escuchada. Un fruto de esta plegaria nuestra, más intensa durante el Adviento, es comprender que podemos, que debemos rezar más. ¡No desfallezcamos!

Como la Prelatura es parte integrante de la Iglesia, pediremos también por el Opus Dei, instrumento del que Dios quiere servirse para extender su reinado de paz y de amor entre los hombres. También la Obra vive constantemente su adviento, su expectación gozosa del cumplimiento de la Voluntad de Dios. ¡Son tantos los panoramas apostólicos que el Señor nos pone delante!: comienzo de nuevas labores apostólicas, consolidación —en extensión y en profundidad— de las que ya se realizan en tantos lugares; nuevas metas en nuestro servicio a la Iglesia y a las almas... Y, por encima de todo, el Señor quiere la fidelidad de mis hijos: la lealtad inquebrantable de cada uno a la llamada divina, a sus requerimientos, a esta gracia inefable de la vocación con la que ha querido sellar nuestras vidas para siempre.

Beato Álvaro López del Portillo (Texto del 1 de diciembre de 1986, publicado en "Caminar con Jesús al compás del año litúrgico", Ed. Cristiandad, Madrid 2014, pp. 50-55).


[1] Domingo IV de Adviento (Ant. ad Invitatorium).

[2] N. ed. Lo mismo cabe afirmar de la vocación cristiana en general. Estas consideraciones de don Álvaro son aplicables a todos los bautizados.

[3] San Josemaría, Notas de una reunión familiar, 23-XI-1966 (AGP, biblioteca, P01, 1977, p. 1233).

[4] Ibid.

[5] San Josemaría, Forja, n. 548.

[6] Sal 129, 6.


[7] San Josemaría, Notas de una meditación, 3-XII-1961 (AGP, biblioteca, P01, XII-1964, p.62).

sábado, 28 de noviembre de 2015

Adviento 2015 "Para tomarlo en nuestros brazos" 1



Dominus prope est![1], ¡el Señor está cerca! Es el grito que la liturgia hace resonar en nuestros oídos, de mil modos diferentes, a lo largo de estas semanas anteriores a la Navidad. Nos invita a preparar la venida espiritual de Cristo a nuestras almas, con más urgencia cuanto más se aproximan los días felices del Nacimiento de Jesús. Y, a la vez, estas palabras traen a mi memoria aquel lucero de que nos hablaba nuestro Padre, que el Señor nos ha puesto en la frente. Hija mía, hijo mío: la llamada que Dios nos ha hecho para ser Opus Dei tiene que resonar en nuestra alma como un aldabonazo constante, más fuerte que cualquier otro lazo de unión, y ha de llevarnos a saber que la huella de Dios en nuestras vidas no se borra nunca[2]. Démosle gracias, procuremos seguirle muy de cerca, y arranquemos con determinación todo lo que nos aparte de Él, aunque parezca un detalle de muy poca entidad.

El Adviento es uno de los tiempos fuertes de la Sagrada Liturgia, con los que nuestra Madre la Iglesia nos mueve a purificarnos de modo especial, por la oración y la penitencia, para acoger la abundante gracia que Dios nos envía, porque Él siempre es fiel. En estos días se nos invita a buscar —diría que con más ahínco— el trato con María y con José en nuestra vida interior; se nos pide una oración más contemplativa, y que afinemos con manifestaciones concretas en el espíritu de mortificación interior. Así, cuando nazca Jesús, seremos menos indignos de tomarlo en nuestros brazos, de estrecharlo contra nuestro pecho, de decirle esas palabras encendidas con las que un corazón enamorado —como el de mis hijas y mis hijos todos, sin excepción— necesita manifestarse.

Me detengo en estas consideraciones para recordaros que no podemos limitarnos a esperar la Navidad, sin poner nada de nuestra parte. Mirad lo que respondió una vez nuestro Padre, a un hijo suyo que le preguntaba cómo vivir mejor el Adviento: «Deseando que el Señor nazca en nosotros, para que vivamos y crezcamos con Él, y lleguemos a ser ipse Christus, el mismo Cristo»[3]. Y concretaba en aquella ocasión: «Que se note en que renazcamos para la comprensión, para el amor, que, en último término, es la única ambición de nuestra vida»[4].

Hijas e hijos míos: si, al meditar estas palabras, comenzáis a seguir el Adviento con más ilusión —con más esfuerzo—, día tras día, aunque sea a contrapelo, aunque os parezca una comedia, cuando el Señor nazca en Navidad encontrará vuestras almas bien dispuestas, con la decisión terminante de ofrecerle esa acogida que le negaron los hombres hace veinte siglos, como también se la niegan ahora; y ocasionaréis a este Padre vuestro una gran alegría.

Pero no es cosa sólo del Adviento: todos los días baja Jesús a nosotros, en la Sagrada Comunión. «Ha llegado el Adviento. ¡Qué buen tiempo —escribe nuestro Padre— para remozar el deseo, la añoranza, las ansias sinceras por la venida de Cristo!, ¡por su venida cotidiana a tu alma en la Eucaristía! —"Ecce veniet!" —¡que está al llegar!, nos anima la Iglesia»[5]. ¿Cómo nos preparamos para recibirle, cada día? ¿Qué detalles de amor cuidamos? ¿Qué limpieza procuramos en nuestros sentidos, qué adornos en nuestra alma? ¿Cómo es tu piedad? ¿Procuras acompañarle en el Sagrario de tu Centro? ¿Pides que crezca a diario la vida eucarística en los fieles de la Prelatura? ¿Conocen los que te tratan tu intimidad con Cristo en la Hostia Santa? No hay mejor momento que el de la Sagrada Comunión, para suplicar a Jesús —realmente presente en la Eucaristía— que nos purifique, que queme nuestras miserias con el cauterio de su Amor; que nos encienda en afanes santos; que cambie el corazón nuestro —tantas veces mezquino y desagradecido— y nos obtenga un corazón nuevo, con el que amar más a la Trinidad Santísima, a la Virgen, a san José, a todas las almas. Y aprovechad esos momentos para renovar vuestro compromiso de amor, pidiendo a este Rey nuestro que nos ayude a vivir cada jornada con nuevo empeño de enamorados.

Beato Álvaro López del Portillo (Texto del 1 de diciembre de 1986, publicado en "Caminar con Jesús al compás del año litúrgico", Ed. Cristiandad, Madrid 2014, pp. 50-55).

[1] Domingo IV de Adviento (Ant. ad Invitatorium).

[2] N. ed. Lo mismo cabe afirmar de la vocación cristiana en general. Estas consideraciones de don Álvaro son aplicables a todos los bautizados.

[3] San Josemaría, Notas de una reunión familiar, 23-XI-1966 (AGP, biblioteca, P01, 1977, p. 1233).

[4] Ibid.

[5] San Josemaría, Forja, n. 548.

[6] Sal 129, 6.


[7] San Josemaría, Notas de una meditación, 3-XII-1961 (AGP, biblioteca, P01, XII-1964, p.62).

sábado, 7 de noviembre de 2015

Los Tesoros Terrenales



VATICANO, 06 Nov. 15 / 11:22 am (ACI).- En la entrevista que concedió a la revista holandesa Straatnieuws, el Papa Francisco respondió a una de las preguntas más populares entre católicos y no católicos sobre las riquezas de laIglesia.
La entrevista estuvo a cargo de Marc, un hombre de 51 años que no tiene hogar y vende la revista en la ciudad holandesa de Utrecht. Con él estuvieron Frank Dries –editor de la revista– y los periodistas Stijn Pantanos y Jan-Willen Astucia.
El entrevistador le recordó que "San Francisco eligió la pobreza radical y vendió también su evangeliario" y le preguntó si como "Papa y Obispo de Roma, ¿se siente alguna vez bajo presión por vender los tesoros de la Iglesia.
La respuesta del Papa Francisco fue clara: "Esta es una pregunta fácil. No son los tesoros de la Iglesia, sino que son los tesoros de la humanidad. Por ejemplo, si yo mañana digo que La Piedad de Miguel Ángel sea subastada no se podría hacer porque no es propiedad de la Iglesia. Está en una iglesia, pero es de la humanidad. Esto vale para todos los tesoros de la Iglesia".
El Papa recordó que "hemos comenzado a vender los regalos y otras cosas que me dan. Y los beneficios de las ventas van a Mons. Krajewski, que es mi limosnero. Y después está la lotería. Estaban los carros que han sido todos vendidos o dados a través de una lotería y lo recaudado se ha usado para los pobres. Hay cosas que se pueden vender y estas se venden".
Asimismo, explicó que "si hacemos un catálogo de bienes de la Iglesia se piensa: ‘la Iglesia es muy rica’. Pero cuando se firmó el Concordato con Italia en 1929 sobre la ‘Questione Romana’ (el asunto romano), el gobierno italiano de aquel tiempo ofreció a la Iglesia un gran parque en Roma. El Papa de entonces, Pío XI, dijo: ‘no, querría sólo medio kilómetro cuadrado para garantizar la independencia de la Iglesia’. Este principio vale todavía".
"Los bienes inmobiliarios de la Iglesia son muchos, pero los usamos para mantener las estructuras de la Iglesia y para mantener muchas obras que se hacen en los países necesitados: hospitales, escuelas. Ayer por ejemplo he pedido enviar al Congo 50.000 euros para construir tres escuelas en países pobres, la educación es una cosa importante para los niños. Fui a la administración competente, hice esta petición y el dinero ha sido enviado".